El mejor enemigo

LA MUJER DE SU VIDA

 

Cuando todos los integrantes de la familia por fin se reunieron a las cinco treinta de la tarde y se sentaron alrededor de la larga mesa de gruesa y brillante madera, para disfrutar lo que Dorothea tuvo que recalentar ante la tardanza para comer, Harrison se excusó porque tenía que llamar a su hogar y explicar su demora de una semana entera en Nueva York.

—Pero dijiste que estarías en casa cuando llegara la novia de Fergus —se quejó Presley al oír su comunicado.

Harrison se dio una palmada en la frente por su olvido y torpeza.

El día jueves, la pareja del ternero mascota, Fergus, de Presley, llegaba desde una de las cercanas granjas a los terrenos del cultivo familiar, un año mayor que el consentido Fergus a quien la chica no quería ver solo porque según el pensamiento de Presley, nadie merecía estar solo, así que, habían construido una granja especial destinado a conejos, ovejas, cerdos, cabras y todo aquél animal que ella quisiera llevar a casa y responsabilizarse; y ya iban más de diez gatos y dos perros que Presley recogía vagando por las calles, heridos y desnutridos, los llevaba con su abuela quien llamaba de inmediato al veterinario y se convertía en una orgullosa madre.

—Lo sé, cariño, pero he tenido un contratiempo.

—¿Cuál?

—Me han invitado a una boda.

Al otro lado de la línea Presley aguantó la respiración durante unos segundos y luego estuvo a punto de perforarle el tímpano derecho tras escuchar el emocionado chillido que la pequeña soltó.

—¡Abuela, papá se quedará para una boda! —gritó feliz porque a ella le fascinaban tales eventos—. Joder, papá, que cuqui que vas a asistir a una boda en Nueva York —siguió diciendo, excitada—. Dios, ¿será al estilo de Chuck y Blair? Eso sería demasiado increíble: una boda al estilo de Gossip Girl. ¡Joder!

Harrison se llevó la mano libre a la nuca, descansándola unos segundos.

—No lo sé, hija —admitió—, ya te he dicho infinidad de veces que no veas ese programa. No tienes la edad suficiente y deja de decir groserías, por piedad.   

—Tengo ocho años, padre y no digo groserías.

—Joder.

—¡Tú eres quien dice groserías! ¡Abuela!

—¿Quieres pasarme a tu abuela, por favor?

—¿Me traerás un recuerdo de la boda?

—¿Para qué quieres un presente del acontecimiento?

—Porque Fergus y Carrie se sentirán ofendidos al faltar a su encuentro.

—¿Has elegido el nombre de uno de los libros de Stephen King?

—No, le he puesto el nombre de mi heroína Carrie Bradshaw de Sex and the city.

¿Por qué no le sorprendía?, se cuestionó Harrison frunciendo los labios.

Presley convivía a diario con la hija adoptiva de su madre, Sahara quien estaba por cumplir los dieciocho años y empezaba a influenciar bastante en la cría de ocho años porque Presley veía en Sahara a su heroína pues la chica había tomado la firme decisión de abandonar el hogar y estudiar la universidad en Nueva York, para ser más precisos, en Columbia. Su hija no concebía la vida fuera de la granja, lejos de su hogar y su abuela Mary Louise. Para ella, el mundo se reducía a extensos y verdes campos, rodeados de calma y serenidad, en comparación con las grandes urbes. Y Harrison esperaba que así continuara hasta que cumpliera la mayoría de edad, pero los hijos crecían y tarde o temprano se marchaban.

—Pásame a tu abuela, por favor, Presley —insistió.

—De acuerdo, papá. —Hizo una pausa y volvió a gritar con fuerza, haciendo que Harrison apartara el móvil de su oreja—. ¡Abuela, es papá!

Al otro lado de la línea, la sosegada y autoritaria voz de su madre se oyó:

—Deja de gritarle el teléfono, niña —regañó Mary Louise, llegando junto a ella y tomándolo cuando la niña se lo extendió—. Hola, cielo, ¿cómo te va allá?

—Estupendo. Me han invitado a la boda de una de las nietas de Marvin.

—Es inesperado, ¿no? —comentó su madre—. ¿Asistirás?

Harrison hizo una breve pausa, peinándose los dorados mechones que ya llevaba un poco más largos de lo habitual en él y asintió en silencio, reparando a continuación en que su madre no podía verlo.

—Sí, por eso te llamo —explicó—, estaré acá toda la semana porque la ceremonia es el próximo viernes y…

—¡Oh, Harrison, es estupendo! —apuntó, entusiasta—. Por lo general, las evitas.

Harrison hizo una mueca ante la obviedad de las palabras de su madre.

—Lo sé. —Soltó un suspiro—. Tengo mis reservas.

—Cariño, no hay depredadores en las bodas.

—Depredadoras —rectificó él. Bajó la mirada al suelo y dio una patada a la nada. Esa casa era impecable—. No hay depredadores, pero si depredadoras, mamá.

Su madre soltó una estridente carcajada, tan similar al carácter explosivo de su hija.

—Joder, Harrison, ve a la boda y baila con chicas preciosas —recomendó Mary Louise—, por cierto, debes traernos recuerditos.




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