Elea imploró en silencio que Harrison no la apartara y tachara de loca ante el brutal asalto que acababa de tener con él, echándosele encima y prácticamente violándole la boca. Se moriría de la vergüenza si la apartaba y le reclamaba enfrente de Leisa, por quien había dado ese espectáculo. La joven iba a probarle a su hermana lo equivocada que estaba al querer posponer su boda por un tipo como Harrison, quien no podía resistirse a las tentaciones. Que malinterpretara la escena como mejor le conviniera, pero que no volviera a creerse enamorada o lo que fuera que estuviera de Harrison Edevane.
Para su mayor alivio o quizás no tanto, las grandes y fuertes manos del hombre se ciñeron a su cintura, envolviéndola con poderío y pegando su cuerpo al suyo de manera que no quedara ni un milímetro de separación entre ambos y pudiera sentir su solidez y calor emanando de él, pero Elea no solo percibió su cercanía sino la dureza de su entrepierna que le presionaba el vientre con ímpetu, haciéndola abrir los ojos, asombrada y contemplar el masculino rostro inclinado sobre ella, devolviéndole las caricias con ojos cerrados, entregado a la ficticia escena de pasión.
¿Harrison Edevane era un gran actor merecedor del Óscar o no fingía en absoluto?, se cuestionó ella, aspirando hondo el embriagador olor que desprendía el cuerpo varonil que sostenían sus manos. Para ella estaba resultando difícil mantener sus sentidos en alerta porque pese a besar a Harrison con los ojos abiertos, también tenía que procurar el momento en el que Leisa irrumpiera en la alcoba, pero conforme los masculinos labios amoldaban los suyos en esa deliciosa caricia, la catapultaban a un declive de sensaciones recorriéndola entera.
No debería disfrutar besarse con él, si lo hizo fue porque tenía que echarle en cara a su hermana el garrafal error que estaba cometiendo ante la locura que la había embargado. Leisa debía ver con sus propios ojos sin que terceros la convencieran con palabras, que Harrison no era su ideal porque ningún hombre al que Leisa le comunicara su amor iba besándose con otras mujeres, lo que la hacía cuestionarse su casi beso con Boone, si de verdad él merecía a su hermana cuando aún guardaba sentimientos por ella y seguía confundido. Quizás no fuera mala idea que la boda no se llevara a cabo por el momento, quizás…
—¿Elea? —El estrangulado sonido que brotó de la garganta de Leisa, hizo pegar un respingo a la mujer, apartándose al instante sorprendida del hombretón—. ¡Eleanor!
La aludida se giró en redondo, encontrándose con una furibunda Leisa de pie en el umbral de la puerta sin dejar de aferrar el picaporte con fuerza. Vio que los colores huían de su rostro y temió que fuera a desmayarse, pero Leisa se recompuso de inmediato, sacudió la cabeza y abrió la boca para despotricar.
—¿Me puedes decir qué demonios haces aquí? ¿En la habitación de un hombre semidesnudo?
Elea arqueó las cejas de modo escéptico, ¿Leisa le exigía explicaciones cuando la que estaba comprometida era otra?
—Venga, hermana, la misma pregunta debería hacerte yo. —Pretendió alejarse de Harrison y de inmediato recordó la reacción de él por lo tanto, permaneció pegada a su cuerpo—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a hablar con Harrison —explicó, molesta.
—¿Y se puede saber de qué? ¿Por qué no me contaste de tus intenciones y así ambas pudimos haber acudido juntas? Además, no es bien visto que tú aparezcas sola en la habitación de hotel de un hombre soltero cuando estás comprometida y tu futuro marido debería andar contigo a todos lados.
Leisa irrumpió en la pieza, aunque no fuese invitada: no iba a conversar en el umbral y que todos los que pasaban se enterasen del tema de su charla.
—De asuntos, Elea —apuntó, malhumorada—, pero tú, ¿qué haces aquí? ¿A qué has venido y cómo supiste dónde encontrar a Harrison? Explícate de una buena vez, ¿quieres? Me empieza a dar migraña por tener una plática tan ridícula contigo.
—Leisa, coincido con tu hermana —intervino Harrison, manteniéndose detrás de Elea porque no deseaba mostrarse—. ¿A qué has venido? Con sinceridad, no hay nada de lo que debamos hablar o de lo contrario, lo hubiéramos hecho en tu casa y con tu madre presente porque no creo que sea un tema del que haya que esconderle a tu familia, ¿o sí?
—Harrison…
—Sin ánimos de ser grosero con ambas, ¿podrían salir de mi habitación y dejar que me duche? —Decidió finalizar esa niñería de una vez por todas o perdería su vuelo y no tenía intenciones de quedarse más tiempo si no iba a haber boda—. Por favor.
—Tenemos que hablar, Harrison —insistió Leisa—. De tu palabra depende que yo posponga mi casorio.
—Desearía que no me metieras en tus asuntos, Leisa. —Harrison se pasó una mano por el rostro con frustración—. Yo en ningún momento te he dado señales para malinterpretarlas. He sido amable contigo, pero hasta ahí y no más, así que, no comprendo por qué me involucras en tus decisiones. Si no quieres casarte con el chico, amárrate bien la falda y díselo a la cara, pero no metas a terceros. Aprende a solucionarlo como una adulta.
Leisa se le quedó mirando con los ojos como platos, incapaz de asimilar las palabras hirientes que le dirigía. No podía creer lo tonta que fue, lo estúpida que se sentía en esos momentos cuando él se mostraba tan ofensivo. En el momento que Leisa decidió presentarse en el hotel y exponerle que gracias a él se daba cuenta que no tenía sentido seguir con Boone porque su prometido no despertaba en ella el sinfín de sensaciones que Harrison le provocaba, no contó con que fuera a ser ofendida por ese hombre. Y al oírlo hablar, verlo portarse tan grosero y encontrarlo con su hermana, la desilusionaba.
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Editado: 24.10.2023