El mejor enemigo

EN SACO ROTO

 

Semejante confesión resultó difícil de procesar en la mente de Elea quien no supo de qué manera reaccionar. Se quedó plantada en el mismo sitio con la mano de Harrison ceñida a su cintura, manteniéndola apretada con fuerza a él: a su calor, su olor, y su fortaleza. Cerró los ojos en un intento por aclarar sus ideas y salir bien librada de la situación. No podía hacer más que sentir la dureza de la erección de Harrison presionándole el vientre y despertando en ella un sentimiento que creyó extinto hacía bastante tiempo.

No podían arriesgar ser vistos por nadie, mucho menos por Michelle y Sahara en una comprometedora situación y por ello, apoyó las manos contra el firme y amplio pecho, sintiendo el golpeteó del corazón del hombre, lo empujó debajo de la escalera. Harrison se dejó guiar por esa mujer tan confiada en sí misma y una vez en el hueco de la escalinata, se abalanzó sobre sus labios, pero Elea alcanzó a frenarlo.

—Alto. —Echó la cabeza atrás, encontrándose los masculinos labios a milímetros de los suyos. Apoyó el índice en ellos y sonrió—. Hace un par de días aseguraste que no sería nada fácil besarte.

—Cambié de opinión —masculló él, haciendo otro intento por besarla.

—¿Por qué?

Como respuesta, las grandes manos imprimieron un poco más de fuerza a su cintura, apretándola de nuevo a él. Se mostró orgulloso al distinguir la reacción en los desafiantes ojos azul grisáceo.

—Espero haber respondido tu pregunta.

—Sí —musitó ella antes de que los suaves y al mismo tiempo exigentes labios se posaran sobre los suyos, dándole un beso que la hizo soltar un suave gemido, sin importarle que la respuesta por su parte le inflara más el ego a Harrison.

Elea le echó los brazos al cuello, apretándose más a él y correspondiendo con la misma intensidad a la sensual caricia, sintiéndose tan excitada como él lo estaba en esos momentos. Lo deseaba más de lo que le gustara admitir porque Harrison era frustrante, arrogante y malditamente sexual. Su cuerpo añoraba sentir el roce de sus manos por doquier no solo aferrando su cintura como lo hacía en esos instantes. Deseaba a Harrison en su interior, otorgándole el placer del que privó a su cuerpo hacía tiempo.

—Te deseo —masculló ella contra sus labios, enterrando los dedos en los dorados y ondulados cabellos.

—¿Aquí y ahora? —Quiso saber él, guiando sus manos hasta la curvatura del blando trasero y propinándole un brusco apretón—. ¿Hum?

¡Sí!, gritó su subconsciente conforme las tortuosas manos ascendían hasta sus pechos, envolviéndolos en ellas y estrujándolos por encima de las ropas. Por supuesto que lo necesitaba ahí mismo y en esos instantes, no podía ser tan hipócrita negándose cuando Harrison comprobaba su excitación. Pero también tenía que ser inteligente y darse cuenta del lugar donde se encontraban.

—Aquí no. —Mordisqueó sus labios, tirando con suavidad del inferior.

Ni ahí ni en otro lugar, le echó en cara su conciencia. Abrió los ojos como platos al descubrir lo que estaba haciendo, al darse cuenta de lo que pretendía hacer en su lugar de trabajo, con su socia y empleada a escasos metros de ellos y una esquina desde la cual, los ventanales tenían toda la panorámica hacia el interior. Retrocedió un paso todavía con las manos de Harrison sobre su cuerpo, amoldándolo y encendiendo cada milímetro de su piel.

¿Qué estaba haciendo?, se exigió saber molesta por haber cedido con tanta facilidad a los encantos de ese arrogante hombre que la miraba con ojos oscurecidos por el deseo. ¿Acaso había enloquecido?, siguió despotricando consigo misma.

No estaba portándose como una mujer adulta e inteligente. Cedía a los impulsos de su cuerpo y a las necesidades que despertaban en él como torbellinos con el roce de unas fuertes y exigentes manos, y el causante principal de todo continuaba aferrándola, impidiéndole huir y perderse de vista.

—¿Qué ocurre? —exigió saber él, buscando su mirada—. ¿Eleanor?

Elea sacudió la cabeza, deshaciéndose de su agarre y retrocediendo de él, poniendo un visible muro entre ambos. Se trataba de una monumental locura, es decir, besarse y desear acostarse con él, no podía hacerlo. No lo conocía de nada, apenas y se soportaban, por ende, no concebía la idea de desearlo al grado de ignorar todas las medidas de precaución que tan bien la caracterizaban. Ella no iba besándose con cualquier tipo por muy apuesto o encantador o sensual que resultara, no, ella tomaba sus propias medidas para no cometer una tontería, para no cagarla. Y ahí estaba, sintiendo las piernas temblorosas y un intenso calor fundiéndose en su vientre y centrándose en su sexo.

—¿Te das cuenta en el sitio que nos encontramos? —Le echó en cara, pasándose los temblorosos dedos entre los lisos cabellos platino. Inhaló profundo, retomando el control sobre sí misma—. Harrison, mira a tu alrededor y date cuenta que no es ni el momento ni el lugar y tampoco es lo correcto.

Harrison echó la cabeza atrás, impactado ante la frialdad con que le hablaba cuando momentos antes correspondía a sus besos con la misma intensidad.

—¿Qué no es lo correcto? ¿Excitarme? ¿Arrojarme un balde de agua helada encima y apagarme? ¿Qué puto juego es éste? —Dio una larga zancada en su dirección y alcanzó a cogerla del brazo al ver que se alejaría—. Responde.




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