El mejor enemigo

OPUESTA AL RESTO

 

Elea atendía sonriente a una señora en compañía de su hija adolescente quien no se decidía entre comprar un collar de perlas o un camafeo para obsequiárselo a su hermana. Ella le daba opciones mas la mujer no lograba elegir ninguna y estuvo a punto de recomendarle que se llevara el camafeo cuando la puerta de grueso cristal se abrió y la resplandeciente sonrisa se le esfumó de golpe.

A unos metros de distancia un par de grandes e insondables ojos azules la miraban fijo, provocándole una vez más el desagradable y al mismo tiempo delicioso calor instalarse en su vientre. Desvió la mirada y volvió a centrarla en sus clientas a pesar de apreciar un ligero cosquilleo recorrerle la piel en cuanto Michelle, Sahara y Harrison pasaron por delante del mostrador y percibiéndose a salvo de la presencia de ese hombre, se atrevió a alzar la vista para volverse a encontrar con los ojos azules fijos en ella.

Ese era el momento que volvía a arrepentirse ante el hecho por no haberse puesto más terca con Michelle, hacer valer sus derechos como inquilina y oponerse con rotundidad, pero ver ascender las fuertes piernas y contemplar el redondeado trasero enfundado en viejos vaqueros del hombre, la hizo olvidarse de ser desagradable.

—¿Señorita? —la llamó la mujer con evidente molestia por ignorarla—. ¿Disculpe?

Elea salió de su estupor, devolviendo su atención, avergonzada porque la chillona e indignada voz alcanzó a llegarle a Harrison quien rió quedito, burlándose de ella.

—Perdone —se excusó con la señora quien no dejaba de observarla con las finas cejas doradas elevadas—, ¿qué decía?

La clienta le puso los ojos en blanco, ofendida porque no la tomase en cuenta.

—Le decía que me he decidió por el camafeo. —Señaló con la barbilla—. ¿Podría envolverlo para regalo? Me gustaría que tuviera pliegues.

Elea asintió pausado, ella no tenía muy buenos dones con manejar el papel. Era un completo asco envolviendo obsequios y Michelle lo sabía tanto como ella, en especial si de un pedido con ciertas exigencias era requerido.

—Deseamos que sea un tono rosa suave y listones de seda en color vino —agregó la adolescente con sonrisita de suficiencia—. Lo requerimos ahora mismo.

Elea volvió a asentir porque la cría la hubiera puesto en una situación tan incómoda. Ella no hacía manualidades, tenía un título en mercadotecnia y había abierto una boutique vintage aunada a una fundación para animales de la calle: no hacía manualidades.

—Claro que sí. —Se vio en la obligación de responder en ausencia de su socia. Tal vez se trataba del momento idóneo para poner a prueba a su nueva empleada y ver si tenía dotes con las envolturas—. Regreso en un minuto.

Sin darle oportunidad para replicar, Elea salió detrás del mostrador y corrió escaleras arriba, alcanzando a Michelle pese a que tuvo que empujar a Harrison en el acto. Tiró de su amiga hacia un rincón aparte de oídos curiosos en la amplia estancia.

—Necesito que me eches una mano —le susurró al oído—. La clienta desea que envuelvan su regalo.

Michelle frunció la nariz, apartándose y mirándola a la cara, Elea era un completo asco en ello y de ninguna manera permitiría que una clienta suya se marchara con un mal sabor de boca o en dicho caso se con la insatisfacción entre sus manos.

—Vale, me encargo yo. —Inspiró hondo y apuntó con el índice justo en el centro del pecho de su amiga—. Tú encárgate de mostrar el piso y procura ser agradable.

—De acuerdo. —Asintió energética con la cabeza, ignorando la presencia del imperioso hombre a metros de ella.

Michelle quiso mostrarse como gran anfitriona, convenciendo a Harrison que la oportunidad de que Sahara se mudara no era tan descabellada como pensaba y que tanto Elea como ella eran muy buenas compañeras de piso. Sin embargo, no contó de momento con un inconveniente como envolver regalos y luego, dejaba todo en manos de su amiga y esperaba en que Elea tuviera la capacidad para convencer al caballero con sus palabras filosas. Cruzaba los dedos para que no la liara.

—Se ha presentado un inconveniente que solo yo puedo resolver —anunció Michelle a sus invitados—. Tendré que dejarlos en compañía de mi socia.

Sahara vio la oportunidad que esperaba de mostrarles a ambas mujeres que podía ser gran elemento en Sprinkle, por tanto, se ofreció a echarle una mano.

—Te acompaño, creo que es Harrison quien necesita convencerse más que yo.

—Perfecto —asintió Michelle, emprendiendo la marcha una vez más rumbo a la tienda—. Los esperamos abajo.

Elea se apresuró a posicionarse en el centro de la amplia estancia, alejándose de él y manteniéndose profesional a la vez. Se alisó la impoluta blusa blanca con encajes y cuadró los hombros hacia atrás, bien firme ante la perspectiva de quedarse a solas. Se recordó que tenía que ser amable, a fin de cuentas, podría asegurar que en esos momentos él sufría.

—Como te darás cuenta, el sitio es lo bastante amplio para albergar a las tres sin problema alguno —empezó a decir, apretando los puños con fuerza ante el escrutinio de sus ojos azules—. Tenemos una pequeña cocina al otro lado de la barda, el amplio salón de estar se complementa de modo adecuado con el comedor y también hay unas agradables panorámicas de la calle para no estar aburridas.




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