El mejor enemigo

PRUÉBATE A TI MISMA

 

¿En qué estabas pensando, Eleanor Albertson cuando aceptaste tener una cita a ciegas, siguiéndole el juego a Michelle?, se preguntó al atravesar la entrada y encontrarse de pie en mitad del lobby, tratando de identificar a un hombre que coincidiera con las características físicas que le había dado Michelle. Según ella, Arthur gozaba de vestir trajes de tweed muy al estilo del famoso protagonista de la saga del Código da Vinci, Robert Langdon, porque en su descripción se leía que era acérrimo del escritor Dan Brown.

Eso le sucedía por aceptar que Michelle interviniera en su vida sentimental, la cual era nula. No había vida sentimental en su haber, estaba sola desde hacía varios años y muy acostumbrada. Se consideraba una mujer fuerte y tenaz, capaz de valerse por sí misma sin la necesidad de ningún caballero andante, pero también debería dejar a un lado el orgullo y admitir que había ocasiones en las cuales, si precisaba de alguien más para hablar, para desahogarse y acurrucarse. Sí, se sentía sola. Tan sola que no tuvo más remedio que seguirle la corriente a Michelle y verse con un extraño.

Un extraño que lee a Dan Brown, se dijo, tratando de identificar al tipo en cuestión. Su abuelo gozaba con las historias del autor, en un par de ocasiones tuvo la oportunidad de compartir algunas palabras con el hombre y de vez en cuando se frecuentaban, no es que fueran grandes amigos, pero ese pequeño escalón también sirvió para que su padre, con la ayuda de su abuelo se diera a conocer más en su campo como escritor.

Y ella se hallaba estirando el cuello en búsqueda de un tipo que vistiera un traje de tweed cuando la mayoría de los presentes iban informales. Sacudió la cabeza e hizo una mueca, al volverse a cuestionar por qué había accedido a salir con un desconocido que leía a Dan Brown y se caracterizaba con su memorable personaje, quizás hubiera sido mejor denegar la cita y quedarse en casa viendo Younger o The Nanny, cualquier serie que no la hiciera tener que buscar a alguien que desconocía.

Ya, seguro él también se había arrepentido y decidido plantarla como muchas otras veces Elea fue capaz porque no le apetecía conocer a nadie, porque no estaba interesada en hacerlo y porque llegó a sentirse muy bien sola con su soledad.

—Me siento ridícula —masculló para sí.

Ninguna cita a ciegas había asistido al sitio de encuentro, debía hacerse a la idea, dar media vuelta y volver al apartamento, tal vez de paso compraría una pizza y un bote grande de helado, lo que fuera para pasar una noche más, sola.

—¿Eleanor? —Una suave y armónica voz la llamó desde el otro lado del lugar, atrayendo no sólo la atención de la joven sino de algunos presentes más—. Por acá.

Ella no tuvo más remedio que acudir a donde el desgarbado chico la esperaba, vistiendo su traje a cuadros marrón de tweed, camisa azul claro y corbata un tono más oscuro, haciendo juego. Se adentró en el restaurante, esquivando a algunos conocidos e ignorándolos por completo. No iba a ponerse a charlar con ninguno de ellos o de lo contrario, la asaltarían con montones de preguntas a las cuales no tenía respuesta.

Llegó hasta la última mesa esquinada donde su cita la esperaba de pie, exhibiendo una tímida sonrisa y una mirada cautelosa.

—¿Arthur? —preguntó a pesar de que su mente ya se había hecho una idea de que ese larguirucho hombre de pálida piel en contraste con los oscuros y abundantes cabellos lisos, y complexión osteológica, se trataba de su cita a ciegas.

—Sí —asintió. Extendió una mano de largos y huesudos dedos hacia ella—. Arthur Nolan, es un placer conocerte en persona, Eleanor.

Eleanor le dio un fuerte apretón, sonriendo ante la sinceridad detectada en sus palabras y sintiendo que quizás no hubiera sido mala idea aceptar salir con él, a fin de cuentas, era muy probable que Arthur representara al príncipe de cuento que de pequeña pobló su imaginación. Uno nunca sabía y tampoco podía negarse la oportunidad para conocerlo y probar que salía de todo ese embrollo.

~*~*~*~

Cuando se hicieron las diez de la noche y los comensales empezaron a retirarse del restaurante, Elea no sintió pasar el tiempo. Se sorprendió al descubrir lo rápido que había transcurrido la noche en compañía de Arthur, charlando, riéndose de asuntos irrelevantes, haciendo a un lado a la mujer empoderada y permitiendo sentirse una vez más como una chica a quien podría salvarla un caballero andante. Era relajante perderse en una ligera charla, donde no los llevara a discusiones, donde ambos empezaran a conocerse, pero por mucho que Elea fuera optimista y estuviera convencida con que Arthur era un tipo encantador y que gustosa tendría una segunda cita, tampoco podía engañarse y mentirse respecto a que no existía química sexual.

No sintió nada de lo que experimentó la primera vez que vio a Harrison por accidente, disputándose un taxi y resultaba frustrante porque pensó llena de ingenuidad que así sucedería, que se daría cuenta que podía sentir una arrolladora atracción sexual por alguien más, alguien muy opuesto a un hombre que la sacaba de sus cabales. Y por supuesto que tendría una segunda cita y otra más si fuera necesario, pero ella debía darse cuenta que estaba mal por sentirse tan atraída por Edevane.

~*~*~*~

Harrison no se quedó a dormir tal y como Sahara le recomendó que hiciera para no conducir tarde hasta casa, alegó que tenía aún demasiado trabajo y ya la visitaría o llamaría en otra ocasión para preguntarle qué tal le iba, a fin de cuentas, él no pensaba pisar de nuevo el edificio donde una preciosa y enloquecedora rubia lo habitaba, o al menos era lo que deseaba hacer porque todavía tenían pendiente un asunto que atañía a ambos.




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