El mejor enemigo

PRIMERAS IMPRESIONES

 

Las buenas intenciones por parte de Harrison se vieron interferidas gracias a su hija y el apoyo de su madre y Sahara en el asunto.

—¿Qué es lo que quieres exactamente, Sahara? —inquirió de mala gana una vez que pudo aparcar en la plaza libre del estacionamiento y su hija no dejaba de parlotear sin sentido—. Sé concreta.

Presley, como toda niña de ocho años quien acababa de presenciar la aparición de un personaje femenino nada frecuente por esos rumbos, estaba extasiada por pasar con la hermosa joven rubia unas horas, acapararla para ella sola y mostrarle la vida en la granja con sus consentidos animales y su querida familia.

—Vamos de picnic —propuso ella. Se desabrochó el cinturón de seguridad se y adelantó a su padre al descender de la camioneta, moviéndose para despertar al peludo Chuchú, uno de sus tantos gatos—. Sería genial que la invitada de Sahara se divirtiera al disfrutar de la naturaleza tanto como nosotros lo hacemos.

Harrison se limitó a mantener los labios cerrados, bajando del vehículo y cerrar de portazo, evitando alzar la mirada hacia el balcón de donde había salido la etérea aparición. Lo peor de la situación era que, se conocía de memoria los corredores de la casa y sabía con exactitud en qué dormitorio estaba alojada.

—Presley, tengo mucho trabajo —se disculpó—, no deseo ser un mal anfitrión, pero cariño, papá está muy ocupado.

—Es fin de semana —se quejó la niña, haciéndole un mohín.

—Incluso los fines de semana

Presley inspiró hondo, consciente que cuando su padre se ponía en aquel plan donde le negaba todo sin ninguna explicación, no obtendría nada pese a su insistencia, así que, no lo hizo, no volvió a suplicar más y decidió que recurriría a su abuela, quien tal vez estaría encantada tanto o más como ella con la invitada de Sahara. Conocía a las amigas de su tía y no eran para nada llamativas en comparación con la que ocupaba la alcoba que quedaba enfrente de su dormitorio.

—Está bien, papi, no insistiré más contigo —comunicó muy seria, llamando a Chuchú—, pero recurriré al apoyo de la abuela porque ya sabes que detesta que sus huéspedes se agobien entre cuatro paredes sin conocer más allá de la mansión.

El hombre estuvo tentado a retener a su hija, prohibirle que no fuera a hacer ninguna tontería al respecto porque conocía tan bien a su madre que no dudaba que le cumpliera el capricho a la nieta consentida, sin embargo, no lo hizo, la dejó alejarse corriendo y riéndose llena de júbilo con un gordo gato pardo detrás de ella, a quien Harrison en muy contadas ocasiones vio correr con tanta agilidad.

No detuvo a Presley porque estaba siendo hipócrita consigo mismo y sabía a la perfección lo mucho que deseaba el encuentro con la preciosa y desquiciante rubia.

~*~*~*~

La comida se servía a las cuatro de la tarde, ése fue el comunicado que la señora de la casa le hizo llegar a Elea hasta su habitación por medio de su ama de llaves, una estirada y morena mujer que no disimuló en absoluto el desagrado por tenerlas. Y Elea no iba a prestar atención a sus malos modales, no era algo que le importara a fin de cuentas esa sería la primera y la última vez que estuviese ahí.

No había visto a Michelle desde que a cada una se le asignó su propio dormitorio e intuyó que su amiga debía haber descansado, muy al contrario de ella. No pudo reposar un segundo porque intentó descifrar cada sonido del exterior, pero las paredes al parecer fueron diseñadas para aislar del ruido. Entonces dejó de buscar cualquier detalle por minúsculo que pareciera y fue a darse una rápida ducha con agua tibia para refrescarse del largo viaje por carretera y bajar a comer a tiempo para evitarse recibir una mirada desaprobatoria o reprimenda por parte de la señora de la casa y todo el personal.

Tras ducharse y perfumarse con sus lociones preferidas, Elea se puso su cómoda ropa interior y vistió con el vestido rojo de algodón, con manga corta y cuello alto que había sacado de su equipaje y tenía extendido sobre la cama. Un extraño sentimiento de poder y sensualidad sobre sí misma la invadía cada vez que usaba ese tono, la hacía sentirse hermosa y poderosa, capaz de hacer todo lo que se propusiera… seducir a quien ella quisiera. Soltó una sonora risotada, divertida ante el ridículo pensamiento que acababa de atravesar por su mente.

No cabía duda que el aire limpio del campo empezaba a afectar con severidad, se dijo, metiéndose el vestido por la cabeza con rapidez cuando unos suaves golpes llamaron a su puerta e intuyó que se trataba de la eficiente ama de llaves.

—¡Adelante! —Fue su despreocupada respuesta, agachándose para buscar en su maleta los zapatos que iba a ponerse.

Harrison irrumpió sin hacer el menor rumor, no habló una vez que ella le dio el permiso para entrar en su aposento. Cerró con delicadeza la puerta detrás de sí, apoyando su espalda contra ésta y cruzando los brazos sobre el pecho, contemplando la figura femenina arrodillada en el suelo escarbando entre sus objetos.

Elea vestía un llamativo vestido que se ajustaba a cada curva de su delgada figura, los platinos cabellos cayéndole desparramados y sin cuidado al frente, buscando absorta y sin tener en cuenta al hombre que se encontraba detrás y la contemplaba fascinado.

Tras entrar en la casa, Harrison se encontró en la incógnita de dejar pasar el tema que tenían pendiente para otra ocasión o abordarlo de una buena vez sin tener más personas entre ellos de por medio que fueran a atestiguar el tema. Sin embargo, verla ahí arrodillada, moviéndose tan ajena a su escrutinio y pareciendo a sus ojos la cosa más bella que había visto en mucho tiempo, deseó abalanzarse y poseerla tal y como deseaba hacerlo desde la última vez que se vieron, desde la primera vez que estuvieron juntos. Apretó los puños con fuerza y resopló frustrado, atrayendo la atención de Elea quien de inmediato se levantó del suelo dispuesta a echarle la bronca.




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