El mejor enemigo

DIFÍCIL DE DESCIFRAR

 

Elea no podía seguir fingiendo calma cuando la ansiedad acababa de hacer de las suyas, colándose en cada rincón de su mente, en cada neurona, retorciéndolas tan duro en un puño que la asustó y la hizo detenerse de golpe mientras caminaban por el empinado sendero que los conducía hasta una colina y ahí estaban las caballerizas y la famosa granja para animales grandes. Se trataba de un largo recorrido y Elea pensó que con la caminata su ansiedad disminuiría, pero no fue así, ocurrió todo lo contrario y no sabía de qué modo actuar salvo quedarse plantada en su sitio mientras los demás seguían caminando y charlaban animados.

La única persona en darse cuenta de su retraso, fue Harrison quien giró la cabeza en su dirección y la vio rezagada con expresión lívida en el rostro. Regresó sobre sus pasos para ver qué le ocurría, el porqué de su palidez y gesto de terror que mostraba conforme miraba a su alrededor y apretaba los puños con fuerza a ambos lados de su cuerpo.

—¿Eleanor? —La llamó él con suavidad—. ¿Qué ocurre?

Sus grandes y azul grisáceo ojos lucían como un cervatillo asustado, fijos en los suyos que la escrutaban con sincera preocupación.

—Estoy teniendo un ataque de ansiedad —musitó, abrazándose a sí misma.

Harrison se puso enfrente de ella sin saber qué hacer, jamás había conocido a nadie que tuviera tales padecimientos y no sabía cómo actuar con una persona así. Desconocía cómo funcionaba la ansiedad como enfermedad.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—No montaré a caballo —murmuró, sintiendo que el pecho le dolía y la respiración se volvía más pesada. Odiaba tener esos episodios.

Harrison apoyó las manos sobre sus hombros en un intento por confortarla.

—Nadie te obligará a lo contrario —prometió—. ¿Quieres regresar a la casa?

Estaba tentada a regresar, pero llamaría la atención de las chicas y no deseaba ser cuestionada al respecto. Se rehusaba a admitir que sufría con lo que otros disfrutaban.

—Prefiero quedarme aquí —respondió. Echó un vistazo a su alrededor y vio que el arroyuelo estaba a unos pasos del sendero—. Necesito descansar.

Harrison apretó los labios en una fina línea, dándose cuenta que la palidez de su rostro seguía ahí tan fantasmal y temía que algo le sucediera, sintiéndose responsable por sus huéspedes, en especial por ella.

—Me quedaré contigo.

—No, Harrison. —Se rehusó a aceptar que le hiciera compañía y no cumpliera con el paseo por los ciruelos tal como prometió—. Estaré bien aquí.

—De ninguna manera —objetó—, Sahara y Presley conocen a la perfección el camino y llevarán a Michelle con ellas. Son capaces de cuidar de sí mismas como de quien vaya acompañándolas, así que, no temas por tu amiga.

Temía por ella, por quedarse con él y sus emociones dispersas, y sin tener control de ellas en esos momentos. Pero fue incapaz de expresarse en voz alta, sino que se limitó a verlo dirigirse hacia las tres chicas que se habían detenido al descubrir que no estaban con ellas y esperaron a unos metros de distancia para ver qué ocurría y por qué demoraban.

Harrison explicó la situación y al escuchar a Michelle que volvería a hacerle compañía a su amiga, él le aseguró que estaría bien y sería él quien se quedara con Elea mientras las demás disfrutaban del paseo. Poco convencida, la mujer asintió seguir adelante con los planes que tenían para el resto de la tarde y retomó la marcha a las caballerizas con Sahara y Presley charlando con fluidez respecto a lo que harían después.

—No era necesario que te quedes acompañándome —comentó Elea al verlo volver.

Harrison se encogió de hombros, inspiró hondo el fresco aire de la tarde y fingió repasar con la mirada los alrededores sin tener idea de qué harían mientras esperaban.

—Eres mi invitada y estás bajo mi responsabilidad.

Elea lo miró de reojo cuando se pusieron en marcha rumbo a la sombra de un viejo sauce sembrado muy cerca del arroyuelo.

—En realidad, soy invitada de Sahara y no deseo ser tu responsabilidad.

—Sahara apenas cuida de sí misma —comentó, llegando al árbol y deteniéndose debajo de la agradable sombra que proyectaba a su alrededor—. Mi hermana no hubiera sabido actuar ante tu crisis de ansiedad.

Elea se dejó caer con sumo cuidado en la alta hierba que crecía a orillas del arroyo.

—Tú tampoco —le recordó con una sonrisa—, por cierto, gracias.

Harrison se sentó junto a ella, sus brazos casi rozándose ante la cercanía.

—¿Quieres hablar al respecto? —ofreció él, estirando las largas y poderosos piernas musculosas, cruzando los tobillos.

—No hay mucho de qué hablar —respondió, encogiéndose de hombros—. Llevo un tiempo con ella, se va y regresa cuando siento que la tengo bajo control.

—¿Has visto a algún especialista en el tema?

—He dejado de ver a mi psicólogo porque me harté de contarle mis asuntos a una persona que no ha resuelto mis problemas y a quien le pago bastante dinero —reveló—. Y desde que dejé de verlo no he vuelto a buscar ningún otro loquero que me ayude con mi problema de ansiedad.




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