El mejor enemigo

SUS LÍMITES

 

El restaurante Hereford Road era un opulento edificio de dos pisos construido de oscura madera y ladrillos en su misma tonalidad y la pared que daba hacia la calle principal de grueso cristal, permitiendo que quienes pasaban contemplaran desde afuera el interior. El lugar estaba bastante congregado y esa cálida noche de finales de marzo se disfrutaba.

Sahara estaba contándoles lo divertido que fue la tarde al montaron a caballo y recorrer el campo de ciruelos, relatando anécdotas de Presley que sacaron sonoras carcajadas al padre y quien lucía tan despreocupado escuchando hablar a su hermana. De inmediato hubo un tremendo cambio en la actitud de ambos.

—¡Oh, por Dios! —exclamó Sahara, escudándose detrás de la carta—. Dios, mío, Harrison. ¡Mira!

Harrison, quien estaba a punto de llevarse el vaso de agua con hielos a los labios, lo detuvo a mitad de camino, examinando la dirección que su hermana señalaba.

—¿Qué hay? —Quiso saber Michelle, movida por la curiosidad.

Ninguno de los dos respondió, sino que permanecieron en silencio mostrando expresiones contradictorias; Sahara asombrada y Harrison furioso. Él no disimulaba en absoluto la rabia que le provocaba ver a la pareja que caminaba en su dirección y quienes seguían sin prestarles atención a su presencia.

En otro tiempo, la hermosa mujer de largos cabellos marrones, apariencia de modelo y risa musical, fue la amada y fiel esposa de Harrison Edevane: Jessa Fields.

Desde que Presley tenía un año y Jessa la abandonó al cuidado de su padre para fugarse con un cantante de rock, Harrison le perdió la pista. No habían vuelto a verse y su divorcio fue en tratado solo por sus abogados sin ellos tener contacto alguno y ese día, el destino volvía a ponerla delante de su exmarido. Harrison no tenía intenciones de mostrarse amable con una mujer que fue capaz de renunciar a su bebé por su capricho de largarse a recorrer el mundo con un tipo que recién conocía.

Jessa descubrió a su antigua familia instalados en una mesa con dos mujeres a quienes no ubicó de ningún lado y tampoco le importaba conocer. Tiró de la mano de su compañero y ambos avanzaron hasta el reducido grupo, afuera del restaurante que, en el pasado, fue su favorito. Estaba casada en la actualidad con un buen hombre que la comprendía al cien por ciento, quien había apoyado sus sueños como cantante de música country cuando sintió que no funcionó lo suyo con la estrella de rock y lo dejó todo por buscar su estabilidad. Cuando estuvo con Harrison era muy joven y sin visión del mundo, en el presente, casada y con dos hijos con el hombre de su vida, se sentía con más fortaleza.

—Hola, chicos. Buenas noches. —Se plantó al lado de la mesa, sonriendo como si fueran viejos amigos—. ¿Cómo están?

Sahara fue la primera en recomponerse de la impresión al volver a ver a su excuñada tan preciosa, delgada y feliz como no la vio nunca al lado de su hermano. Y se alegraba por ella, porque Jessa hubiera encontrado la ansiada felicidad, aunque hubiera sido con otro hombre y no con Harrison.

—Jessa, ¿qué tal estás? —La joven se levantó de su silla y de modo automático, abrazo a la mujer que olía a coco y vainilla—. Dios, te ves increíble.

Entre ambas mujeres siempre existió una entrañable amistad, el tiempo que Jessa formó parte de la familia Edevane, Sahara la vio como a una hermana más y no podía guardarle rencor si había tomado una decisión distinta al resto.

—Y tú estás hermosa —replicó Jessa, tomando su moreno rostro entre las manos y fijando su mirada a la suya—. Ya eres toda una mujer.

Tanto Elea como Michelle empezaron a sentirse fuera de lugar en aquel sitio al no tener idea de quién pudiese ser la castaña.

—¿Cómo estás, Harrison? —Se dirigió al apuesto hombre de intensa mirada azul que no dejaba de fruncir los labios y apretar los puños con evidente disgusto.

—Estoy bien.

Jessa asintió en silencio, sin dejar que la escueta y fría respuesta le afectara.

—Es bueno escucharlo. —Sonrió llena de despreocupación y confianza—. Bueno, es genial volver a verlos, pero es momento de continuar nuestro recorrido.

—¿Hace tiempo que están en la ciudad? —Quiso saber Sahara, reparando en la presencia del tipo moreno y delgado que acompañaba a Jessa.

La blanca sonrisa de Jessa se extendió aún más por todo su rostro, ofreciéndole la mano a su pareja, el cual la cogió de inmediato ante la mirada rabiosa de Harrison.

—Quiero presentarles a Ross Bosworth, mi marido.

Tras la presentación, los integrantes en la mesa se quedaron en silencio, Elea y Michelle porque estaban interesadas en la situación, Sahara por las sorpresas que no dejaba de recibir y Harrison por la ira que no cesaba de sentir.

—¿La estrella de rock? No se parece al greñudo por el que abandonaste a tu hija, a tu marido y a tu hogar, Jessa, cariño. —Le echó en cara, escupiendo su furia a la lívida mujer que no dejaba de mirarlo con los ojos como platos—. ¿Este quién es?

Jessa pestañeó un par de veces, inspiró hondo y se recompuso de inmediato al sentirse avergonzada por ese bruto que tuvo por cónyuge en el pasado.

—Mi marido, ya lo he presentado —respondió con toda la educación de la que merecía Harrison—, no es necesario que te explique más porque tampoco es de tu interés.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.