El mejor enemigo

OPORTUNIDAD EN EL AMOR

 

Elea bostezó, estirándose aún en la inconsciencia del sueño y sonriendo, dejando escapar un placentero ronroneo. Giró sobre su costado y su mano tocó el cálido y duro cuerpo que la acompañaba en el lecho, se enderezó sobre un codo y advirtió la serenidad que mostraba el rostro de Harrison dormido profundamente, tan ajeno al mundo que los rodeaba. Desconocía la hora, pero no creía que fuera muy temprano y conociendo a la dueña de la casa, tendrían que salir de la cama cuanto antes.

Después de haber tenido un par de deliciosos órganos gracias a ese hombre, Elea cayó rendida como bebé y durmió sin necesidad de antidepresivos ni tampoco estuvo despertando a lo largo de la noche como le sucedía seguido. Estaba feliz por haber pasado una noche sin interrupciones: satisfecha y descansada.

Se incorporó sobre un codo y sacudió la cabeza, contemplando el masculino rostro relajado: tenía un brazo extendido a lo largo del cuerpo y la otra reposaba sobre su amplio pecho salpicado por una dorada y suave capa de vello rizado. Elea era de encontrar atractivos a los hombres que se depilaban el pecho, pero en Harrison se vería ridícula semejante imagen debido a que exudaba masculinidad en cada poro de la piel.

Era perfecto y se detestó por encontrarse contemplándolo como virgen después de su primera vez. No era la primera vez que veía ni tampoco tenía a un hombre desnudo, pero si la primera que un hombre la hacía sentir diferente, extraña a lo que acostumbraba, aunque en realidad no se daba tal lujo para ponerse a encontrarle nombre a las sensaciones de su cuerpo. Era una mujer simple que no se andaba con tanto sentimentalismo, sino que prefería ir directo al grano y salir bien librada de todo, sin embargo, ahí se hallaba, todavía metida en la cama con el impresionante hombre que abarcaba gran parte del lecho.

—¿Qué es lo que te parece tan fascinante que eres incapaz de dejar tu escrutinio?

La ronca y adormilada voz del varón la hizo pegar un respingo, arrugó la frente e hizo un mohín tras comprobar que él estaba despierto.

—Cuando duermes, no dejas de fruncir el ceño —señaló, trazando una línea imaginaria por su frente y nariz—, ya se te ha hecho una marcada arruga.

—Lo cual me hace ver más atractivo para las mujeres —bromeó sin abrir los ojos.

Elea sonrió, siguiendo el contorno de las pobladas cejas oscuras.

—Es posible —murmuró, acariciando los labios cincelados—, que seas sugestivo.

—E interesante.

—También.

—Y fascinante.

—Y un ególatra —reconoció, riéndose.

Una ronca y sensual risa brotó de los labios rosados y entonces abrió los ojos, encontrándose con los de la mujer que había gritado su nombre cada vez que la llevó a la locura y que tenerla ahí, a su lado, lo volvía a excitar.

—Y tú eres hermosa —masculló. Estiró su mano y envolvió el sonrosado rostro de la joven—. Y muy caliente.

Elea agachó la cabeza unos segundos, escondiendo la cara de su abrazadora mirada con la cortina de cabellos platinos que le cayó al frente.

—Lo tomaré como un halago. —Inspiró hondo, sentándose y cubriéndose con la arrugada sábana la desnudez de su pálido cuerpo—. Pero debes marcharte.

Harrison giró sobre su costado, metiendo un brazo por debajo de la almohada y abrazándose a ésta. Se amoldó en la cama para estar más cómodo y estiró la mano hacia el cuerpo de la joven, cogiendo el lienzo y tirando.

—Quiero verte —pidió al notar su resistencia.

—Ya te dije que debes marcharte del dormitorio —repitió Elea, negándose a soltar la prenda—. Harrison, no es broma. De verdad no deseo que Michelle irrumpa y te descubra metido en la cama, sería la historia sin fin dándole explicaciones.

—No tienes por qué darle ningún esclarecimiento a nadie —murmuró, rodando y poniéndose de espaldas—. Eres una adulta que sabe lo que hace, tampoco eres una niña o su novia para explicarle lo acontecido entre nosotros.

—Entonces, vete —insistió—. Sal de mi cama y deja que me vista.

Harrison se cubrió el rostro con el brazo, ignorando la luz que se filtraba entre las ligeras cortinas.

—Es domingo, mi madre tiene la costumbre de levantarse desde muy temprano e ir a la ciudad a hacer la compra semanal —farfulló—. Regresa antes del almuerzo y no le da tiempo de subir de nuevo para asegurarse que ya hayamos despertado. Nos da el día libre para hacer nuestra voluntad.

Pero ella no podía olvidarse de tomar sus medicaciones y por ello, salió de inmediato de la cama y corrió hacia su maleta, colocada en una esquina de la habitación donde tenía guardado su neceser personal. Sacó su frasco de píldoras y fue al cuarto de baño para beber directo del grifo, mientras aferraba la sábana con un puño a su cuerpo. Al salir y regresar a la habitación, encontró a Harrison aún acostado, cubriéndose el rostro con el brazo y ese gesto la disgustó por estar ignorándola a su antojo.

—Harrison, levántate —ordenó. Se paró a los pies de la cama, pero no insistió porque todos sus sentidos se fijaron en la imagen de él a su merced.

Se mordió los labios, silenciando una risita tonta mientras sus ojos acariciaban el perfecto cuerpo de dura y suave musculatura, de un bonito color cremoso y cubierto casi en su mayoría por castaño vello. Tenía una pierna fuera de las cobijas mientras que la otra estaba enredada y resguardando a duras penas la pelvis: Harrison era un hombre hermoso y poderoso en todos sus sentidos. La noche anterior, fundido en su interior y llevándola al límite de la razón, la hizo volver a sentirse viva, feliz y desinhibida. Pero debía recordarse que se trataba de sexo, de puro sexo sin ninguna emoción aparte de la carnal, así que, estaba loca si se permitía experimentar más con él.




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