El mejor enemigo

UN TROZO DE SU VIDA

 

Presley se negó en acompañar a las mujeres por quedarse con su madre, sorprendiéndose con la facilidad de Jessa de ganarse la confianza de la niña ante su simpatía y palabras cariñosas. Sahara estaba muy nerviosa ante el desconcierto de lo que acababa de acontecer, no podía creer el descaro de Jessa para hablar con la niña y asegurarle que estaba arrepentida al dejarla con su padre todos esos años, pero que ya estaba de vuelta y era para quedarse con ella. Ante la atención de las tres, mientras Sahara intentaba comunicarse con Harrison, Jessa se llevó la niña aparte para que oídos curiosos no oyeran una conversación que solo les concernía a madre e hija.

Elea no podía quitarle el ojo a la exmujer de Harrison mientras Sahara le marcaba a su hermano sin obtener respuestas en los primeros tres intentos. No podía creer que existiera una mujer tan cínica, es decir, lo que era capaz de comprender, la ex de Harrison había perdido todo contacto con los Edevane, en especial con su hija por marcharse con un tipo con el cual ya no estaba en pareja.

¿Qué clase de mujer abandona a su familia, a su hija por irse detrás de alguien con quien no encontrará la estabilidad?, cuestionó Elea con la mirada fija en la despampanante castaña y la pequeña niña que escuchaba absorta lo que fuera que le estuviera diciendo. No quería juzgar a la exmujer de Harrison, pero pudo haber abandonado a su marido y llevarse consigo a la niña. No debía inmiscuirse, pero no le causaba buena impresión la presencia de Jessa actuando como si nada hubiera ocurrido: no tenía derecho a trastocar a la niña.

—Harrison ya viene para acá —comunicó Sahara, llegando al lado de sus jefas. Michelle también permanecía a prudente distancia de Jessa—. Se escuchaba furioso.

—Y cómo no iba a estarlo —se quejó Michelle, cruzándose de brazos—, la cínica de su ex parece querer borrar el tiempo perdido con su hija.

—Lo sé y yo no debí admitir que se acercara a Presley —murmuró, angustiada—, lo que menos deseo es que mi hermano le arme la bronca a Jessa delante de la niña.

Elea asintió pensativa, viendo como Presley abrazaba con efusividad a su madre y ésta parecía dudar unos segundos por devolver el gesto.

—No creo que lo haga —comentó Elea—, al menos no si no desea llevarse a su hija pataleando por privarla de la presencia de su madre. Tu hermano es un hombre listo y sabrá cómo actuar, Sahara. Tranquila.

Pero la joven no estaba serena ya que su hermano no dejaba de repetirle hasta el cansancio que no toleraría saber que Presley había tenido contacto con su irresponsable Jessa y Sahara había permitido que madre e hija charlaran, pero estaba totalmente segura de que Harrison iba a despotricar contra ella y su estupidez. Y la angustia por esperar que su hermano llegara iba en aumento mientras transcurrían los minutos.

~*~*~*~

Harrison se montó en la camioneta nada más escuchar los nombres de su hija y exmujer en una misma oración. No le dio tiempo a su hermana de explicarle bien porque prometió estar con ellas de inmediato y rescatar a su hija de las garras de Jessa. Le sorprendía el cinismo de esa mujer. Hacía más de ocho años que se había marchado de la ciudad, de la granja, de su lado, jurando jamás volver a poner un pie en ese lugar y daba la casualidad que regresaba como si nada hubiera ocurrido, como si ella no lo hubiera abandonado por largarse con un cantante de rock mientras su hija era demasiado pequeña y él apenas se daba abasto con la granja.

No le importó dejarlo solo al cuidado de la niña, ni tampoco le las explicaciones que pudiera darle a la pequeña cuando preguntara por ella, no, Jessa decidió seguir su locura y marcharse. Y en la actualidad deseaba cambiar el juego a su suerte, menuda hipócrita era.

No recordaba con exactitud lo ocurrido hacía tantos años, pero de lo que si estaba seguro y era que Jessa perjuró que no tendría nada con la niña con tal de obtener su ansiada libertad. Y así fue como Harrison le dio el divorcio, convencido que su matrimonio no tenía solución y que Jessa no aparecería nunca más en su vida. Sin embargo, la voluble mujer cambiaba de parecer como de ropa y regresaba a joderle la vida de nueva cuenta.

Furioso, golpeó el centro del volante y piso el acelerador a fondo al divisar el centro de Hereford, justo donde Sahara aseguró que estaban. Por fortuna, no hubo que buscar demasiado entre las concurridas calles, localizó el Bentley blanco que conducía su hermana y a las mujeres junto a éste, y un Maserati en un reluciente azul metálico. Aparcó a poca distancia en un espacio libre que encontró en la plaza del estacionamiento y sin preámbulos, descendió de la camioneta, avanzando a largas zancadas directo a ellas.

Esa era la primera vez que Elea veía a un Harrison furioso, ni siquiera le dedicó una mirada al pasar, en realidad, no se fijó en nadie más que no fuera su hija riendo encantada con Jessa. Su intención no era armar un escándalo sino llamar a Presley y llevársela, pero al ver la despreocupación y familiaridad con la que la mujer trataba a una niña de la que no tenía ningún conocimiento, a la que abandonó siendo muy pequeña y de quien se sacudió toda responsabilidad, hizo que le hirviera la sangre y llegara al lado de Presley, la cogiera de la mano y alejara de la mujer.

—¡Oye! —se quejó la pequeña, sorprendida por el comportamiento de su padre.

—Te he repetido infinidad de veces que no hables con extraños —masculló, llevándola casi a rastras hasta la camioneta—. ¿Por qué me has desobedecido?




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