El mejor enemigo

UN HOMBRE DE PALABRA

 

Harrison experimentó el viaje de negocios a Nueva York como un déjà vu, no fue porque hubiera cedido el taxi que pensaba abordar, ni porque hubiera llegado retrasado al encuentro con su socio, sino porque sentía que toda la conversación que mantuvo con su viejo amigo, ya había sucedido antes.

Tomó una honda bocana de aire y esperó impaciente que Marvin apareciera en el salón de estar, donde Harrison llevaba varios minutos a pesar de que no quería demorarse mucho, deseaba tratar el asunto con Marvin lo más pronto posible para todos, pero cuando decidió realizar una visita a su viejo amigo, no contó con que una vez más, la casa estuviera vuelta loca con la boda de Leisa que se llevaría a cabo ese fin de semana.

Quizás debió haber abierto los correos que le envió su viejo camarada en lugar de ignorarlos como lo hizo cuando estos fueron llegando, de ese modo se hubiera ahorrado ese embarazoso episodio de espera, y ya estuviera de regreso en su hotel, dispuesto a volver a Inglaterra donde la loca de su exmujer no dejaba de rondar su hogar y por capricho de Presley, Jessa era bienvenida. Todavía continuaba impactado ante la facilidad con la que Jessa se había ganado la confianza de su hija y sí, él estaba furioso y al mismo tiempo celoso ante la imposibilidad de alejar a la mujer de su hogar, de su hija.

Pero Jessa era inteligente y supo cuál era la mejor manera de volver a meterse en su vida por muchas trabas que él hubiera puesto, ambos tenían una hija en común, estuvieron casados y se enamoraron siendo muy jóvenes, sin embargo, su exmujer no conocía el significado de la palabra vergüenza porque sin el mínimo sentimiento de ella tuvo la desfachatez de involucrarse con su hija a sabiendas que no pensaba quedarse en su vida.

Se levantó de su asiento, con la intención de marcharse lo más pronto posible y regresar a casa porque ahí se sentía en constante estado de agitación. Ante el mínimo ruido, reaccionaba y giraba el cuerpo hacia la puerta de madera del salón de estar para verificar si alguien irrumpía.

No perdería más tiempo, así que, dirigió sus pasos directo a la puerta y se frenó cuando ésta se abrió de golpe. Su mirada se encontró con un par de grandes ojos azul grisáceo cuyo reconocimiento pasó de la sorpresa al desagrado en instantes.

Elea ignoró la presencia de Harrison y centrarse en algo de mayor provecho como llevar a instalarse en el salón de estar a su acompañante de ese fin de semana, así que, pasó de largo con Arthur pisándole los talones y llevándolo a sentarse en el largo sofá. El joven larguirucho se frenó unos instantes para mirar al invitado y saludarlo, haciendo gala de los buenos modales recibidos por las mujeres de su hogar y de quienes estaba muy orgulloso por haberse convertido en el hombre que era en el presente o de lo contrario, una mujer como Eleanor Albertson jamás hubiese posado su atención en él.

—Hola, soy Arthur Nolan —se presentó el joven ante Harrison quien lo miró con las cejas arqueadas.

—Harrison Edevane —respondió, dándole un brusco apretón de mano.

Arthur disimuló lo mejor que pudo la incomodidad experimentada ante la frialdad que emanaba el tipo y siguió a Elea, encontrándola sentada. Ella no iba a permitir que Harrison volviera a hacerla sentir vulnerable.

—Bienvenido, señor Edevane. —Se vio en la obligación de saludar y mostrarse amable ante el desconcierto mostrado por parte de su acompañante—. ¿Qué tal el viaje?

Harrison se giró hacia ella, se metió las manos en los bolsillos delanteros del pantalón y apretó los puños con fuerza. Por dentro estaba furioso con ella por comportarse como si hacía poco más de un mes no hubieran estado lo más cerca que les era posible, sin embargo, debía exhibir su más despreocupado semblante, procurando que nada lo delatara, guardándose sus emociones para sí mismo en lugar de revelárselos a esa altanera.

—Agradable —respondió. Le lanzó una suspicaz mirada a la preciosa rubia enfundada en el largo mono negro de manga de tres cuartos—. Gracias.

Elea sonrió por educación, cruzando una pierna encima de la otra y moviendo el pie como tic nervioso.

—Me alegro. Por cierto, el abuelo se encuentra en la biblioteca.

Harrison no hizo ningún comentario, el ama de llaves le había revelado que Marvin iría a atenderlo en cuanto se desocupara de sus pendientes, y él esperaba que no fuera a dilatarse y obligarlo a permanecer más rato en compañía de la extraña pareja.

—Me quedaré a esperarlo —comentó como sin nada. Volvió sobre sus pasos y de nuevo se sentó en el sillón frente al joven dúo—. Deseo no les importe que les haga compañía un rato más.

—Para nada —manifestó Arthur, feliz por no tener que quedarse a solas con una mujer que lo ponía muy nervioso.

Por lo general a Arthur cualquier fémina guapa que tuviera la oportunidad de conocer, lo ponía muy inquieto y siempre, sin excepción alguna terminaba cometiendo el ridículo, avergonzándose y abochornándolas a ellas. Harrison Edevane con su actitud de macho alfa y una total seguridad en sí mismo, le brindaba incluso a Arthur confianza.

Elea no tuvo oportunidad de negarse porque su cita para la boda de Leisa se mostraba más interesado en la compañía del imponente hombre, que en la suya. Sabía que Arthur era extraño, pero no al grado de pasarla a un segundo plano y es que, en cuanto Harrison mencionó su dedicación a la producción de ciruela, Arthur no dudó ni un segundo en exponerle la tesis de su doctorado, en la que hablaba de la modificación de semillas resistentes al tipo de suelo, clima y que permitieran una mejor adaptabilidad y mayor producción, de igual modo, le expuso sus deseos por trabajar en la más importante multinacional estadounidense.




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