El mejor enemigo

EL MAYOR ERROR

 

—¿Puedes explicar por qué demonios te besabas con Harrison Edevane?

La pregunta de Leisa la tomó desprevenida, en ningún momento Elea reparó en los ojos que estarían atentos, siguiendo cada movimiento suyo y aún menos, prestarle tanta atención mientras estuvo en compañía del hombre, disfrutando de una deliciosa y sensual sesión de caricias. Y resultaba que Leisa, y quizás el resto de los presentes habían atestiguado su breve idilio como los grandes cotillas que resultaban ser.

Elea se enderezó, arqueando las cejas y contemplando a su hermana sin dar crédito a lo que oía. La joven se había detenido a arreglarse la falda del vestido, alejándose de Harrison a quien instó ir solo para no levantar sospechas.

—¿Perdona? —cuestionó Elea, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño—. ¿Por qué piensas que debo darte explicaciones?

—Porque se trata de uno de los grandes amigos de la familia y no deseo que por malos entendidos que haya más adelante, la relación se trunque —detalló Leisa, disgustada por mantener esa conversación cuando el ensayo acababa de reanudarse—. Es un hombre importante y rico y…

—¿Y por qué solo ves virtud en él? —la encaró Elea—. Desde el momento que le has conocido jamás has mencionado ningún defecto, salvo honradeces y no suena nada bien viniendo de una mujer que está próxima a casarse.

—¿Qué insinúas?

—Nada, eres tú quien pospuso la boda porque dudaba respecto a si Boone era o no el hombre de su vida y precisamente fue porque tuviste la fortuna de conocer al granjero millonario. —Se encogió de hombros con despreocupación—. Soy directa, hermana mía y no deseo que continúes con esa montaña rusa a la que tu imaginación te arroja.

—¿A qué montaña rusa te refieres?

Elea arqueó las cejas, dándole a entender lo difícil que era engañarla. La conocía tan bien que intuía cuando Leisa mentía y los nervios eran los principales delatores.

—A la que tú solita te has subido —señaló y frustrada, se pasó ambas manos por el rostro, restregándoselo sin considerar si el maquillaje se arruinaba—. Leisa, no hemos hablado mucho desde la última vez que nos vimos y con estos días en los que estás centrada en los detalles finales para tu boda apenas y nos vemos. Debemos conversar.

—Hoy no, Eleanor —sentenció su hermana con rotundidad—. Mañana es mi gran día y como tú acabas de mencionar, estoy planeando los detalles finales, así que, no tengo tiempo. Ya podremos hacerlo luego, quizás cuando regrese de mi dulce luna de miel.

—En realidad, no me interesa hablar cuando vuelvas de tu luna de miel. —La cogió del codo y arrastró con ella hasta uno de los rincones más alejados del jardín, soportando las quejas de Leisa—. Lo haremos ahora, pequeña insensata. —Se frenaron y Elea la cogió por los brazos con fuerza, mirándola directo a los ojos—. ¿Amas a Boone?

Leisa echó la cabeza haca atrás, frunciendo el ceño y apretando los labios con fuerza ya que no estaba preparada para una pregunta tan directa. Iba a casarse con él tras varios años de noviazgo, era un buen hombre, un excelente amigo y su confidente en cada locura cometida, lo conocía desde que eran muy jóvenes y confiaba en él para cederle cada día de su vida. Pero Boone no le provocaba ese singular sentimiento de arrojo, no experimentaba ninguna arrebatadora emoción, no encendía cada fibra de su piel.

Ya lo había hablado con su madre y en total intimidad, Harriet le confió que no era necesario añorar que el marido la desnudara y le hiciera el amor la noche entera lleno de entrega y sensualidad, sino que podía irse a la cama sin que nadie perturbara su sueño. Su madre lo describía como amor y Leisa estaba de acuerdo, necesitaba un amigo en todos los sentidos y bueno, el amante no siempre era lo que más ansiaba para conversar tras un arduo día de trabajo o quejarse de su familia. Lo quería, no cabía duda alguna, pero no lo amaba al extremo: esa era su manera de amar.

—Lo amo —respondió, tras aquellos instantes de meditación—, ¿por qué preguntas semejante bobada? ¿Acaso estás celosa porque Boone me ama a mí?

Elea resopló, no le confesaría a Leisa lo ocurrido meses atrás, cuando Boone le reclamó que ella continuaba siendo la mujer de su vida y no su hermana. No deseaba tener una discusión ridícula con Leisa justo la noche del último ensayo de boda.

—Sabes que no es así. —La soltó, retrocediendo una zancada—. Es una reverenda ridiculez pensar semejante atrocidad, Leisa.

—Entonces, ¿por qué cuestionas el amor que experimento por él?

—Yo no cuestiono nada —se defendió Elea, furibunda—. Tú empezaste pidiendo explicaciones que no pienso darte.

—Bien, pues tampoco hagas preguntas que no te incumben.

—¡Pues bien! —gritó como niña berrinchuda, empujándola y pasando a su lado.

Elea no hizo ademan por ir tras ella, le permitió continuar adelante, enfurruñada y con las miradas de quienes se encontraron a su alrededor, siguiendo cada movimiento. Se quedó rezagada, dándole ventaja a su hermana para poner en orden sus ideas y de paso, que el mal humor se le esfumara. Estaba preocupada por Leisa, es decir, el día de mañana uniría su vida a la de un buen hombre y pese a no haberle confesado la verdad, ella la intuía, no amaba a Boone ni él amaba a Leisa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.