El mejor enemigo

SUS PRINCIPIOS

 

El ensayo de boda finalizó tras varios minutos de no ponerse de acuerdo, de presenciar el berrinche de Leisa porque le desagradaba la estatura entre una pareja de sus padrinos y porque el novio parecía ausente y se movía por mera inercia. Elea esbozó sonrisas radiantes y despreocupadas, ignorando el hecho de haber mantenido una incómoda discusión con Boone y asaltada con un sorpresivo beso; su conciencia se ensañaba con ella y pedía a gritos que se confesara con su hermana que su novio había manifestado abiertamente que sentía que estaba cometiendo un grave error casándose con ella.

 Se encontraba en un gran y terrible dilema. Y lo peor era que, si le confesaba todo a Leisa, pensaría que lo hacía por envidia ya que, según ella, Elea estaba celosa porque Boone hubiera preferido unir su vida a la suya.

—Quita esa cara —le reprochó Harriet, acercándose a ella cuando por fin la mujer encontró la oportunidad de hablar con su hija menor—. No luces nada feliz.

—Estoy cansada —mintió Elea, frunciendo el ceño cuando Harriet le dedico toda su atención—. Ha demorado demasiado un simple ensayo, madre.

—Tu hermana desea que todo quede perfecto para el día de mañana —le recordó—. Es su gran día y debemos apoyarla en todo lo que se encuentre en nuestras manos y si Leisa dice que todavía hace falta para que salga perfecto, nosotros tenemos que acatar sus órdenes. —Le lanzó una mirada de fastidio—. Deberías dejar de ser tan egoísta, Eleanor.

La joven apretó los labios, pero se abstuvo de mostrar su tedio.

—Reitero: estoy cansada.

Harriet sacudió la cabeza manteniendo una amable sonrisa con quien se cruzaba delante de ellas, no deseaba que su comportamiento levantara malos comentarios.

—Pon mejor cara, no pienso repetirlo, Eleanor —murmuró, cogiéndola del brazo con fuerza—, al menos finge que eres feliz mientras tu hermana lo sea.

—Soy feliz —se quejó la joven—. Madre, llevamos varias horas aquí y es imposible que continúe poniéndole buena cara a los demás, hago todo lo posible por hacerlo.

—Pues hazlo mejor, cariño. —Le dio unas palmaditas en el brazo—. Que no estás consiguiéndolo en absoluto. Muchos de nuestros amigos supieron de su noviazgo y ahora me preguntan si esto te ha afectado.

La expresión de Elea fue todo un poema cuando miró a su madre y comprobó que no bromeaba ni exageraba en lo que mencionaba.

—¡Por Dios, que son cotillas tus amistades! —chilló—. Fuimos novios a los dieciséis años, éramos casi niños y con franqueza, jamás sentí un gran amor por él porque era muy joven e inexperta —se quejó—. Deberían dedicarse a hacer algo beneficioso y dejar de cuchichear a espaldas de los demás.

Harriet elevó las cejas, escéptica ante su explicación.

—¿Por qué te afecta tanto? —Quiso saber, cruzándose de brazos.

—No me perturba, madre —masculló, disgustada ante la ridícula actitud que tomaba Harriet—. Ahora, ¿podemos dejar este tema sin importancia? No deseamos que mi hermana entre en crisis una vez más cuando ya ha superado los minutos perdidos durante el ensayo y ya es hora de ir a casa, ¿o no? Si hoy ha sido un día largo, mañana imagínatelo, será mucho peor.

Harriet le dio la razón a su hija y resopló, sacudiendo la cabeza y retirándose del sitio donde antes estuvieron las dos paradas y guiando sus pasos una vez más hacia donde se encontraba su hija mayor en compañía de su futuro marido y los padres de éste.

Elea se sintió aliviada porque con la constante insistencia de su madre por ponerse pesada, empezaba a experimentar los indicios de su ansiedad. Y lo que menos esperaba justo en esos momentos era sentir eso que tanto la asustaba y no sabía cómo controlarlos con exactitud. Tampoco deseaba llamar la atención de los demás y que estos conocieran de su enfermedad debido a que ella siempre se había jactado de tener una mente fuerte y sana.

Resopló con violencia y sacudió la cabeza, liberándose del pesar y dedicándose a ir en busca de Rufus con quien había asistido al ensayo y del cual se había separado y no cruzado palabra durante aquellas horas. Caminó entre los asistentes, cobijados en las sombras y la luz que proyectaba la noche, buscando a su hermano, pero fallando en el proceso. Se sacó el móvil del bolso y marcó el número de Rufus, sin embargo, le saltó la contestadora para su desazón porque lo menos que deseaba era regresar con sus padres a casa. Con Rufus podían demorarse más, ir a cenar por ahí siempre y cuando ella le asegurase que sería quien pagara debido al insuficiente crédito del que gozaba su hermano y su falta de trabajo.

Pero todo indicaba que Rufus ya se había retirado desde hacía rato sin avisarle, abandonándola a su suerte, por lo cual, no tenía más remedio que volver a casa con sus progenitores y soportar las ridículas charlas de Harriet con respecto al día siguiente. Esperaba que no insistiera más con el tema de su antiguo noviazgo y los supuestos sentimientos de Elea hacia Boone o entrarían en una infructuosa discusión.

Se encaminó rumbo al grupito conformado por sus padres y los progenitores del novio, cabizbaja y dispuesta a no tolerar comentarios absurdos, pero una poderosa mano se cerró alrededor de su muñeca y tiró de ella a la oscuridad sin medir palabra alguna. Por unos segundos, Elea experimentó cierto temor debido a la inesperada acción por parte de su captor, mas al aspirar el costo olor de la colonia de Harrison, respiró aliviada.




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