Harrison salió del edificio, aspirando hondo el fresco aire de la noche. Aun no podía creer en la clase de idiota en la que fue capaz de comportarse con Elea hacía rato: la había insultado tras haber follado con ella y todo por su estúpido ego. No comprendía por qué cada vez que la sorprendía teniendo contacto con su exnovio, una incontrolable rabia lo embargaba, apoderándose de todos sus sentidos y resultaba imposible mantener bajo control, algo que debería aprender a hacer si no deseaba continuar en una guerra donde no habría triunfador, al menos él, no saldría ganando, lo intuía.
Pidió que le entregaran su vehículo alquilado al valet parking y esperó con paciencia su llegada para retirarse del lugar e irse a descansar. Admitía que discutir con Elea, lo agotaba, lo dejaba en una especie de limbo y no sabía cuál era la mejor manera de surgir a la superficie porque el camino para llegar hasta ahí era confuso.
Se llevó una mano a la boca, acallando un bostezo. No estaba seguro de la hora, pero intuía que ya era tarde para llamar a casa y verificar cómo estaban, aunque debían estar marchando de maravilla ya que ni su madre ni hermana ni mucho menos su propia hija, se habían comunicado con él. Y estaba tan enfrascado en sus asuntos esperado su auto que no vio salir a la femenina figura de platinos cabellos, enfurruñada, con las zapatillas en la mano, descalza y precipitada fuera del edificio, buscando en todas direcciones con la mirada y desesperándose al no obtener los resultados añorados.
Elea no deseaba permanecer plantada en la acera, sola y lidiando con comentarios de borrachos que la harían sentir insegura, pero si no se quedaba por los menos unos minutos, no encontraría ningún taxi y tendría que regresar a casa con su madre, lo cual, era lo que menos deseaba a aquellas horas si lo que más anhelaba era descansar, intuyendo que el día siguiente sería largo y tedioso.
Estudiando todas direcciones, reparó en el hombre que estaba ahí afuera debajo del amplio toldo a rayas blancas y cafés, con la mirada fija en el frente y los labios fruncidos. Se sintió tentada en acercarse, pero recordó la discusión que mantuvieron con anterioridad y sacudió la cabeza, prefería quedarse sola, esperando un taxi en la noche, en lugar de acercársele y ser la primera en dar el brazo a torcer. Había sido él quien la insultó, ella en ningún momento mencionó palabra para agredirlo, sino que Harrison Edevane era un total y completo imbécil que malinterpretaba las situaciones como mejor le parecieran y donde lo dejaran bien parado, y a los demás, como acusados mientras él se jactaba de ser verdugo.
¿Y por qué piensas tanto en una situación que no te importa?, se regañó, cruzándose de brazos y poniéndose de puntillas para mirar mejor alrededor. Estaba claro que le daba más calidad de la que debía a un hecho pasado, pero su mente trabajaba veloz al verse sometida a situaciones como la anterior. Había llegado a la rotunda conclusión de que Harrison Edevane tenía serios problemas, es decir, por un fallo de una persona ya sentía que podía catalogar a todas por igual y estaba muy equivocado. Y ella no sería quien hiciera cambiar de opinión a nadie, cada quien era libre de pensar lo que le viniera en gana.
~*~*~*~
El tan ya familiar perfume de Elea le llegó como bofetada una vez que el aire comenzó a soplar en la dirección que se encontraba, giró el rostro y descubrió a la desquiciante mujer, descalza en la acera y en espera de Dios sabía qué. No parecía una hora propia para una mujer sola en la calle y menos teniendo en cuenta el alto índice de criminalidad en aquella ciudad, así que, haciendo a un lado el hecho de haberla ofendido hacía unos minutos y echando a volar su arrepentimiento, tomó la firme decisión de ir con ella y acompañarla unos minutos, pues su vehículo demoraba.
Al darse cuenta Elea de sus intenciones, le lanzó una mirada envenenada que por unos instantes lo noqueó, enseguida sacudió la cabeza y siguió andando en su dirección, divertido ante el comportamiento que podían adquirir los dos, como si de dos grandes enemigos se tratasen y lo único de lo que eran capaces era de solucionarlo todo en la cama. Al menos era lo que ansiaba justo en esos momentos al verla ahí de pie, sin disimular su cólera hacia él y excitándolo sobremanera.
Acortó las distancias que los separaban, colocándose a su lado en total silencio y con las manos metidas en los bolsillos delanteros del pantalón, fingiendo apreciar la fresca noche que los envolvía. Elea por su parte apenas podía disimular las ganas de asestarle un puñetazo, pero se contuvo; no se trataba del mejor momento para ponerse ruda con él, estaba cansada, tenía frío y quería irse a dormir. No iba a gastar energías que no tenía con ese hombre. Sin embargo, él no abría la boca, no mencionaba palabra alguna y ese insignificante detalle la desquiciaba todavía más, así que, haciendo a un lado su orgullo, decidió ser ella la primera en romper el incómodo silencio.
—¿Y bien? ¿Qué se supone que hace acá, señor Edevane? ¿Acaso no pierde oportunidad de sacar todo lo que lo ahoga que ha decidido salir y continuar con nuestra bronca afuera?
Harrison arqueó las doradas cejas, mirándola lleno de estupefacción. Sacudió la cabeza y abrió la boca, dispuesto a refutar, sin embargo, no acudieron las palabras para defenderse del agravio y decidió mantenerla cerrada.
—Que pesado, Edevane —se quejó, insistiendo en su desesperada búsqueda de un taxi—. Eres incapaz de solucionar todo de tajo e insistes en buscarle la quinta pata al gato donde no la hay.
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Editado: 24.10.2023