El coro de Bohemian Rhapsody de Queen, sonaba de modo tan nítido que hizo cuestionarse a Elea de dónde provenía tanto ruido y quién demonios ponía a ese volumen la música a tan tempranas horas del día. Le dolía la cabeza, no le quedó la menor duda al momento de realizar el más leve movimiento para optar por otra posición y acomodarse en la cama y seguir durmiendo. Sin embargo, supo en el momento de abrazarse y enterrar el rostro en la almohada que no le pertenecía porque no olía a su perfume, sino a otro distinto: varonil y costoso. De inmediato abrió los ojos, provocándose más dolor en la retina y maldiciendo entre dientes al contemplar el lugar donde había pasado la noche.
—¡Joder! —exclamó. Al instante las manos viajaron a su cuerpo, comprobando que llevaba su vestido puesto.
No estaba desnuda, al menos supo que en efecto, había se quedó con alguien que había respetado sus deseos de dormir y, quién era ese hombre, pues nada más y nada menos que Harrison Edevane. Dio un respingo, llevándose las manos a la cabeza y peinándose los desordenados cabellos platinos con los dedos. No tenía idea de la hora, no recordaba con exactitud cómo había llegado ahí porque sus ideas estaban confusas. Se sentía desorientada, mareada y nerviosa.
La melodía volvió a oírse desde el sofá de la habitación y Elea la reconoció como el timbre de llamada que tenía implementado y aun así no se movió, no hizo ademán alguno para salir de la cama e ir a comprobar quién intentaba contactarla. Temía hacerlo y darse de bruces con la realidad y es que, no le había informado nada a nadie de dónde o con quién se iría, estaba tan molesta con su madre que lo menos que quería y necesitaba era marcharse a casa con ella y lidiar con sus reproches. Cansaba, la agotaba todo el tiempo tener que discutir con ella por nimiedades.
Tras varios minutos de contemplar la nada, tomó la decisión de abandonar el lecho en busca de sus objetos personales. Apartó las suaves cobijas, se arrastró hasta el borde y permaneció sentada, frunciendo el ceño al pisar con sus pies desnudos la frialdad del suelo. Desde que su móvil sonó, ningún otro ruido proveniente de la habitación se hizo escuchar, preguntándose si estaba sola o Harrison le daba su propio espacio y andaba merodeando.
Como fuera, tenía de salir y preparase pues se trataba del día de la boda de su hermana y por ninguna razón se retrasaría, aunque contemplando la intensidad de los rayos solares, algo le decía que no estaba con buen tiempo de llegada. Localizó sus zapatillas alineadas a unos pasos de la cama, se levantó y fue a por ellas, enseguida caminó hasta el sillón donde estaba su bolso y se detuvo, dudando entre buscar su móvil para ver quién estuvo llamándola o dedicarse a ignorarlo y seguir su camino fuera del lugar, apurándose para ir y arreglarse, y soportar los reclamos de Harriet por no atender las llamadas ni dar señal de su paradero.
Al final, se sentó en el sillón y buscó entre sus pertenencias el infernal aparato, verificando que todavía estaba a tiempo de arreglarse al ver la hora y descubriendo que la persona que la estuvo llamando fue Michelle.
Respiró aliviada porque no se tratase de su familia quien tal vez ya estuviera como loca, rastreándola. Ya tendría tiempo de devolverle la llamada a Michelle, por el momento, tenía que largarse de esa habitación cuyo dueño no se veía por ningún lado. Tomó sus enseres en una mano y la otra se la llevó a la cintura, echando un vistazo a su alrededor y frunciendo el ceño al reparar en el sencillo hecho de que no podía irse sin agradecer el gesto que Harrison tuvo con ella, dándole hospedaje. Volvió a dejarse caer en el sillón, buscando dentro de su bolsa su libreta de apuntes y bolígrafo.
Gracias por haberme dado hospedaje por la noche, Harrison.
Att. Elea.
Sonrió satisfecha por la breve nota que iba directo al grano, arrancó la hoja y la depositó sobre la mesita central, levantándose y caminando directo a la puerta de salida. No estaba segura si se encontraría con Harrison en la boda, pero quería verlo y agradecerle en persona lo que hizo por ella.
~*~*~*~
—¿Cómo que Jessa fue a la granja? ¿Por qué demonios no me llamaste mientras estuvo ahí? ¿A qué jodidos fue esa bruja? —estalló Harrison, andando de un lado a otro en el lobby ante la atenta mirada de quienes pululaban—. Sabes a la perfección que no es bienvenida y tiene vetada la entrada a mi hogar desde que tuvo la grandiosa idea de fugarse con el músico ese…
—Presley se negó con rotundidad a deshacerse de su madre tan pronto —lo cortó Sahara, quien lo había llamado creyendo que era buena idea ponerlo al tanto de la situación—. Harrison, es su madre y…
—Tú y mamá saben a la perfección que esa mujer no es nada con ella —la interrumpió, furioso—. Ella renunció a todo derecho sobre mi hija. No es su madre. Presley solo me tiene a mí y a ustedes como familia, a nadie más.
Al otro lado de la línea, Sahara deseó darse de cabezazos contra la pared por haberlo llamado y enterarlo de lo acontecido el día anterior. Se sentía en la obligación de informar a su hermano de todo lo que sucedía en la granja, por esa razón lo llamó sin imaginar que fuese a ponerlo de un humor de perros.
—Lo sé…
—Entonces, si lo sabes. —Se pasó una mano por el rostro, frustrado al encontrarse a miles de kilómetros de su hogar. Deseaba zarandear a su hermana por tonta—. ¿Por qué demonios le permitieron la entrada? Ella no tiene qué hacer nada ahí, Sahara.
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Editado: 24.10.2023