El mejor enemigo

SIEMPRE EN EL LÍMITE

 

—Estoy seguro que lo que necesitas en estos momentos para calmarte, es estar lejos de tu hogar.

Elea apenas pudo procesar el ofrecimiento de ese hombre a su hermana. Se quedó estática en el escalón y las piernas ya no le obedecieron para continuar descendiendo, ni siquiera podía imaginar le expresión anhelante de Leisa ante semejante convite.

Leisa por su parte lo miró, sorprendida ante su recomendación. Ella pensaba lo mismo, sin embargo, no encontraba a dónde ir cuando todos sus amigos estaban ya al corriente de la situación que vivía y no perderían la oportunidad para asaltarla con preguntas embarazosas, deseando con ansias conocer más de la ruptura.

—¿Por qué no viajas conmigo a Londres? —ofreció él, sin pararse un segundo a pensar que la abierta invitación tanto a Harriet como a Leisa, le abría una puerta a la ilusión—. Quizás lejos de aquí puedas calmar tus pensamientos y liberarte de todas esas emociones que te embargan en estos momentos. Las puertas de mi casa están abiertas para que vayas y te quedes el tiempo que necesites.

Elea experimentó una desagradable sensación de desesperación tras atender semejantes palabras, hizo un esfuerzo sobrehumano para no descender a la carrera e interrumpir, meter sus narices donde no la llamaban y persuadir tanto a Leisa como a Harrison la pésima idea de alejarse, pero no lo hizo, se limitó a aferrarse del barandal y escuchar sin ser descubierta una plática que le hacía hervir la sangre, apretar los puños con fuerza y morderse los labios para retener los improperios que se le ocurría soltar y desahogarse; no tenía ningún derecho de inmiscuirse donde no la llamaban y si Harrison invitaba a su herma a sus dominios, no debía importarle en absoluto.

—Me parece una maravillosa idea, Leisa. —Harriet se mostraba más eufórica que su hija—. Anda, levántate y ve a empacar con rapidez que yo me encargo de conseguir un boleto de avión para que viajes con Harrison.

—Mamá, yo no… —empezó a quejarse Leisa, lazándole una mirada de disculpa al magnifico hombre que estaba parado delante de ella y era un tipo perfecto en comparación con el imbécil de Boone quien canceló todo el día que se suponía debería ser el más feliz de todos. Sería idiota si rechazara su invitación por incitarla a pasar unos días en su hogar, siendo su huésped y superando su decepción—. Tienes razón —asintió—. Madre, tú encárgate de buscar en Internet y yo me dedicaré a empacar lo más veloz que nunca he sido para no demorar más a Harrison. —Le sonrió agradecida al aludido—. Vuelvo enseguida.

Él le devolvió el gesto, dedicándole un asentimiento de cabeza.

—Tómate el tiempo que necesites, estaré aquí esperando.

Leisa salió disparada rumbo a la escalera, dejando a Harrison en compañía de su madre y arrojando a segundo plano los sentimientos de desazón que experimentó a lo largo del día gracias a la inesperada boda cancelada por parte de Boone. Por unos momentos deseó morirse pues la vergüenza que pasaría con todo el mundo que se enteró de lo sucedido una vez que les explicara con exactitud todo, sería desastroso. No deseaba alejarse de su hogar, su madre era la única persona en quien podría apoyarse y despotricar contra Boone y contra la vida por tan pésima jugada le había arrojado a la cara, pero también necesitaba que Harriet y el resto de su familia dejaran de mirarla con compasión. Aunque consideraba que irse con Harrison no era muy buena idea y la presencia de su hermana a mitad de camino sirvió de confirmación.

Leisa estaba casi segura, podría apostar toda la inversión perdida, que Elea pasó la noche con Harrison Edevane, no solo era su intuición, sino que se atrevía a afirmarlo, asegurar que entre su hermana y ese hombre existía algo, no se trataba de ninguna relación sino algo por el estilo.

Elea reaccionó al toparse con Leisa subir, soltó un sorprendido gemido al verla ascender con un semblante diferente al de hacía rato y debía tratarse a la invitación por parte de Harrison de viajar con él a Londres, qué más si no.

—¿A dónde se supone que vas? —cuestión Leisa, señalando la maleta acusadora—, ¿acaso pensabas marcharte sin despedirte?

Elea le puso los ojos en blanco y luego le dedicó una mirada de pocos amigos.

—En esta casa es imposible salir sin que todo el mundo se dé cuenta —dijo de mala gana—, bajaba para despedirme de todos.

Leisa asintió en silencio, meditabunda.

—Harrison Edevane me invitó a su granja en Londres —insinuó como quien no quiere la cosa— y no pienso desaprovechar la oportunidad.

Elea arqueó las cejas, dedicándole una sonrisa que disfrazaba su disgusto. De ninguna manera protagonizaría una escena como las que Leisa acostumbraba hacer siempre que tenía la oportunidad de comportarse como una maldita perra, no le daría el gusto de hacerla quedar en ridículo ese día.

—No la desaproveches que no a diario te invitan a una granja.

—¿Estás celosa?

—¿Por qué iba a estar celosa según tú? —Mostró su blanquísima dentadura en una amplia sonrisa que le provocó dolor de labios—. No hay nada para sentir ese sentimiento, ¿o sí? En mi opinión, te sentará de maravilla viajar y ausentarte mientras te recuperas de tu fiasco. —Se encogió de hombros con completa despreocupación—. Nada mejor que unas buenas vacaciones lejos del mundanal mundo.




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