El mejor enemigo

VATICINIO DE TORMENTA

 

Elea se vio en la necesidad de silenciar a su corazón en el momento que éste se puso a golpear dolorosamente contra su pecho. No permitiría que sus emociones se adueñaran de su mente, manejaría la situación con frialdad lo mejor que pudiera, pero volver a ver a Harrison ahí de pie luciendo tan impresionante e imponente, fue intenso. Sus grandes ojos azules se encontraron con los suyos en total silencio, vislumbrando en ellos la añoranza antes de que otra emoción la reemplazara al reparar en su compañero, quien todavía mantenía las yemas de sus dedos acariciándole la piel, ajeno al reencuentro. Harrison apretó los labios en una fina línea, mostrándose impertérrito.

—Señor, Edevane. —Elea se maravilló de que su voz sonara casi aburrida al abrir la boca. Carter se separó de ella—. Que sorpresa tenerlo por aquí.

Harrison apartó su mirada durante unos segundos, estudiando la soledad de la calle en esos momentos que se pronosticaba tempestad.

—Estuve tocando el timbre y nadie abrió —confesó de manera pesada—. Llamé a Sahara para comunicarle que estaba afuera del edificio y me ha dicho que no se encuentra en casa. En realidad, no hay nadie.

La mujer frunció los labios, pensativa. No estaba enterada que sus amigas anduvieran afuera, en realidad, ninguna de ellas mencionó que saldrían. Y en ese instante ella debería resolver el conflicto que le dejaban por ver cómo actuaba con ese hombre.

—Hum, entonces…

—Creo que debería marcharme —comunicó de repente Carter, elevando la mirada hacia el encapotado cielo nocturno y sintiendo las heladas gotas de agua estamparse en su nariz—. No me apetece ser pillado por la tormenta fuera de casa o de lo contrario, correré con la misma suerte que otros pobres infelices que se quedan atascados en el camino.

—Es peligroso conducir así —informó Elea. No quería dejarlo marchar, no cuando el hermano de su ayudante estaba presente y su cuerpo añoraba su calor—. ¿Por qué no te quedas mientras pasa la tormenta?

El chico sacudió la cabeza, sonriente.

—Te lo agradezco, sin embargo, por esta vez tendré que declinar tu oferta. —Tomó una de sus manos y se la llevó a los labios, depositando un beso en sus nudillos—. Ha sido una grata cita en tu compañía, Eleanor y quizás en otra ocasión podamos repetir.

—Me sentiría encantada —respondió, sintiendo la penetrante mirada azul de Harrison detrás de ella—. Llámame en cuanto llegues, ¿vale?

—Lo haré —prometió Carter. A continuación, le lanzó un vistazo al grandulón que permanecía de pie sin hacer comentario o ruido, pero prefirió no abordarlo por el mero hecho de que no lucía contento—. Buenas noches.

—Buenas noches —murmuró Harrison.

Elea permaneció en silencio unos momentos mientras veía a su cita partir rumbo a su vehículo casi corriendo, con la esperanza de evadir la tormenta y cayendo en la cruda realidad que se quedaba sola con Harrison. Rogaba que el cielo la ayudara para mantener la compostura delante de ese hombre.

Sacudiéndose todo rastro de emoción que pudo haberla dominado, Elea se dio la vuelta directo a Harrison y lo contempló con expresión vacía, negándose a demostrarle el impacto que tenía en ella su presencia, sus grandes ojos azules que no dejaban de mirarla. Y resultaba evidente que él no sería quien primero rompiera el silencio entre los dos.

—¿Llevas mucho rato esperando? —preguntó sin mirarlo, buscando dentro de su bolsa su juego de llaves.

—Sí. —Fue la escueta respuesta que recibió por su parte.

Elea abrió la puerta e irrumpió en el cálido interior de la tienda, encendiendo una de las luces que había cerca de la escalera. Sin que fuera invitado a pasar, Harrison la siguió sin mencionar ni una sola palabra, cerrando con suavidad detrás de él.

Las cortinas estaban echadas abajo por tanto le resultó imposible mirar el tiempo que estuvo afuera, aunque debió deducir que no habría nadie en casa ya que las luces del piso de arriba estaban todas apagadas. Pero quizás estaba tan ensimismado en el hecho de estar aparcado afuera del edificio que no reparó en que su hermana había salido.

La mujer se dirigió rumbo a la escalera, frenándose unos segundos para poder quitarse las zapatillas que hacían doler sus pies. No iba a dirigirle ni una palabra más al hombre porque él se mostraba muy reticente en no tener tema de conversación, aunque dudaba encontrar alguno de interés para ambos. No se habían visto en ocho meses y la última vez que lo hicieron, la situación que se les presentó no fue del todo grata, pero él no la había buscado y ella tampoco había mostrado interés en llamarlo, se había limitado a ignorar lo que en su momento sintió y que, de nuevo, resurgía tan intenso y difícil de aplacar.

Sin embargo, a ella los incómodos silencios la enloquecían y fue por esa simple razón que tuvo que dar su brazo a torcer y ser ella la que hablara.

—¿Sahara mencionó si demoraría mucho en llegar? —Quiso saber, empezando a subir los escalones.

Él la siguió en silencio, ignorando el cuerpo femenino que iba por delante del suyo y movía las caderas de la forma en que solo ella podía excitarlo con un simple gesto. Ocho meses sin tener noticias suyas, incapaz de buscarla porque no sabía de qué manera abordar a Elea quien era una mujer tan jodidamente complicada. Y Harrison aún necesitaba tiempo para acoplarse a su carácter cambiante, pero que lo crucificaran si no la había echado de menos con cada fibra de su ser, en especial esa lengua viperina suya que parecía estar conteniendo a duras penas.




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