El mejor enemigo

QUIERO SER TUYO

 

La caminata que realizaron por los campos de ciruelos tuvo que cancelarse tras sentir las primeras gotas de agua helada caer encima de ellos y correr a refugiarse de nuevo a la mansión para no terminar convertidos en sopa. Elea y Sahara fueron las últimas del grupo en ponerse en marcha, sin embargo, para sorpresa de la joven, Harrison la interceptó y su amiga la dejó sola con él a mitad del camino y con la amenaza de la lluvia cerniéndose sobre sus cabezas.

—Tenemos que hablar —informó Harrison. La cogió de la mano y tiró de ella directo a la cabaña que había al cruzar el arroyo.

—¿Es éste preciso momento? —inquirió ella, siguiéndolo casi corriendo—. Harrison, va a llover, ¿no sientes las gotas? Además, no hemos venido preparados para guarecernos de la tormenta.

—Mi cabaña —indicó, señalando con la barbilla la edificación construida a base de resistentes piedras e inclinados techos de tejas, asomando entre las desnudas ramas de los árboles—. Nos protegerá de la tempestad.

¿Y quién la protegería de él?, pensó Elea haciendo una mueca de dolor al recordar lo que había sucedido la última vez que estuvieron solos sin electricidad a mitad de una ventisca y su estómago se retorció de nervios y añoranza, anticipados.

—¿Puedes explicarme qué es tan importante como para no esperar a estar en casa? —insistió, cruzando el arroyuelo cuyas aguas limpias y claras y corrían con sosiego.

Harrison se detuvo delante de la vieja puerta de madera y buscó dentro de su gruesa chaqueta aborregada la llave para poder guarecerse. No había ido a limpiarla en todo el año y no dudaba que estuviera cubierta de polvo, pero de ninguna manera se regresaría tras lograr secuestrar a Elea lejos de los demás, en especial, del demonio que tenía por madre.

—Nosotros.

La joven echó la cabeza atrás, impactada por oírle mencionar la palabra. Se cruzó de brazos y sacudió la cabeza al revelarse el interior de la choza a donde Harrison la había arrastrado.

—¿Nosotros? —repitió llena de incredulidad—. Harrison, no existe ningún nosotros y me parece que hemos sido muy claros al respecto.

El hombre ignoró el pinchazo de atrición ante su comportamiento de la noche anterior, sin embargo, no comentó nada y abrió por completo la puerta, haciendo rezongar los goznes.

—No en el sentido romántico —explicó, indicándole que podía entrar.

Ella le dedicó una mirada cansina al irrumpir en el interior que olía a madera, polvo y encierro. Se acercó a una de las paredes en busca del interruptor, mas no encontró nada que pudiera iluminar el recinto. Harrison por su parte extrajo una pequeña lámpara del bolsillo trasero de los vaqueros y la dirigió a la antigua chimenea al fondo.

—¿Entonces?  —insistió ella, consciente que se hallaba a merced de ese hombre en medio de la nada—. Explícame cómo jodidos puede haber un nosotros.

—Cásate conmigo.

  —¿Perdona? —chilló, boquiabierta—. ¿Estás borracho?

Harrison frunció el ceño y negó en silencio, cruzando la habitación y yendo directo a al fogón para encender el fuego. Arrojó algunos troncos secos en el hornillo e hizo el tiempo suficiente buscando el papel para colocarlo en medio de los troncos, hacerlo bola y encenderlos tras coger las cerillas que había en la estantería de arriba, antes de responder. Encendió la lumbre y esperó acuclillado para avivarlo y mantener caliente la habitación.

—No estoy ebrio ni tampoco bromeo al respecto —declaró, enderezándose y encarándola—. Quiero que te cases conmigo.

Elea cerró los ojos unos instantes, inspirando hondo y pidiéndole a su paciencia perdurar más antes de perderla y partirle la cara a ese hombre. ¿Por qué no lo vio venir al darse cuenta que su madre y él mantenían una interesante charla alejados del resto de grupo? Además, Harrison nunca había vuelto a mencionar el tema del matrimonio tras el nefasto día que fue la primera y última vez, hasta ese momento. De repente empezó a sentirse mareada y tuvo que ir a sentarse en la única silla que se encontraba ahí.

—¿Qué fue lo que te dijo mi madre? —cuestionó, dejándose caer con pesadez sin tener en cuenta la ligera capa de polvo—. Dime la verdad, Harrison. Al menos merezco conocer la realidad de tu impulso ante una unión tan emocionante como la que propones.

El hombre permaneció de pie junto a la chimenea, contemplándola en total silencio. Sincerarse con ella era lo mínimo que podía hacer.

—Nos casamos y tu familia queda absuelta de toda deuda que tienen conmigo —admitió, avergonzado.

Elea cabeceó en asentimiento, tomó una honda bocanada de aire en un intento por mantener la serenidad y ahuyentar las náuseas que la embargaron al oírlo confesarse con tanta maldita franqueza, todo.

—Soy un convenio —murmuró sin que la rabia que sentía tiñera su voz— no tenía idea que ocupara un puesto tan importante en los negocios que tú tienes con mi familia como el hecho de ser un jugoso pago.

—No…

Con la cabeza en alto y su orgullo todavía bien firme, se incorporó y atravesó la esta estancia directo al hombre que continuaba al pie de la chimenea. Harrison la miró en total silencio, advirtiendo cada lento movimiento que ella daba en su dirección.




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