El mejor enemigo

VOY A CASARME

 

Harriet no entendía qué había ocurrido con Leisa y sus deseos de marcharse a casa cuanto antes, es decir, su hija mayor era quien más emocionada se había mostrado con el viaje a la granja de los Edevane a pasar la navidad ahí, pero no, esa muchacha tenía unos arranques que terminarían por enloquecer a Harriet si seguía prestándoles atención: la chica había irrumpido en su habitación llorando desesperada y maldiciendo a Harrison sin tener en consideración que estaban hospedándose bajo su mismo techo y que la propia Harriet se había prometido no hacer nada para disgustar al hombre pues ya se había enterado de qué carácter lo aquejaba.

Y por mucho que le hubiese insistido a la cabeza hueca de su primogénita que le explicara qué demonios había ocurrido para llegar hecha un desastre y empeñada en regresar a Nueva York esa misma noche, no había dicho pío de lo ocurrido, así que sin haber finalizado con su esmerado arreglo para lucir durante el rato que estuviera en presencia de los Edevane, la mujer se encaminó a buscar a Elea y preguntar si ella tenía conocimiento de la situación que aquejaba a Leisa ya que no podían ir a ningún lugar.

—¿Puedes explicarme qué diantres le ocurre a tu hermana?

Harriet irrumpió en el dormitorio de Elea sin haber llamado tal y como acostumbraba hacerlo, obteniendo el ceño fruncido por parte de su hija menor al interrumpirla mientras ésta terminaba de arreglarse los platinos cabellos en un sofisticado moño para lucir radiante durante la cena.

La joven se había esmerado en verse particularmente preciosa para esa ocasión, mostrando un delicado maquillaje que realzaba sus grandes ojos azul grisáceo, suave colorete que iluminaba sus mejillas y un bonito tono nude en los labios; complementando su imagen con un largo vestido de satén rojo con estampado floral, de manga larga que ribeteaba en puños sueltos en la parte de las muñecas y se amoldaba a cada curva de su cuerpo, y finalizando con sus zapatillas Tom Ford con tacón de más de diez centímetros negras, con acabado en tono dorado y puntera abierta.

—¿Y tú puedes decirme por qué entras sin avisar, madre? —demandó Elea.

Harriet le puso los ojos en blanco, advirtiendo lo distinta que se veía la chica.

—Siempre lo he hecho y ninguno de ustedes se ha disgustado —observó. Cerró la puerta a sus espaldas y avanzó con cautela hasta el pie de la cama, estudiando a Elea quien permanecía sentada delante del tocador—. ¿Qué ocurrió?

—Mamá, ya sabes cómo es Leisa —señaló. Le lanzó una mirada sin ningún tipo de humor a través del espejo—. Tiene un comportamiento que dista mucho por desear y cada vez más se vuelve demasiado absurda.

—Eleanor, conozco lo que parí, sé bien que Leisa es una caprichosa, sin embargo, jamás la había visto así —insistió Harriet— y confío en que tú me sepas decir si sucedió algún acontecimiento delicado para trastornar a tu hermana.

Elea tomó una honda respiración antes de girarse hacia su progenitora con el rostro imperturbable. Le había prometido a Harrison no contarle nada a nadie y no iba a romper su palabra al poner a Harriet al margen de lo acontecido hacía un par de horas, incluso habían acordado en desmentir cualquier insinuación de Leisa por evidenciarlos tras advertir la alteración del estado en el que se había marchado.

—Mamá, de verdad no tengo ni la más remota idea de lo que le haya ocurrido a tu hija, conoces que no gozamos de una excelente relación, así que, yo soy la persona menos indicada para ponerte al tanto de sus pasos.

—Ha entrado en mi dormitorio llorando desconsolada y maldiciendo en voz alta el nombre de Harrison —informó— y yo lo único que deseo conocer es el porqué de su estado de ánimo y poder actuar de modo prudente.

—¿Por qué no la dejas que llore todo lo que le venga en gana? —preguntó con simpleza—. Total, así se le engruesan los pulmones.

—¿Cómo puedes decir eso de tu hermana?

—Mamá, porque Leisa es una abusadora emocional y no le interesa dañar a otros con tal de salirse con la suya. —Se encogió de hombros—. No tengo idea de qué pudo haber sucedido para que ahora maldiga el nombre de Harrison, ¿por qué no le preguntas a él? Quizás si te pueda explicar mejor la situación.

—¿Estás loca? —chilló—. De ninguna manera haré lo que me recomiendas.

—Entonces, vas a quedarte con la duda.

Disgustada por no obtener la información requerida, Harriet bufó, giró sobre sus talones y abandonó la habitación con el mismo arrojo que había invadido. Elea dejó escapar un aliviado suspiro al verse de nuevo sola. Al parecer, había pasado la mayor prueba y esa era ni más ni menos que la de ocultarle la situación a Harriet pues su madre era dura de convencer respecto a que todo marchaba viento en popa. Sabía que no asaltaría a Harrison con sus dudas y agradecía que poseyera la cordura de no enfrentarlo.

Sonrió emocionada porque en unas horas más, ambos estarían desembarazados de secretismos y podrían respirar aliviados.

~*~*~*~

Leisa se rehusó a bajar y reunirse a la cena, alegando que tenía una terrible migraña y no era buena compañía para sentarse a la mesa y ser partícipe de sus conversaciones. Así que Harriet tampoco le insistió y la dejó encerrada en el dormitorio, rumiando en su miseria, al menos había desistido con la loca idea de marcharse precisamente esa noche a casa, pero le preocupaba su actitud. Sabía que Leisa era una muchacha caprichosa, mas nunca antes había llegado a un estado tan lamentable como el que la aquejaba en esos momentos y nadie quería contarle a la propia Harriet lo ocurrido. Y tuvo que hacer los dramas familiares de lado para poner buena cara durante todo momento que lo pasara en presencia de los Edevane.




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