El mejor error de mi vida

Capítulo 1

"¡Emma!" grita mi abuela, "¡Ven, corre!"

Me acerco a ella con rapidez. Como siempre, está metida en un agujero, profundo y polvoriento, buscando restos de antiguas civilizaciones que habitaron la tierra hace miles de años.

"¿Qué has encontrado?" Pregunto con interés. Mi abuela me inculcó desde pequeña la belleza de desenterrar objetos antiguos e investigar acerca de civilizaciones ya perdidas.

Las voces resuenan como un sonido lejano en el tiempo, como si fueran un recuerdo.

Un brazalete de oro, creo que hallaremos más restos en esta zona!" el entusiasmo de mi abuela es contagioso, a sus sesenta y cinco años, sigue yendo a todas las expediciones que puede. 

De pronto el firmamento se cubre de nubes, dejando atrás el brillo del sol. Un temblor hace retumbar todo el lugar y ya no estamos en la polvorienta excavación, sino dentro de una pirámide. Los temblores siguen. Miramos a nuestro alrededor intentando encontrar una salida pero no sabemos dónde nos encontramos y no hay apenas luz para atisbar un camino de salida. Los temblores empeoran hasta tal punto que las enormes piedras que componen la pirámide empiezan a resquebrajarse. Sobre nosotras empieza a caer arenilla y pequeñas piedras hasta que tras un sonido atronador todo termina. Se ha producido un derrumbamiento.

—¡Abuela! —grito incorporándome bruscamente.

Observo a mi alrededor, nada, ni rastro de la arena, el calor, los mosquitos y por supuesto ni rastro de mi querida abuela, tan sólo mi sencillo dúplex en Fairhope, Alabama.

Suspiro.

—Todo ha sido un sueño —me digo a mí misma para calmarme.

Me levanto despacio, por lo menos el sueño me ha despertado tan sólo diez minutos antes de que sonara el despertador. Sacudo la cabeza y me froto los ojos con las manos. 

Vaya mierda de pesadilla, con lo bien que había empezado...” pienso. En muchas ocasiones sueño que vuelvo a estar en una excavación con mi abuela. Empezó a llevarme con once años y desde entonces, todos los veranos, reservaba un billete para mí, cómo su ayudante y compinche e íbamos de viaje a selvas y desiertos, buscando los restos de las más antiguas civilizaciones. Sonrío intentando quedarme con la parte positiva del sueño. Cuántos recuerdos tengo con ella...

Me levanto de un salto de la cama y empiezo a arreglarme rápidamente. Tras mordisquear una manzana salgo disparada hacia el garaje. 

Cojo el coche veinte minutos antes de que el timbre de la primera clase reclame, tanto al cuerpo estudiantil, como al profesorado. Acelero todo lo que puedo para llegar antes, pero imposible, al entrar me veo irremediablemente obligada a excusarme con mis alumnos. Tampoco es que sea poco habitual que me retrase. De hecho, siempre que llego tarde la idea del despido y la falta de responsabilidad pasan por mi cabeza, pero nunca ocurre nada, ni una llamada de atención, ni quejas, nada. Las mañanas son tan caóticas que supongo que ni siquiera se dan cuenta de que llego unos minutos tarde.

—Siento la tardanza —digo nada más entrar por la puerta, me noto un poco acalorada por la carrera hasta el aula—Id sacando los libros por favor y guardando silencio. —Intento imponer mi autoridad, pero mi edad y la relación amistosa que tengo con los alumnos complican las cosas de vez en cuando.

—¿Ha salido de fiesta, profesora? —pregunta el más irritante de mis alumnos. No es que sea un mal chico, simplemente es: sarcástico, hablador, cargante, el graciosillo de la clase y rebelde como él solo. A veces es un grano en el culo y a veces doy gracias de que esté en el aula. 

—¿Entre semana? —contesto como si hubiera dicho la cosa más impensable del mundo —Más os vale que no pille a nadie de fiesta cualquiera de los días hábiles de la semana. —Riño medio en broma. 

—¿Cómo vas a saber que estamos de fiesta si tú no sales?—pregunta con segundas. 

—Siéntate y deja que tus compañeros se concentren en la clase. Hay gente que sí está aquí para aprender.

El chico me mira sonriente. Es sorprendente como un pequeño detalle, que hace una mínima mención a mi vida privada, emociona a estos adolescentes. Creo que podrían centrarse casi en cualquier cosa que no fuera la asignatura...

La clase transcurre con normalidad. Los comentarios de Kevin durante los cincuenta y cinco minutos que dura la asignatura, son fácilmente desdeñables y, cuando no lo son, las amenazas sobre un buen castigo son de lo más efectivas.

—Bien, como ya sabéis, por ser alumnos de décimo tenéis más carga estudiantil. Debéis prepararos para los dos últimos cursos así que... Para mañana acabad de leer el tema nueve. —Los jóvenes empiezan a recoger sus cosas y a cerrar los libros. —Necesito asegurarme de que realicéis la tarea, por lo que mañana preguntaré al azar a tres o cuatro personas sobre el texto. Los que respondan tendrán más nota, los que no, tendrán un punto negativo —algunos murmuran quejas, no obstante los más aplicados sonríen disimuladamente ya que es un modo sencillo de aumentar la media —¡Hasta mañana!

Recojo mi bolso, guardo el portátil en este y me voy de la clase suspirando. Todavía estoy algo agitada. El sueño ha traído a mi mente el maravilloso año que pasé junto a mi abuela en Egipto, pero... La forma en la que lo ha hecho ha agotado la poca energía que había recuperado tras mi pequeña fiestecilla de anoche.



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En el texto hay: desamor, amor, sorpresas y dudas

Editado: 31.07.2021

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