El mejor error de mi vida

Capítulo 3

El despertar tras unos cuantos chupitos de tequila es horroroso. La cabeza me da vueltas, siento como todo mi estómago se revuelve y me grita lo idiota que soy con cada movimiento y mis ojos escuecen a pesar de haber descansado. 

Me lamento por infinidad de cosas. ¿Es que no puedo pasar ni un mes sin traer un hombre a la cama? Me empieza a preocupar el hecho de ser ninfómana. Sé que es algo improbable ya que no habría estado todo noviembre sin sexo, pero, aun así, es un pensamiento que se deja caer de vez en cuando. Quizá el problema es que soy demasiado impulsiva o me dejo llevar demasiado rápido. ¿Tendré problemas de autoestima? Sacudo la cabeza y me dejo caer de nuevo en la cama.

Estoy realmente cabreada por el hecho de haberme quedado dormida, en un motel, con un hombre del que apenas sé nada, salvo su profesión y su pasión por bailar con su madre. 

Yo no duermo con mis amantes, al menos no hasta anoche. Dormir con ellos significa que hay una unión y cuando la hay significa que no es solo sexo, es más que eso, una unión complica las cosas y no puedo estar menos interesada en complicar mi vida. Ya he sufrido eso. No me apetece volver a ello. Por este mismo motivo decido levantarme de la cama y buscar mi ropa. Cuanto antes me vaya mejor. Voy colocándome las prendas que encuentro hasta estar casi vestida, tan discretamente y en silencio como puedo. Estoy apunto de dar el paseo de la vergüenza y me siento penosamente mal.

—Buenos días— dice Ezra con voz ronca.

“Mierda” pienso.

—Buenos días— respondo buscando mis zapatos. Quizá si no presto demasiada atención entienda que no estoy interesada en alargar esto más de lo necesario.

—¿Ya te marchas? —pregunta intrigado por mi extraño y frío comportamiento.

Suspiro. Será mejor ser directa. 

Me giro hacia él para enfrentar su mirada. Está guapo recién levantado, con las sábanas enrolladas alrededor de su torso. Realiza media flexión para incorporarse un poco, sus músculos se tensan mientras se gira boca arriba y se apoya en el cabecero de la cama.

—Así es, mira, no voy a mentirte y a decir, como hacen otras, que no suelo hacer estas cosas. Las hago. Lo que no suelo hacer es dormir con los hombres con los que me acuesto, así que me voy —explico. Me sorprende su reacción pues no parece contrariado, todo lo opuesto, no parece importarle el hecho de que sea bastante activa, sexualmente hablando. 

Entrecruza las manos frente a él.

—¿Por qué? —pregunta.

—¿Por qué me voy? —pregunto yo de vuelta, entonces me giro de nuevo y le miro —porque no quiero que malinterpretes esto. Para mí no ha significado nada, no te ofendas. Pareces un hombre estupendo, como pocos quedan, pero no quiero una relación a largo plazo, y para qué mentir, a corto tampoco.

Lejos de ofenderse sonríe.

—Nos parecemos más de lo que crees, Emma— dice sin perder la sonrisa— ¿Te apetece desayunar?— me invita— no sé si te gustará, pero la razón por la que nos alojamos aquí y no en un hotel con mejores habitaciones, es la comida. Este lugar es espectacular en ese aspecto, déjame mostrártelo —cuando voy a declinar la oferta mi estómago ruge de forma atronadora, tanto que hasta él llega a oírlo— No puedes negarte cuando tu estómago está rogando por ser atendido.

Sonrío sin poder evitarlo. Quizá estoy siendo ridícula. La vergüenza me hace querer salir corriendo pero él no parece avergonzado ni dolido por mi desaire, así que empiezo a relajarme. Dejo caer los hombros y afirmó con la cabeza.

—Está bien. De acuerdo. —contesto. —Desayunamos y después me voy.

—Como quieras. —Busco un deje en su voz, algo que demuestre que quizá no esté tan de acuerdo como parece, quizá alguna excusa para apartarme de él, pero no puedo encontrarla —no me gustaría que te fueras con tanta prisa. Sería extraño. 

Dejo mi bolso en una butaca situada en la esquina de la habitación del motel y me acerco hasta la cama. Él por su parte, coge el teléfono fijo de la mesilla de noche para llamar al servicio de habitaciones. El dormitorio es sencillo y la madera oscura, acompañada de una pintura color ocre con gotelé hace que se vea antigua. A pesar de ello, el ambiente sigue siendo agradable. La decoración está cuidada, aunque parezca del siglo pasado y el somier, el colchón y los cojines están impolutos.

—¿Sí? ¿Hola? ¿Servicio de habitaciones? —pregunta. Al parecer la línea no es lo mejor del mundo —Sí, querría un par de... ¿Zumos de naranja? —pregunta mirándome, yo asiento y él me sonríe —Ajá, dos, dos zumos, y... ¿Tortitas? —yo vuelvo a asentir, las tortitas no son santo de mi devoción pero, puesto que es él quien paga, no tengo pensado quejarme —Perfecto, ración para dos con sirope de chocolate y caramelo. ¡Ah! Y un plato de fruta. Estupendo, muchas gracias —tras unos escasos segundos Ezra vuelve a hablar —Habitación 14 —suspira, al parecer la persona que le está atendiendo va muy despacio —Muchas gracias.

Me río al ver su expresión.

—Creo que es su primer día —dice riendo alegremente.

Me uno a sus risas. Me siento a su lado en la cama y me rodea con el brazo. Mi corazón late más deprisa y al principio me siento incómoda, pero al poco tiempo consigo relajarme, me gusta sentir el calor de su cuerpo. Respiro profundamente y apoyo la cabeza en su hombro. Es una sensación agradable.

El servicio de habitaciones no tarda en llegar. Salta de la cama y busca los calzoncillos rápidamente para enfundarselos de un salto e ir a abrir. Una señora de mediana edad aparece por la puerta llevando un carrito y tras explicar el contenido del que se esconde en las bandejas, deja la habitación.



#5211 en Novela romántica
#1422 en Chick lit

En el texto hay: desamor, amor, sorpresas y dudas

Editado: 31.07.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.