El mejor error de mi vida

Capítulo 5

Conduzco con calma hacia el instituto. Por una vez en la vida, voy con tiempo al trabajo, por lo que prefiero disfrutar del trayecto a tener un accidente de tráfico yendo acelerada.  En otras ocasiones estaría nerviosa por conocer al nuevo profesor, no me malinterpretéis, me emociona tener un nuevo compañero y tengo curiosidad, pero... la mañana es agradable y estoy de tan buen humor por haber visto a mi abuela que es como si hubiera fumado cannabis y se me hubiera estampado una sonrisa en la cara. Ahora mismo me siento incapaz de sufrir un ataque de estrés. A mi buen humor se suma un cielo despejado y los pájaros piando. Me detengo en el semáforo y veo una pequeña ardilla subiendo con prisa hasta una rama para comer algo que lleva entre las manos y que no alcanzo a ver. Sigo recto hasta el final de la calle y tuerzo a la derecha para llegar al instituto. Parece que hoy vaya a ser un día perfecto. 

A través de una pequeña rendija de la ventanilla del coche se filtran tanto el aire frío de la mañana, como el barullo procedente de un grupo de jóvenes del instituto. Resoplo. Eso nunca es buena señal. Meto el coche en el aparcamiento y veo por la ventana como un grupo de unas quince o veinte personas están en círculo mientras exclaman y animan. Aparco como buenamente puedo y salgo del vehículo con celeridad.

"Un día que voy con tiempo y me encuentro con esto..." digo un tanto indignada. ¿Cómo se atreven a fastidiar mi maravillosa mañana?

Corro hacia el grupo de adolescentes y cuanto más me acerco, más claro tengo que se trata de una pelea. La mayoría se encuentra con los móviles en la mano, fotografiando y haciendo vídeos del momento, cosa que me provoca un sentimiento de profunda vergüenza. La peor parte es que la mayoría de los presentes animan a los chicos que se están pegando. Triste, totalmente descorazonador que tengan tan poca conciencia.

Empiezo a abrirme paso a través de la multitud, olvidando el buen humor que pensaba dirigir el resto de mi día y sin pensarlo detenidamente, llego a la primera fila del espectáculo. Dos adolescentes se pelean sin miramientos, lanzando puñetazos y patadas por doquier. El círculo se ensancha y se cierra en función de los golpes que se estén propinando. El lugar donde me encuentro es peligroso puesto que los espectadores de la primera fila son los más susceptibles a recibir algún golpe accidental. Los adolescentes lanzan golpes por doquier hasta que segundos después de llegar yo al centro del huracán, un puñetazo acierta en la cara de Kevin, uno de mis alumnos de décimo. Es un chico alto, alrededor de un metro ochenta quizá más y es muy musculoso para ser tan joven. Su cuerpo ha sido entrenado de forma intensa ya que juega en el equipo de baloncesto desde el primer año de instituto. Debido a su corpulencia el impacto no le hace retroceder. La mirada de Kevin revela la furia que siente tras haber recibido ese último a golpe, por lo que se abalanza sobre el otro chico, Josh, otro estudiante un par de años menor, como si se tratara de un combate de lucha libre.

Me inmiscúo en la pelea con tal de poner fin a lo que está pasando sin pensar en mi propia integridad física. ¿A qué santo me meto yo en medio de una pelea entre dos adolescentes hormonados que son como montañas en comparación con mi estatura? 

—¡Quietos! —grito con fuerza.

Al percatarse de mi presencia, que hasta ahora ha pasado desapercibida, los alumnos se separan un poco de la pelea y los vítores y exclamaciones disminuyen. Los protagonistas del espectáculo hacen caso omiso a mis gritos e intentos por separarlos. Mi corazón está acelerado, me siento impotente pues por mucho que lo intente no puedo detenerlos. Otra persona se abre paso por el otro lado, al menos eso veo por el rabillo del ojo, ya que me encuentro en la espalda de Kevin, estirando de él e intentando que suelte a Josh por todos los medios.

Un hombre adulto aparece en mi campo de visión y cogiendo a Josh por los hombros, lo aparta de las manos de Kevin de un estirón, haciendo que el chico pierda el equilibrio y caiga al suelo sobre sus cuartos traseros.

—¡Basta! —exclama él —¡Debería daros vergüenza! ¿Es que sois idiotas o qué?

Kevin deja de ir a por su compañero con tanta obcecación y Josh se levanta, acariciando su nalga izquierda con una mano. Salto de la espalda de Kevin y me alejo inmediatamente de él. El grupo empieza a dispersarse, pero antes de que ninguna persona se vaya llamo la atención a todos.

—¡Que nadie se vaya! —grito de nuevo —Esto es lo más vergonzoso que he visto en toda mi vida. ¡Todos al gimnasio! ¡Ahora! —mi voz se quiebra al final de la última palabra, mi enfado es palpable —Si pensábais que no podíamos castigaros a todos estábais más que equivocados... ¡En fila todos para el gimnasio! ¡Venga! 

Por mi estado de ánimo ningún adolescente se atreve a desobedecerme por lo que vamos hacia el gimnasio sin tener que añadir una palabra más.

Nos dirigimos al edificio contiguo al instituto. Es una construcción robusta, de color gris, con el techo abovedado y una pista para hacer deporte al aire libre al lado derecho. Las grandes puertas se abren y el tropel de adolescentes recorren el pasillo inicial. A la derecha el pasillo se desvía para guiar el camino hacia el exterior, pero indico que sigan recto, hasta llegar a las dos pistas cubiertas del interior del edificio. Los hago sentar en las gradas sin posibilidad de rechistar. 

—Esto es un instituto, un instituto con valores. Nos esforzamos cada día —señalo a los alumnos y a mí, representando al claustro de profesores —para que crezcáis como personas, para que seáis mejores cada día y no solo en el ámbito académico. No he visto nada de eso ahí fuera. Ha sido una actuación vergonzosa por parte de todos y cada uno de los presentes —los alumnos escuchan en silencio, algunos cabizbajos —. ¿Dónde ha quedado aquello que intentamos enseñaros? ¿Tantos esfuerzos para nada? —pregunto como fin del sermón.



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En el texto hay: desamor, amor, sorpresas y dudas

Editado: 31.07.2021

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