El mejor regalo de Navidad

Capítulo 4.

—Puedes quedarte aquí, yo estaré en la sala de urgencias, cuando ya todos se hayan ido podrás acompañarme amor, ¿Bien? —ruedo los ojos.

Ni siquiera sé porque accedí a la tonta petición de mi madre. Es ridículo estar aquí. ¿ Que haré yo con un montón de enfermos?

Quito mis auriculares, me los pongo en el oído y la música fuerte me inunda. Unos minutos después una enfermera ingresa con prisa a la sala de descanso, me observa, toma algo y vuelve a salir con prisa. Como si algo sucediera. La curiosidad puede más conmigo y quitándome los auriculares asomo mi cabeza en la puerta.

Veo correr a médicos y enfermeras hacia una dirección. Camino hacia ese mismo lado quedándome parado en la puerta de una de las habitaciones que se encontraba abierta.

Una mujer lloraba desconsolada , los médicos intentaban hacer algo con el hombre que se encontraba en la cama. Pero al parecer había fallecido. Mi corazón comienza de pronto a latir muy fuerte. Y brinco del susto al sentir las manos de alguien sobre mi hombro.

Al girar me encuentro con un hombre mayor quien me sonríe amable.

Vuelvo a mirar hacia la cama, acercándome un poco más para ver bien y un frío recorre mi cuerpo al ver que se trataba del mismo hombre que se encontraba en la cama.

—¿Quién es usted? —me alejo del hombre con algo de miedo.

—No temas muchacho, estás en el momento y el tiempo preciso.

—Tú, tú eres ese —señalo la habitación y la cama donde uno de los médicos intentan reanimarlo. El hombre, o mejor dicho el fantasma del hombre asiente varias veces con una sonrisa. Es como si de verdad estuviera vivo.

Y luego solo camina hacia un pasillo, alejándose de mí.

—¡Hey, hey, espere, espere! —grito y por alguna razón me encuentro yéndome hacia él.

Pero el hombre no se detiene y camina, solo camina hasta llegar a una ventana.

—¿Viste a la mujer que lloraba desconsolada por mi muerte? —asiento posándome un poco alejado de él mirando en dirección a la ventana.

—Es mi hija adoptiva.

—Tengo dos hijos, que hace tres años que no los veo. Me dejaron de visitar solo porque decidí repartir la herencia también con mi hija adoptiva. Quien fue la que se quedó conmigo durante toda mi enfermedad.

Paso saliva sintiendo algo dentro de mí.

—No pude despedirme de ellos. Los extraño mucho sabes. No veo a mis nietos.

—¿Hay algo que puedo hacer por usted? —pregunto.

—Si pudiera verlos, una vez más y despedirme de ellos —susurra, pero sigue sin mirarme. Solo observa la ventana y luego, gira a mirarme con lágrimas en los ojos. —¿Pero como? usted ya…—y el hombre vuelve a mirar sobre mis hombros, luego sonríe y vuelve a desvanecerse.

Yo giro para correr de nuevo por el pasillo hacia la habitación, y lo veo ahí, en la cama, vivo, mirándome con esos mismos ojos.

La muchacha solo da gracias al cielo, y lo toma de la mano, con llanto en los ojos.

Camino por el pasillo perdido en mis pensamientos, quedando totalmente absorto.

—¿Hijo, donde estabas? —reclama mi madre encontrándome. Levanto la vista y solo la miro algo perdido.

—Salí a caminar —es todo lo que puedo contestar después de lo que ha ocurrido.

—Esta bien, pero espera que los médicos se retiren y solo quede el médico de guardia y yo en mi guardia.

—Sí, si, perdón mamá.

Ella se queda mirándome algo preocupada, le regalo una mueca de sonrisa para dejarla tranquila. Sin embargo algo dentro de mí no está bien

 




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