Al pasar las horas. Los médicos se retiran luego de marcar su salida. Las enfermeras también y el hospital se vacía. Ya no es hora de visita y mi madre me da el Ok para poder caminar por los pasillos y acompañarla en su recorrido. Su primera vuelta de la noche.
Yo solo quiero volver a ver al hombre ese tan extraño que dejó una inquietud en mí.
—Hola, hola, ¿Cómo está la niña más valiente del hospital? —ingresamos a la primera sala. Mi madre saluda con algarabía.
Una pequeña niña postrada en una cama, con una brillante sonrisa a pesar de que no tenía cabellos y estaba muy pálida.
—Hola Paz, ya te extrañaba —mi madre se acerca a ella y la envuelve en un abrazo. Un abrazo que tal vez solo ella es capaz de dar.
—Y yo también te extrañaba Paloma —De pronto la niña fija su vista en mí.
—Mira palomita, quiero presentarte a mi príncipe, él es mi hijo Cris, ¿Recuerdas que te hablé de él, y que te dije que lo traería para que lo conozcas?
—Siii —exclama sin borrar su sonrisita.
—Hola Cris, me llamo paloma —extiende su pequeño bracito. Sonrío acercándome a ella para tomar su manito en un saludo.
—Hola paloma. Soy Cris, encantado de conocerte. Mi madre también me ha hablado mucho de ti —miento y mi madre me regala una sonrisa.
—¿Eso es verdad? ¿Te ha hablado de mi? ¿Y que te dijo? —pregunta curiosa.
—Bueno, pues que en el hospital había una niña que era la más hermosa y buena.
—Sí, yo soy, yo soy —dice señalandose con el dedito.
—¿Y como te sientes hoy cariño? —pregunta mi madre.
—Me siento bien, hoy estuve algo cansada, pero ahora estoy bien.
—Mira lo que te traje —mi madre quita un chocolate de su bolsillo para dárselo. Ella me guiña un ojo y la niña se emociona, da pequeños aplauso y sus ojitos brillan cuando mi madre le quita el envoltorio para dárselo.
—Eres la mejor, la mejor del mundo.
—Está en sus últimos días, al menos merece ser feliz, ¿No lo crees? —trago el nudo doloroso al escuchar el susurro de mi madre en mi oído.
Ella comienza a revisarla. Anotando todo en sus anotaciones.
—¿Me lees un cuento Cris? —abro los ojos de par en par al escuchar la petición de la niña.
Mi madre sonríe con ternura. Toma un libro del mueble y me lo entrega.
—¿Puedes leerle? Haré mientras mis otros recorridos. No le gusta quedarse sola.
Suspiro y solo afirmo moviendo la cabeza.
Mi madre me regala una mueca de sonrisa, aprieta mi brazo y yo rodeo la cama para sentarme en la sofá al lado de ella.
—Bien, ¿donde te has quedado?
—Léeme de nuevo, ya me lo sé de memoria, pero me gusta cuando Paz me lee todas las noches.
Asiento y comienzo a hojear las páginas para leerle. Ella solo se recuesta en su cama y me observa con esos ojitos apagados y su pequeño rostro frágil y pálido.
—¿Sabes que quiero ser de grande Cris?
Me corta de pronto, bajo el libro para mirarla y la escucho.
—No, ¿Qué quieres ser? Cuéntame.
—Quiero ser maestra, quiero leer cuentos a los niños.
—Aah mira, que bien, pues estoy seguro que serás una gran maestra.
Ella mueve su cabecita negando.
—No, no me queda mucho tiempo de vida. Es lo que dicen los médicos. No podré leer cuentos a los niños. Así que debes prometerme que tú lo harás. ¿Podrás Cris? ¿Harás eso por mi?
—Estoy seguro que no es así. La última palabra la tiene Dios. No los médicos. Serás tú quien se los leerás.
—No importa, pero estoy feliz ¿sabes?
—¿Por qué? —pregunto curioso.
—Porque ya llega navidad y pasaré una última navidad con mis papis, y luego me iré a encontrarme con mis abuelitos que están en el cielo.
Aprieto mis labios entre sí, y el nudo que se me forma en mi pecho no lo puedo describir.
—No puedo irme de aquí, los médicos dicen que es peligroso, por eso mis papis y yo festejaremos la navidad juntos aquí. Y solo espero que traigan a mi perrito. Lo extraño mucho, quisiera abrazarlo y decirle que lo quiero por última vez. ¿Quieres pasar la Navidad conmigo Cris? —aprieto mis labios entre sí.
—Mmm, es que, yo… —me rasco la nuca. —Ya tengo otros planes.
—Claro, debes pasar con tu familia, ¿Aún tienes abuelos?
—Ajá —contesto mirándola.
—Es maravilloso tener abuelos, ellos son los mejores del mundo. Yo ya me reuniré con ellos muy pronto y estoy muy feliz.
—¿Puedes llevarme en la habitación de al lado? —pide bajándose de la cama de un saltito. Es una niña muy parlanchina.
—¿Qué? No, ¿Dónde irás?
—No te preocupes, yo siempre voy, tu mamá siempre me lleva, es que don Ignacio no tiene nietos, no vienen a verlo y lo dejan solito. Ésta navidad me ha dicho que pasará solito aquí, entonces yo le guardo este pedacito de chocolate todos los días y le hago compañía.
—Vamos —me toma de la mano y me guía fuera de la habitación para llegar a la puerta de otra, yo miro a todos lados y no veo a nadie, el pasillo está silencioso. Abre lentamente la puerta y al entrar veo a un abuelito sentado en su silla de ruedas mirando en la ventana.
—Abuelito —ella se emociona y corre hasta él para abrazarlo.
—Mi niña, pensé que hoy no vendrías —dice apenas en un hilo de voz girando levemente sobre su hombro.
—Claro si abuelito, mira te guardé un poco —Y le entrega el chocolate y él la sienta en sus piernas para juntos los dos mirar la ventana. Y ella recuesta su cabeza en el brazo de él.
—La noche está hermosa, ¿No es así abuelito?
—Lo está mi niña, como cada noche.
Y yo, solo observo la escena parado detrás de ellos en la habitación. Y miles de sentimientos me embargan.
Quiero saber si les gusta la historia, quiero leer sus comentarios.