El mejor regalo de Navidad

Capítulo 7.

Al llegar a casa, mamá se fue para su cuarto a descansar y yo hice lo mismo, sin embargo no podía, sentía que había algo que debía hacer.

Así que solo me duché, me cambié de ropa, tomé mi mochila y salí de la casa sin hacer ruido.

Tomé el autobús para irme a la tienda small.

No sabía exactamente qué buscar o a quien buscar, pero algo extraño me impulsaba a hacerlo.

—Buenos días —saludo a una vendedora ingresando a la tienda, una de las más grandes aquí en la ciudad de México.

—¿Qué desea joven? ¿Qué busca?

—En realidad, quisiera hablar con su gerente general, la señora Hamilton?

La vendedora arruga el ceño.

—¿Ella sabe que usted está aquí?

—No, podría decirle que Cris Martínez quiere hablar con ella, es muy importante, es sobre su padre.

—No le seguro nada, pero intentaré comunicarme con ella.

—Gracias.

Mientras la mujer camina perdiéndose de mi vista comienzo a mirar todo lo que vendían en la tienda.

—¿Quién eres?

La voz de una mujer me obliga a girar.

—¿Señora Hamilton?

—¿Qué desea? —pregunta con una voz algo altanera.

—¿Qué piensa de las segundas oportunidades? —pregunto.

—¿Perdón?

—Nunca es tarde para pedir perdón, y arrepentirse de lo que hemos hecho, la vida nos regala momentos, hay que aprovecharlas y compartirlas con esos seres que más amamos.

—No sé quién eres y que es lo que quieres, si me lo dices te agradecería, estoy ocupada, no tengo tiempo que perder.

—Creo que ha perdido más tiempo de lo que usted cree señora Hamilton. Su padre no se merece tanta ingratitud de parte de sus hijos —abre los ojos de par en par.

—¿Por qué me estás diciendo todo esto?

—Solo vengo a decirle que su padre está en sus últimos días, quiere verlos, a sus hijos, a sus nietos. Quiere hacerlo antes de partir, debería dejar de lado el egoísmo y todo lo que conlleva e ir a ver a su padre —con cada palabra que sale de mi boca, siento como un poquito dentro de mi pecho se rompe un poco más.

—Tú no entenderías jamás.

—No, sí, lo entiendo, entiendo que el dinero sea más importante que su padre, ese hombre que le dio la vida, ese hombre que se ha quedado sin nada solo para dejarle todo a ustedes, y eso no valió al final de nada. Tal vez no sea perfecto, tal vez como ser humano cometió muchos errores, ¿Pero quién no los comete? ¿Quién es perfecto? Nadie, nadie lo es. El único perfecto es Dios.

—Solo vine para eso señora Hamilton, piense en lo que le dije, antes de que sea muy tarde y ni usted ni su padre puedan descansar.

—Aun no me has dicho quien eres.

—No soy nadie, soy un simple chico que tuvo la oportunidad de conocer a su padre, y quiere hacer algo por él. Y es irónico que un extraño se preocupe más por él que sus propios hijos. Yo no los conozco. Pero también como usted he cometido errores y casi los cometo. Y la verdad es mejor arrepentirse antes de que sea tarde y ya no se pueda hacer absolutamente nada y luego las lágrimas ya no solucionan nada.

—¿Conoce el dicho que dice, en vida hermano? Piense en eso cada vez que se acueste a dormir.

—Ah otra cosa, supongo ¿tiene hijos? —con los ojos aguados, ella mueve la cabeza.

—Bueno pues que pasaría si en unos años más, sus hijos le pagan con la misma moneda, que le tiren en un asilo o en el peor de los casos, que la dejen en la calle a su suerte. ¿De qué se podrá quejar? Si es el ejemplo que le está dando. Uno siembra lo que cosecha. Cosecha el bien, tendrá sus frutos y cuando lo hace con maldad también.

 Que tenga un buen día señora.

Giro para salir de la tienda y debo decir que me saqué un peso de encima. Y un soplo de viento llega a mí como si me devolviera la vida, o me diera la oportunidad de seguir viviendo.

Creo que he hecho la parte más dura de todo esto. Ahora solo esperar que Dios obre de forma maravillosa para que Don Marcos tenga su último regalo de navidad.

 

 

 

 

 




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