Devin se quedó quieto y olvidó qué hacer. ¿Tirarse al suelo y hacerse el muerto? No, eso debía hacerse con los osos, ¿verdad? Sí, con los osos y eso, eso no parecía un oso de ninguna manera. El pecho de Devin se apretó y su corazón, oh, pobrecito, parecía que estaba en un carnaval.
El silencio del parque y la mente de Devin se quebraron al tiempo cuando un rugido grave brotó desde la criatura. Enseñándole sus afilados dientes y colmillos, el animal con el cuerpo de un oso hormiguero, pero más grande y recubierto de púas afiladas, que iban desde el tono marrón terroso al blanco perla, avanzó hacia él, hundiendo el prado por donde su peso pasaba.
¿Qué tipo de mutación era esa? Estaba seguro de haberse sacado todas las pegatinas de animales salvajes y dinosaurios en su viejo álbum de chocolatinas. ¡Jamás había visto una cosa parecida!
El hocico, largo y curvo, se movía con cada bufido que daba, más constantes que antes. Así mismo, olfateó el aire con profunda ansiedad, poniendo más peso todavía en los hombros de Devin.
Devin cerró los puños, negándose a soltar su tarro con agua. Le había costado quince dólares, no podía perderlo allí. Aunque no estaba seguro de si eso importaría si ese animal se lo comía. Pero, ¿carnívoro? ¿Herbívoro? Esperaba que fuese herbívoro, pero lo dudaba muchísimo. Sí, eso era, las ensaladas pueden ser lo mejor.
Un bufido más alarmante que el anterior lo hizo gemir por dentro.
Los ojos, pequeños pero intensos, de tono ambarino, se posaron directamente en él. Dios, ¿cómo podía él tener tantísima mala suerte? Primero el ave que le había hablado y luego, luego su tarro de propinas apenas con cinco centavos y, por último, esa horrenda criatura salida de un cuento de horror.
Devin retrocedió cuando la bestia avanzó. Las púas se ponían en punta cuando su cuerpo se tensó, más erizadas a cada segundo, produciendo un sonido áspero, como el de trozos de madera chocando entre sí.
El animal bufó de nuevo y fue todo lo que necesitó. Devin se olvidó de su tarro y se lo arrojó a la criatura, golpeándolo en el hocico. Sin esperar medida alguna, se dio la vuelta y echó a correr hacia la arboleda.
La criatura bufó y él apretó los dientes, apenas escuchando sus pisadas largas encima de las hojas secas. Saltó por encima de una rama y pudo escuchar en medio de su afán, las pisadas del animal persiguiéndolo.
Oh, Dios, no iba a contarlo. Esperaba que nadie viese el historial de su computadora.
El aire se cortó cuando la criatura se erizó y agitando su carnuda cola, una marea de espinas viajaron por el aire. Las lanzas con veneno paralizante se enterraron en la tierra y en los troncos. Devin se tropezó y cayó de estómago encima de una rama; el aire se le escapó y, por un momento, todo se tornó blanco.
El sonido del filo cortando la madera lo obligó a alzar la vista. En todos los árboles cercanos había púas incrustadas. A veces, caerse te puede salvar la vida, nunca lo olvidaría. Gateando con premura, rasgando el suelo hasta el punto que la tierra se le metió debajo de las uñas, se puso de pie y continuó huyendo.
Se sostuvo el abdomen, le molestaba soberanamente. Eso podía esperar, sería todavía peor ser devorado por la criatura extraña. Corrió sin dirección fija, evitando el senderito que usaban para trotar. Era un camino menos descubierto, si corría por ahí, lo atraparía a la primera o peor, lo empalaría vivo.
No supo cuánto tiempo corrió, pero fue consciente de el momento en que su cuerpo abandonó la arboleda para quedarse parado a unos metros del lago central. Se llevó la mano al pecho, el sudor corriéndole por la espalda y el cuello, su pecho subiendo y bajando.
Iba a desmayarse; le faltaba el oxígeno y su vista se estaba tornando borrosa.
Debió de almorzar, pero le faltaron veinte centavos para un sándwich de pollo. Se sostuvo el pecho con más presión; sin embargo, escuchó la carrera detrás de él y, antes de ser consciente, el erizo gigante estaba saliendo de entre los árboles.
—Oh, caramba —susurró, incorporándose y volviendo la cara.
La criatura le bufó más enojada que antes, y él se encogió. No tenía nada para arrojarle y correr de nuevo; su situación no estaba pintando nada bien.
—Escucha, tú no quieres comerme, peso menos de lo que mido y soy más hueso que carne —le prometió, alzando ambas palmas al tiempo—. Mírame, definitivamente no valgo la pena.
—No quiero comerte, quiero encontrar el huevo, dime dónde está, humano —le respondió el animal, enseñando su lengua larga con ventosas.
—No sé de qué huevo me hablas —dijo. Solo entonces el hocico del animal dejó de arrugarse y sus púas se relajaron.
—¿Me entiendes? —preguntó, estirando su cuello para mirarlo mejor.
—Dios, sé que no debería, pero sí —dijo Devin en un jadeo apretado.
—El ave estúpida tenía razón, el melódico ha regresado. —Devin arrugó el entrecejo hacia arriba, más desorientado que antes.
¿Qué era eso? ¿Alucinaciones producidas por la falta de sueño? ¿Visiones porque no se había alimentado lo suficiente? ¿Algún tipo de esquizofrenia? Esperaba que no fuese esa última, de verdad, lo esperaba.
—Todos los humanos lucen iguales para mí —dijo la criatura—, pero tú, te recordaré, Melódico.