El Melódico

Capítulo 5. Desconocido.

Las muestras tomadas se mezclaron con agua filtrada y sal roja con unas diminutas hojitas de valeriana y amapola. Tres gotas rojas de sangre cayeron en la novena prueba; la mujer revolvió con una barita de vidrio y esperó. No hubo reacción alguna, lo que consiguió Lucien se rascara la cabeza con afán.

—¿Por qué no cambia de color? —demandó, tensando sus muy cruzados brazos.

—Porque no es una bruja —respondió la mayor por quinta vez, quitándose los lentes—. Tampoco un chamán, ni un adivino —pasó los dedos por las otras probetas con las muestras hechas—, no es un mestizo, tampoco un duende y ni siquiera un vampiro mayor.

Lucien llenó los pulmones de un aire que pesó como la arena.

—Entonces, ¿qué carajos es? —rezongó.

—Eh, cuida tu lenguaje —lo amonestó—, mis pequeñas son sensibles.

La investigadora principal de la base sur, Andreina, pasó sus dedos con mucho cuidado por encima de las plantas moradas con vetas blancas. La planta carnívora se movió ligeramente, las ramificaciones que provenían de la tierra atraparon la muñeca de su dueña y la boca dentada, escondida entre los tallos, se abrió, queriendo tragársela.

Aun así, Andreina se rio como si fuese la cosa más divertida. Su cabello corto y escaso, apenas atado en una colita en la zona posterior, se agitó cuando la planta tiró con más energía.

—¿Ves? Es un amor. —Lucien no pronunció ni una sola palabra, pero estuvo preparado para cortarle las raíces a la planta.

No podía permitir que le amputase una mano a la jefa de investigación.

—¿Qué es él? —preguntó, señalando la ventana que apuntaba a la ventana del lado.

Apoyó una de sus manos sobre la mesa, los dedos tensos, y la mandíbula apretada hasta que un músculo le tembló de forma poco perceptible; su voz, cuando habló, salió medida, controlada, sin dejar escapar la impaciencia que lo carcomía por dentro.

—No estoy segura, tendremos que enviar sus muestras al laboratorio central y esperemos que haya una coincidencia —le contestó, sacando un trozo de hígado seco del bolsillo de su bata para arrojarlo a la planta.

Las raíces la liberaron de inmediato; mientras la planta mascaba con afán y ella se sobaba su muñeca enrojecida por la pelusa. Los ojos más bien saltones se posaron en Lucien.

—¿Por qué lo trajeron? —preguntó, su mirada medio lunática—. Hasta ahora no es muy diferente a cualquier otro humano, aunque…

Andreina sostuvo la tabla de información y colocó sus gafas de nuevo en el puente de su nariz.

—Tiene principios de anemia, su peso es menor al que debería para su estatura y su cortisol está por las nubes, debe de vivir una vida muy estresada.

—¿Quién no vive una vida estresada hoy día? —replicó ronco, mirando con incordio la pared llena de libros.

Los libros no tenían la culpa, pero…

Por muy nefasto que fuera… Estaba seguro de que, si atrapaba a un criminal que hubiese evadido la ley, le darían un nuevo cuarzo y podría ascender, formar su propio escuadrón. Solo tenían que llevar al prisionero y hacer las evaluaciones pertinentes, registrarlo y hacer que tuviese un juicio.

No todo iba bien, fue decepcionante al principio, pero podía hacer el sacrificio, no obstante, las pruebas estaban en su contra. Sostuvo una de las probetas y la examinó con sus ojos hasta el punto en que por poco los desintegró.

—No hay nada malo con mis probetas; ni con mis ingredientes, tengo uno de los mejores proveedores del mercado —declaró Andreina, los ojos severos fijos en él por encima del marco de los lentes.

—Entonces, ¿cómo es posible que un humano use magia? —preguntó, dejando la probeta en su lugar; si la dañaba, Andreina chillaría como una demente—. No soy el único que lo vio, mejor decir, lo sintió.

El estallido mágico que había emitido le sacudió los tímpanos hasta el punto en que no pudo mantenerse sobre sus pies por los siguientes minutos. Él y sus compañeros sufrieron el mismo mal; incluso creyeron que se trataba de una nueva magia de aturdimiento de la que sus cuarzos no pudieron protegerlos.

—No puedo estar segura —dijo—. Pero deberían considerar que haya sido cosa de la bestia y no de ustedes.

—Los osoespines no tienen ese tipo de habilidad —refutó, como si su vida dependiera de ello—. Y no soy un novato, me hubiese dado cuenta.

Lucien apoyó ambas manos en la mesa, pero las retiró cuando la planta carnívora se removió.

—Ese chico es algo.

—No algo que tengamos registrado —prometió Andreina, sin dejarse amedrentar por el Centilion—. Es bueno tener deseos de crecer, Luc, pero creo que estás siendo testarudo y sobrepasando tus límites.

Los labios de él se apretaron.

—Sabes que secuestrar a un presunto inocente te traerá problemas.

—¡No secuestré a un presunto inocente! —objetó y rezongó—. Es un criminal no registrado, ojalá, pero lo es, y necesito que lo sea —señaló el vidrio.

—¿Seguro que es? —Andreina no escatimó en ser irónica.

Los labios de Lucien se arrugaron y resopló.



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En el texto hay: romance, aventura, magia

Editado: 28.12.2025

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