El mensaje que nunca debí leer.

El mensaje que nunca debí leer

Anoche, a las 22:14, recibí un mensaje de Ana.

Sí… Ana.

La misma que falleció hace un año.

El teléfono vibró como cualquier otra notificación. Ni siquiera estaba pensando en ella. Solo vi su nombre en la pantalla y me quedé helado.

“Perdón por enviarte esto tan tarde. Pero si estás leyendo, es porque hoy me animé a programarlo.”

Reconozco su manera de escribir. Los puntos cuando estaba nerviosa. Las comillas cuando dudaba. Sabía que era ella.

Mi pecho empezó a arder.

No quise abrirlo. No quería abrir otra vez la herida.

Pero lo hice.

“Mateo, si estás leyendo esto, quiero que sepas la verdad. No me fui por la enfermedad. Me fui por vos. Y por algo que nunca te dije.”

Sentí un peso extraño, como si la habitación se hiciera más pequeña.

¿La verdad? ¿Cuál verdad?

Bajé la mirada al mensaje siguiente, que llegó casi al mismo tiempo, como si ella hubiera previsto mi desesperación.

“No podía verte destruirte por mí. No podía dejar que cargaras con algo que yo causé.”

La garganta me ardía.

Recordé sus manos temblorosas, sus sonrisas cansadas, su forma de decirme que estaba bien cuando no lo estaba.

Siempre pensé que era por la enfermedad.

Que su distancia fue por miedo.

Nunca imaginé otra razón.

El tercer mensaje llegó entonces.

El más largo.

El que no sabía si quería leer o borrar para siempre.

“Mateo, antes de que me dieran el diagnóstico, cometí un error terrible. Me enamoré de alguien más. No pasó nada, pero pasó todo. Me confundí, me asusté… y cuando supe lo de la enfermedad, sentí que merecía que me olvidaras. Que vivieras una vida sin cargar mis decisiones.”

Sentí que el piso se abría bajo mis pies.

Un año llorándola.

Un año preguntándome qué pude haber hecho mejor.

Un año buscándola en cada canción, en cada estación, en cada rincón de la casa.

Nunca imaginé que ese sería su secreto.

Seguí leyendo, aunque me temblaban las manos.

“No lo elegí. No lo busqué. No lo quise. Pero pasó. Y cuando supe que me estaba apagando, pensé que lo más compasivo era alejarte. No por él… por vos.”

Me quedé mirando la pantalla sin pestañear.

Y entonces llegó el último mensaje.

Uno corto.

Uno que parecía responder a todo lo que yo estaba sintiendo, como si ella supiera que en ese momento estaría roto.

“Si leés esto, quiero que sepas algo: nunca dejé de amarte. No fui perfecta, pero vos fuiste lo más limpio que tuve. Guardá lo bueno, Mateo. No lo que destruí, sino lo que construimos. Y, por favor… perdoname por hacerte cargar con fantasmas que no eran tuyos.”

Apoyé el celular en el pecho y me quedé en silencio.

El mundo parecía otro.

Ana también.

Nuestra historia también.

Por primera vez en un año, lloré sin culpa.

Lloré por ella. Por mí. Por lo que nunca supimos decirnos cuando aún estábamos vivos.

Y entonces comprendí algo:

Ese mensaje no era para herirme.

Era para liberarme.

Para que pudiera, por fin…

seguir viviendo.



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En el texto hay: misterio, romace, dramatismo

Editado: 14.11.2025

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