El Mensajero a través del tiempo (historia Corta)

LOS RECUERDOS DE TIMOTHY

Timothy James solía perderse en la contemplación minuciosa de la naturaleza, como si cada detalle del entorno tuviera un lenguaje secreto que solo él podía descifrar. Aquella mañana se hallaba sentado sobre un viejo tronco de tilo americano, un asiento improvisado que él mismo había cortado y arrastrado, cuatro años atrás, hasta dejarlo colocado a un metro exacto del umbral de su casa.

El tronco, pulido por el tiempo y la intemperie, ya no le resultaba incómodo; al contrario, parecía haber adquirido la suavidad de un mueble heredado, hecho para sostener horas de quietud. Allí, Timothy podía permanecer inmóvil durante largos ratos, dejando que el mundo fluyera a su alrededor como un río de imágenes.

Observaba con deleite cómo los pajarillos, incansables y frágiles, batían sus alas con afán, reconstruyendo sus nidos que el viento solano había destruido la noche anterior. Cada ramita que traían en sus picos era un acto de perseverancia diminuta, una lección silenciosa que se clavaba en su memoria.

En un nogal cercano, ardillas juguetonas sacudían las ramas con un frenesí violento, descolgando frutos hasta atiborrarse de ellos. Timothy sonreía con ternura ante aquella abundancia instintiva. Luego alzaba la vista para deleitarse con la manera en que la luz del sol se derramaba entre los árboles, tiñendo las hojas de reflejos dorados. Aquella luminiscencia era, para él, más que un fenómeno natural: era la encarnación visible de la fotosíntesis, concepto que recordaba con claridad gracias a su maestro de bioquímica, cuando tenía apenas quince años.

Ese recuerdo lo transportaba a su juventud, a los pasillos de una escuela en Inglaterra donde había conocido a la persona que más había marcado su vida: su profesora Chelsea. Pensar en ella era como abrir una ventana a la dulzura, la paciencia y la ternura que alguna vez lo habían desbordado.

Chelsea había sido diferente a todos los docentes que había conocido. Lo que más lo maravillaba de ella era esa paciencia inagotable que parecía no agotarse jamás. Cuando Timothy, en su inmadurez, no comprendía una lección, ella le explicaba una y otra vez, con una serenidad tan profunda que le parecía sobrehumana. Nunca había mostrado impaciencia, ni un gesto de irritación.

La recordaba con claridad: era de baja estatura, piel caucásica que reflejaba suavemente la luz del aula, cabellera rojiza que caía en una cascada hasta la cintura, y unos ojos verdes tan claros que parecían espejos líquidos. Sus lentes pequeños y cuadrados encuadraban con precisión el rostro fino y alargado, como si cada línea en ella hubiera sido diseñada para transmitir equilibrio.

Pero lo que jamás pudo arrancar de su memoria era su sonrisa. No era una sonrisa amplia ni desbordante, sino contenida, suave, como un hilo de luz que se encendía en medio de cualquier oscuridad. Sus labios, al curvarse apenas, revelaban un brillo en los hoyuelos que Timothy consideraba sagrado. Esa sonrisa hablaba de comprensión, de paciencia infinita, de la ternura que convierte la fragilidad en fuerza. Era una sonrisa que resistía al dolor y que, incluso frente a la adversidad, se mantenía intacta.

Y fue esa sonrisa la que Timothy evocó el día en que la tragedia golpeó la vida de Chelsea.

Durante una clase, el director apareció en el umbral del aula y, con un gesto grave, la llamó aparte. El silencio se extendió como un manto. A los pocos segundos, regresaron ambos al salón. El director, con voz baja pero firme, le comunicó la noticia frente a todos:

-Su madre ha fallecido de un infarto.

Un murmullo recorrió la sala, pero Chelsea no permitió que el caos la desbordara. Solo asintió, con un suspiro apenas perceptible. Su mirada recorrió fugazmente a los estudiantes, pero no buscó al director ni derramó lágrimas. En su rostro había tristeza, sí, pero también una fuerza que deslumbraba.

-Tengo que continuar enseñando -dijo con serenidad.

El director la miró sorprendido.

-Está bien, termine su clase y luego venga a mi oficina para hablar de este asunto.

Chelsea inclinó la cabeza en un gesto solemne y volvió a su lugar. Su voz, aunque marcada por la pena, no se quebró en ningún momento. Continuó impartiendo la lección como si nada hubiera sucedido. Al sonar el timbre de salida, recogió sus cosas con la calma magistral de siempre, y antes de partir rumbo al velatorio de su madre, murmuró unas palabras que Timothy, sentado en la primera fila, alcanzó a leer en el movimiento de sus labios:

-«Dios, dame fuerzas, te lo pido».

Ese ruego íntimo quedó grabado en el corazón del joven. Para él, Chelsea se había vuelto aún más extraordinaria: una mujer que ni siquiera la muerte podía doblegar.

Al día siguiente, un nuevo profesor entró al aula en su lugar. Un hombre calvo, bajo y regordete, con una barba descuidada y un mal genio que parecía arrastrar consigo a cada rincón. Su forma de enseñar era confusa, intrincada y carente de pasión. Ningún estudiante aprendió nada de él, y Timothy, con un desprecio juvenil, lo apodó como «don cerdo asqueroso». Su presencia era insignificante, incapaz de ocupar el vacío que Chelsea había dejado.

Tres días más tarde, ella regresó.

Con el mismo porte sereno de siempre, aunque con una sombra de dolor en sus ojos, retomó sus clases. Timothy la observaba con una mezcla de admiración y cariño profundo. Había en ella algo que trascendía lo común, algo que lo hacía verla como una mujer perfecta.

Ese día, al cruzar miradas con él, Chelsea le formuló una pregunta que abriría una nueva etapa en su vida:

-Timothy, ¿qué quieres ser cuando seas mayor?

El muchacho, con voz firme aunque nerviosa, respondió:

-Quiero ser médico.

Chelsea se inclinó un poco hacia él, como si quisiera acercar la verdad a su corazón.

-No quiero desanimarte, Timothy, pero escucha bien. Muchos de ustedes querrán ser médicos, policías, ingenieros... todos tendrán sueños. Sin embargo, cuando crezcan, quizás menos de la mitad logre cumplirlos. Eso no significa que deban rendirse, sino que tendrán que romper la barrera más difícil de todas: la falta de perseverancia.



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En el texto hay: relato corto, histora corta

Editado: 02.09.2025

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