El mes del caballero

Capítulo 3: Niños

Ver a mis nietos jugar en el patio me producía una nostalgia muy hermosa, lucían tan despreocupados e inocentes, que una parte de mí deseaba taparles los ojos de todos los horrores que este mundo podía ofrecer.

 A los niños no se les había informado de mi duelo, para ellos, los días seguían sin muchos cambios y disfrutaban su corta, pero dulce inocencia. Desde la distancia pude apreciar a mis siete nietos jugando un extraño juego llamado: “Las traes”, donde uno de ellos se encargaba de tocar a cualquiera de sus compañeros, luego, el niño tocado tendría que tocar a otro y así sucesivamente, hasta que todos acabasen cansados.

 Eran cinco niños y dos niñas, cuyas edades iban desde los seis años hasta los diez, sin contar al octavo nieto cuya edad era de dieciséis años, el heredero de mi hijo y futuro señor del Castillo Marea.

 —Abuelo, abuelo. —La más pequeña de mis nietas, Sofía, una pequeñita de cachetes rosados y piel blanca como la nieve, se acercó a mí con una sonrisa despreocupada. Sus cabellos blancos y vestido rojo le hacían resaltar mucho entre la multitud.

 — ¿Qué sucede, pequeña Sofía? —respondí.

 — ¿Quieres jugar con nosotros al capitán del castillo? —Nunca escuché hablar de ese juego, ¿acaso era una nueva atracción para niños?

 —No tengo nada mejor que hacer, ¿cómo se juega?

 —Muy fácil, abuelo, se hacen dos equipos y se paran en un pie al mismo tiempo. Los que logren mantenerse más tiempo ganan y pueden dar un castigo al equipo perdedor. —La pequeña Sofía tenía muy buena capacidad para hablar, a pesar de su corta edad fue capaz de explicarme las reglas de manera clara y concisa.

 —Muy bien, ¿con quién voy a jugar?

 — ¡El abuelo va conmigo! —Sofía rápidamente se puso a mi lado, en seguida, Roberto, un niño tímido y flacucho de siete años de edad, se paró a lado de Sofía.

 —Y yo también.

 — ¡Y yo también! —La otra de mis nietas dio un paso al frente, a diferencia de Sofía, esta niña tenía la piel morena y los ojos grandes, como pelotas. Sus cabellos castaños y mirada dulce le daban un aspecto bastante curioso, sobre todo, porque su piel era poco común en esta parte del Reino —. Anoten a la gran Claudia, ¡ganaremos!

 Los otros cuatro nietos hicieron una fila para responder a nuestra intención, ellos no tenían ni la más remota idea de cómo jugar bien, por lo tanto, se limitaron a imitar a la pequeña Sofía. Yo hice lo mismo, nos colocamos sobre uno de nuestros pies y contamos en voz alta para dar mayor presión al equipo contrario.

 Sofía me recordaba mucho a mi antigua hermana, de nombre Elizabeth, una mujer de cabello blanco y liderazgo fuerte, a diferencia de otras mujeres en esta sociedad, mi hermana decidió tomar las riendas de su destino y luchó siempre contra una opresión que jamás desaparecerá. Aun así, ella lo hizo, combatió contra diferentes obstáculos hasta encontrar la felicidad y en su lecho de muerte, se despidió de mí diciendo estas palabras: “He ganado”

 Competitiva hasta el final, resultaba obvio que una de sus nietas heredara el cabello blanco y su personalidad radiante.

 De tal palo, tal astilla, para bien o para mal.

 —Ah, ya no puedo —mentí, en realidad, tenía muy buen equilibrio, pero decidí dejarme ganar para dejar la competencia en manos de los niños.

 — ¡Podemos ganar! —exclamó Sofía.

 No, no pudieron.

 El otro equipo ganó de manera aplastante y por lo consecuente, los forzaron a gatear por el pasto sucio.

 —Bueno, no siempre se gana —susurré.

 — ¡La próxima vez ganaremos!

 Todos estos niños estarán ocupando los lugares de honor en la mesa, mientras que mi generación solo quedará plasmada en un retrato en la sala de los recuerdos. Así era la vida, corta, efímera, pero al mismo tiempo, llena de sorpresas que te hacían sonreír por la cosa más pequeña.

 Unas vidas venían, otras se iban, era el ciclo natural que jamás desaparecerá sin importar los avances tecnológicos o de la sociedad. Solo por un momento, me gustaría que existiese una forma de preservar nuestras imágenes en el presente, para que las generaciones futuras vieran los rostros de sus ancestros, las miradas de todos los hombres y mujeres que forjaron el pasado para confiarles el futuro.

 Las pinturas estaban bien, pero no todos se pintaban de acuerdo a sus verdaderos rasgos.

 —Algún día existirá, estoy seguro…

 — ¿Dijiste algo, abuelo? —preguntó Sofía.

 —No, no, descuida, sigan jugando, yo los veré desde acá.

 Mientras el juego continuaba, mi nieto más grande hizo aparición, el muchacho era la viva imagen de su padre y mía a la vez: Ojos cafés, cabello rubio y piel pálida, pero manchada por estar mucho tiempo al sol. Vestía un jubón de cuero negro y pantalones del mismo color, sobre su espalda iba una capa roja con la heráldica de nuestra familia, un león azul parado en cuatro patas y sosteniendo entre sus fauces un cordero.

 Nuestro lema era: “Destruye el miedo, destruye la injusticia, protege el honor

 —No presionen mucho al abuelo.



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En el texto hay: drama, caballeros, acción

Editado: 16.03.2020

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