El mes del caballero

Capítulo 5: Dios

Nunca me consideré una persona religiosa.

 De niño me obligaban a entender lo básico de nuestra religión, asistía a los sermones y de vez en cuando, leía las historias épicas del libro sagrado. Pero jamás sentí de corazón aquellas emociones tan sagradas que otras personas sí lograban alcanzar, esa dichosa comunión con el creador que nos permitía llegar a un grado de existencia superior.

 Al fin y al cabo, eran simples palabras.

 La religión de nuestro país era una monoteísta, creíamos en un solo Dios creador sobre todas las cosas. Pero él no era un Dios generoso, sino todo lo contrario, así como creó la vida, también creó la muerte, el dolor, la desesperanza y las guerras. El creador lo creó todo, pero no controlaba nada, era como un espectador que sacaba conclusiones de acuerdo a nuestras acciones en la tierra.

 Una religión cruel con adeptos ocasionales.

 Los preceptos eran los siguientes:

  1. El creador creó todos los conceptos de este mundo.
  2. Nadie está por encima del creador, porque una creación no puede tomar el control de su creador.
  3. El creador no te ayudará jamás, él solo observa, juzga y analiza tus actos. Si obraste bien, tendrás una recompensa, si obraste mal, el mundo te castigará.
  4. Las dificultades no son pruebas ni castigos, solo partes del mundo que giran en torno al caos. El creador no tiene por qué controlar al mundo, solo observarlo.
  5. Nadie es igual, todos somos diferentes y son aquellas diferencias las que dan por hecho la perfección del creador.

 Menudas reglas más absurdas.

 En el norte, las ciudades amuralladas creían en muchos dioses y tenían como escrituras sagradas unas piedras talladas muy antiguas, las cuales decían que la vida era un ciclo que iniciaba y terminaba conforme pasaban los años. Ellos creían en la reencarnación, a diferencia de nuestra religión, cuyo pensamiento recaía en un mundo espiritual que estaba más allá del mundo físico.

 ¿Y mi pensamiento?, ni idea.

 A decir verdad, no podía decir que los dioses eran falsos o reales.

 Por un lado, miles y miles de años de historia no podían ser mentiras, es decir, ¿cómo podría la humanidad seguir con la misma farsa por muchísimas generaciones?, algo de verdad había en cada texto sagrado, en cada lectura dada por un sacerdote o chaman norteño.

 Pero por otro lado, ¿cómo podía descartar el pensamiento de los salvajes?

 ¿Y si ellos tenían la razón?, ¿y si Dios es un pastor gigante y no un creador egoísta?

 ¿O no hay un Dios definitivo y en su lugar, había muchos dioses?

 Demasiadas preguntas que jamás tendrán respuesta.

 A menos de un mes de mi pelea definitiva, ¿debería orar a los otros dioses?, porque el mío no me ayudará en lo absoluto, claro, había gente que le pedía fuerzas y ello, pero el creador no iba a crear “fuerza” solo para mí.

 —No seré mal juzgado —susurré —. He hecho lo correcto la mayoría de las veces.

 Luego de visitar la tumba de Juana, decidí pasarme por la capilla local para apreciar el arte de nuestra iglesia. No tenía muchas ganas de orar, en mi vida había orado solo en 3 ocasiones: La primera, fue cuando capturaron a mi esposa en la fortaleza y me vi forzado a combatir contra muchos mercenarios para salvarla, la segunda, antes de la carga final de la guerra de los usurpadores y la última, hace poco, cuando iban a elegir a la prometida de mi nieto.

 —En tiempos de necesidad, los seres humanos acuden a sus dioses. —La capilla era pequeña y algo austera, sus paredes de piedra carecían de adornos y decoración básica. Por dentro las cosas no eran diferentes, había muchas sillas de madera colocadas en el centro del lugar y más al fondo, un altar pequeño con una X de acero empotrada a la pared. La X era el símbolo religioso que empleaba nuestro culto.

 —Es raro verte por aquí, Sir Fred. —Mientras me disponía a caminar de vuelta al castillo, el sacerdote encargado me saludó por la espalda —. ¿Te ha dado un ataque de fe?

 —Algo así, ¿estás enterado del suceso, no?

 —Me enteré por mis propias fuentes, ¿vienes a pedirle fuerzas al creador? —cuestionó el sacerdote, mientras se jugaba la barba. El hombre era más delgado que un palo, su piel pálida y cabello canoso me daba envidia, él sí lucía como todo un sabio.

 —No, incluso alguien como yo sabe que no tiene caso pedirle al creador. Él no ayuda, solo observa y juzga, somos nosotros quienes decidimos nuestro destino. Aun así… ¿No te parece algo cruel?, ser un Dios y no brindar ayuda a tus creyentes.

 —Para nada —respondió el sacerdote —. ¿Conoces a la fe del pastor?

 —Sí, he combatido contra los reinos del este y sus plegarias suelen ser algo llamativas para mi gusto.

 —Verás, Sir Fred, la fe del pastor es demasiado dependiente y débil, ellos creen que su Dios los guiará hacia la salvación, ponen sus esperanzas en una deidad que rara vez les muestra el verdadero camino. Jamás avanzan hacia adelante y se dejan dominar por otros, después de todo, su Dios es el pastor de sus vidas. No piensan, no razonan y por tal motivo, jamás lograrán algo decente.



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En el texto hay: drama, caballeros, acción

Editado: 16.03.2020

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