Lord Pedro decidió hacer un pequeño banquete el día antes del duelo.
Solo mis parientes cercanos fueron invitados, la ceremonia resultó ser más informal de lo que pensé. Nadie trajo consigo caros jubones ni capas plateadas, vinieron portando ropas simples, carentes de lujos y apariencias falsas.
Porque esto no se trataba de buscar poder ni influencias, sino de pasar un rato agradable con la familia. Lord Pedro tomó asiento en la parte superior de la mesa, a su lado, yacía su esposa, una mujer de cabello negro y mirada recta que a veces, me daba mala espina.
Su nombre era Violeta y como todas las familias nobles, también fue un matrimonio arreglado. En ellos no había pasión ni romance, solo la fría capa del deber y por lo mismo, Violeta nunca se presentaba en eventos donde no la llamaban y Lord Pedro de igual modo, evitaba pasar tiempo con su esposa.
No podía culparlos.
Ambos tomaron sus responsabilidades familiares con madurez.
En este mundo, no todas las personas podían vivir romances como el mío.
Más atrás, en el centro de la mesa y sus alrededores, mis otros hijos tomaron sus respectivos lugares. A pesar de las sonrisas y los comentarios amistosos, existía cierta tensión en el ambiente, probablemente por el duelo de mañana y las dificultades que vendrán después del combate.
Y hasta el final, en una mesa separada, los nietos convivían sin ninguna preocupación, salvo Héctor, todos ellos aprovecharon la oportunidad para comer mucho, jugar en los pasillos y comentar chismes. Cuanta envidia me daban, ojalá los adultos fueran como ellos.
Sus miradas preocupadas y llenas de miedo me arruinaron el apetito, quería verlos sonreír, pasar un momento agradable para irme a dormir con una sonrisa. Nada podíamos hacer para evitar el combate de mañana, darle vueltas a un asunto imposible no me pareció muy correcto.
Mi lugar estaba a la mano izquierda de Lord Pedro, un sitio de muy alto honor que pocas veces era usado en banquetes serios, mucho menos informales. Llegué vestido con un jubón sencillo de piel y unos pantalones cafés, vestimentas clásicas que me permitían caminar por el castillo sin sudar o cansarme.
—Nada como pasar un tiempo agradable con la familia, nosotros somos los líderes del Castillo Marea, ¡debemos estar unidos! —exclamó mi hijo con voz amable, a pesar de sus buenas intenciones, el resto de la familia simplemente asintió sin verse entusiasmados, los únicos que le siguieron la corriente fueron los niños que nada sabían del incidente.
— ¿Y qué vamos a comer, padre? —Héctor trató de ayudarlo a romper el hielo, su sonrisa amigable y servicial fue una muestra de madurez, pues él mismo me vio luchar en nuestro pequeño entrenamiento.
—Nada muy ostentoso, pero no por ello menos delicioso. —Tras decir aquellas palabras, cuatro sirvientes entraron a la habitación cargando enormes charolas repletas de comida. Mi nariz detectó rápidamente el olor a carne recién asada, papas del campo vecino, verduras al vapor, pancetas calientitas y vino de nuestras reservas.
—Nada mal, nada mal —susurró Héctor —. Es hora de comer.
—Espera un momento, hijo, creo que tu abuelo tiene unas palabras que decir a la familia, ¿no es así?
—Eh… Bueno. —Ciertamente no deseaba decir nada, ya les había dicho todo lo que debía decirles en este último mes e incluso antes, cuando gozaba de mi tan merecido retiro.
—Vamos a escucharlo —murmuró Violeta, con esa formalidad que tanto la caracterizó.
¿Qué podía decirles un día antes de mi tan esperado duelo?
—Nuestra familia ha sido regente de este castillo desde hace generaciones, defendimos estas tierras de los peores conquistadores que han existido y lo que haré no será la excepción, soy un caballero como mis antepasados. A ustedes no tengo nada más que decirles, ya los he entrenado en las armas, les he enseñado trucos para la corte y también les di todo el amor que un hombre puede dar. Pase lo que pase, ustedes seguirán acá. —Me quedé callado antes de volver a tomar una copa de vino, mis familiares dieron un aplauso silencioso que mas bien parecía un cortejo fúnebre.
No fue la reacción que esperaba, pero al menos les di a entender mi punto de vista.
Al verlos de cerca, con sus miradas preocupadas y expresiones tristes, no pude evitar sonreír con nostálgia. La sangre era algo especial, los lazos que nos unían estaban más allá de una explicación aparente.
¿Qué significaba realmente la familia?
¿Era la sangre realmente importante a la hora de formar lazos con las personas?
En todos mis años, formé amistades y relaciones con distintas personas, pero ninguna fue tan profunda como los lazos de sangre que compartía con ellos, con mi familia.
El banquete continuó en silencio, sin embargo, en la mesa de los nietos las cosas eran muy diferentes. Héctor les contaba a los más pequeños algunos trucos para mejorar el estilo relámpago, en sí eran solo fanfarronadas que inventó para que sus primos lo viesen con admiración, pero entre tanta mentira podía haber algo de verdad, una sombra que no podíamos ver por nuestra edad o simplemente, por el miedo a inventar cosas nuevas.
En unos años, esos pequeños ocuparán estos asientos y mi hijo será el siguiente señor retirado. Así como el paso de las estaciones, nuestras vidas transcurren poco a poco, en un campo de experiencias que nos permite apreciar la existencia que nos otorgó el creador.
—Que bonita es mi familia —susurré, sin que nadie se diese cuenta.
Sin importar lo que pase mañana, mi amor por ellos será eterno.
En este mes del caballero, he aprendido que no había nada más importante que el amor, ya sea romántico, hacia los ideales o la familia. Una vida sin amor, no era diferente a la muerte.
Editado: 16.03.2020