Él... mi verdadero amor

*Prefacio:

Los largos y finos hilos negros volaban al son de la danza orquestada por el suave viento que soplaba en dirección a su perfilado rostro, dibujando en el aire un espectro mágico que iluminaba con su majestuosidad todo lo que alcanzaba su resplandor. Era paradójico, pero al mismo tiempo que él sentía dolor, comprendió que nunca más podría concebir una verdad distinta a la que vivía en ese sufrido instante.

Resguardándose del peligro, el joven del rostro magullado se acurrucó contra el suelo frío buscando la protección que necesitaba para aliviar el malestar de su cuerpo golpeado.

Sus ojos opacos y distantes ignoraban detalles importantes del contexto y solo captaban los movimientos anormales y diestros del pequeño cuerpo de menos de cincuenta kilos, saltando de un lado a otro, luchando con valentía y decisión por lo que consideraba correcto.

En medio de su confusión y consternación, él escuchaba dos potentes y reacios puños chocando contra la carne de los adversarios, provocándoles un dolor que probablemente los acompañaría durante muchos días.

Era ilógico imaginar cómo ese menudo ser humano batallaba con dos sujetos que la doblaban en peso y estatura —y tal vez también en edad—, a pesar de las dificultades presentes en la pelea, ese no era un motivo suficiente para temerle al futuro.

Ella no era débil por ser más pequeña. Al contrario, ese era un punto a su favor del que siempre se aprovechaba en sus contiendas.

El joven, en medio de su abatimiento producido por los incontables derechazos recibidos, intentó sentarse sobre la vereda para contemplar con mayor detenimiento los sucesos que acontecían frente a sus ojos, quería verla y grabar su imagen en su memoria para siempre.

Nada le parecía real y únicamente constató como cierto que los tipos que minutos antes lo asaltaron, caían al suelo uno sobre otro, como dos grandes costales repletos de arena, produciendo en el desplome un sonido inusual que lo llenó de satisfacción.

— ¿Estás bien? —Preguntó la jovencita practicante de kick boxing, con la respiración agitada por el esfuerzo físico. Coincidente de que ese par de malhechores dormiría al menos un par de horas, les dio una última inspección y avanzó unos pasos para comprobar el estado del muchacho que acababa de salvar— ¿Estás bien? —Reiteró la formulación de la interrogante, pero el jovencito no respondió lo que ella quería saber.

— ¿Cuál es tu nombre? —Inquirió mirándola fijamente. Seducido más allá del raciocinio.

Él pensó que ella era una piedra preciosa hallada en el fondo del océano. La mujer más bella del universo conocido.

Su rostro sudoroso y su cabellera enredada, le daban el aspecto de una diosa rebelde sin causa. La encarnación femenina del orgullo.

Extrañada por su imprevista petición, su salvadora dejó que su frente se convirtiera en una marea de músculos contraídos. Era poco común que le preguntaran su primer nombre en semejante circunstancia.

—Lissete —habló lo suficientemente alto—, mi nombre es Lissete —dijo incómoda por revelar su identidad.

Saciando la curiosidad del chico que sonreía como un verdadero campeón, ella pensó que después de todo no era tan malo decirle su nombre al joven que había rescatado en un arranque de solidaridad. Lo más previsible es que jamás lo volvería a ver.

— ¡Qué hermoso nombre! —Exclamó— Es digno de una princesa... —fue lo último que pronunció Ángel, antes de caer en un profundo sueño.



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En el texto hay: comedia humor, amigos y amor, fujoshi

Editado: 02.08.2021

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