Él... mi verdadero amor

*Capítulo cuatro: "Gracias, Lissete"

El muchacho temblaba de emoción al recordar cómo había "vencido" a su terrible adversario con un golpe de suerte. Su corazón latía muy rápido y su respiración descompasada provocaba que sonriera del temor. Realmente, él era un manojo de contradicción.

Ángel esperó que algún vehículo apareciera por ese paradero, pero transcurrieron cinco minutos, que le parecieron eternos, y no había señales del trasporte.

—Mierda —refunfuñó alzando la mano por enésima vez y mirando la hora que marcaba su reloj—, no tengo mucho tiempo... ¡Carajo! —se maldijo por lo bajo y se insultó de muchas maneras.

Él joven empezó a dar vueltas en círculos, vibrando del pavor, imaginando que jamás llegaría a la casa de Lissete.

Él empezaba a tranquilizarse cuando de pronto, lo vio salir como alma en pena por una de las esquinas cercanas a la universidad.

Corría sin control y sus largas zancadas de profesional eran de fotografía.

Después de todo, Ángel recordó, que él era el campeón departamental de atletismo.

—Dudo mucho que vayas a ir corriendo a la casa de Lissete —murmuró entre dientes, sin embargo le bastó observar la modulación y el paso al que iba para deducir que si iría corriendo a la casa de su amada. No se detendría así se iniciara una invasión extraterrestre— ¡Maldito hijo de las diez mil fartas! —le gritó poniéndose en marcha.

Ángel, a pesar de sus problemas respiratorios, corrió a una velocidad impresionante que sorprendía a quien tuviera el honor de verlo en acción.

Necesitaba alcanzarlo y no escatimaría en energías, pero él le llevaba mucha ventaja. El jovencito se desesperó por la delantera que tomaba su adversario sobre él y no se le ocurrió mejor idea que jugar sucio.

—¡Es un ladrón! —exclamó jadeante cuando llegaron a una calle por la que transitaban muchas personas—. ¡Tiene mi celular! ¡Alguien atrápelo! ¡Me acaba de robar! —el 80% de las personas empezaron a murmurar entre sí y a señalar a Antonio, quien no comprendía que rayos sucedía.

Algunos seguían la voz de llamarlo ladrón, pero siempre existe la persona que se cree héroe de mundo. Y uno de ellos fue un muchacho de aproximadamente treinta años, que al oír los gritos estridentes de Ángel no dudo ni un segundo en detener a Antonio de un solo jalón.

—¡Suélteme! —suplicó al sentir aquella mano imperiosa apretando su brazo. Antonio era alto y musculado, pero en comparación al hombre que acababa de atraparlo, era un niño pequeño que no podía defenderse.

—¡Devuélvele el celular al chico! —el tipo lo zarandeó como si se tratara de un muñeco y para su mala suerte, una multitud de personas los rodearon, consternados por lo que ocurría—. ¡Maldito ladrón! Aprende a trabajar si quieres tener un celular.

—¡Yo no tengo nada que no me pertenezca! Nunca he robado —se defendió Antonio.

Ni en la peor de sus pesadillas imaginó que Ángel podía actuar de manera tan deleznable.

—Mentiroso —lo insultó el hombre—, los de tu clase son de lo peor y están acostumbrados a verle la cara de tontos a las personas, pero conmigo te equivocas —Antonio miró con rencor a Ángel, que se aproximaba corriendo a velocidad media alta—. Aquí está el bandido, muchacho ¿Quieres que llame a la policía? —Ángel asintió a su pregunta con una sonrisa malévola.

El hombre que lo había ayudado creyó que se detendría, pero el jovencito continuó su avance luego de exclamar un gracias insuficiente de veracidad.

—¡Ahora quien es el idiota, eh Antonio! —Ángel prosiguió con la carrera sin volver la cabeza. No quería verlo derrotado.

—¡Hijo de puta! —Antonio intentó zafarse del agarre brutal, pero el hombre apretó su brazo con mayor poder.

—¡De aquí no te vas!

—Lo siento, yo no quería hacer esto, porque se que le va a doler, pero no me deja otra alternativa —el sujeto no se lo esperaba; sin embargo Antonio se movió ágilmente y le encestó una patada en la entrepierna que redujo al héroe del día. Sorteando al círculo de persona que se había formado a su alrededor, salió disparado del tumulto para alcanzar al farsante de Ángel.

El menor llevaba la delantera por mucho, pero Antonio no sé daría por vencido con tanta facilidad. Endureciendo los paquetes superiores de sus piernas, aumento la velocidad de sus zancadas.

Le tomó algunos minutos, pero al fin divisó a Ángel por las calles cercanas a la casa Lissete.

Con la rabia tomando cabida en su corazón, Antonio consiguió ponerse hombro a hombro con su tramposo rival.

—¡Eres un maldito mentiroso! —le reclamó Antonio. No le perdonaría esa humillación ni en un millón de años.

—En la guerra y en el amor todo se vale —Ángel empujó a Antonio con el hombro, pero este, sabiendo que en cualquier momento usaría esa táctica, rectifico la postura de su espalda y corrió a la misma velocidad.

—Tienes mucha razón...

Ángel y Antonio empezaron a golpearse mientras se lanzaban insultos.

Sus epítetos ofensivos se acallaron cuando vieron cuán cerca de la casa de Lissete se encontraban.

Los dos muchachos corrieron como si no hubiera un mañana y con el cuerpo sudoroso se abalanzaron sobre la puerta de la casa. Al contrario de lo que pensaban, la puerta se abrió al instante y los dos cayeron al suelo, uno encima de otro.



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En el texto hay: comedia humor, amigos y amor, fujoshi

Editado: 02.08.2021

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