Un día que estaba caminando de regreso a casa me encontré a unos niños de mi edad, estos al verme se acercaron a mi preguntando si quería jugar con ellos y comprar golosinas, en ese instante me di cuenta de lo mucho que me estaba afectando todo, no solo no sabía que responder, sino que también sentía rechazo a su invitación; al verme tan callado me sujetaron y me llevaron con ellos, sin poder hacer nada tan solo me dejé llevar.
Después de comprar golosinas les di las gracias y decidí irme, ellos insistían en que no me valla, que me quede con ellos para ir a jugar pero tan solo me ponía más incómodo y con más ganas de llorar, sin pensarlo les dije “Solo déjenme en paz” con un tono algo agresivo, enseguida me tape la boca y agaché la mirada, mi corazón latía demasiado rápido y como era de esperarse, al levantar mi mirada me observaban con enfado y disgusto, se marcharon sin decir nada mientras que mis lágrimas solo comenzaban a salir de mí, mis labios solo temblaban y en mi garganta se iba formando un nudo que solo me hacían querer que la tierra me tragara, quería que se quedaran, no quería que se fueran, quería jugar y divertirme, pero mis acciones mostraban lo contrario haciendo que mi corazón solo palpitara de dolor al sentir que ya no podría ser feliz nunca más.
Los meses avanzaban, pasaron cumpleaños con sonrisas que costaban mantener y lágrimas incomodas llenas de dolor, eran sentimientos que no pudimos desechar tras todo el vacío que quedó en nuestros corazones, si bien se dice que el tiempo puede llegar a sanar la herida más mortal del cuerpo, también es cierto que el tiempo no puede sanar tan fácilmente un corazón destrozado, maltratado y arrepentido de haber depositado tanta confianza en alguien que decía asegurar tu felicidad. El tiempo hizo de las suyas, no me percaté en qué momento los meses transcurridos se convirtieron en años, pero hoy 22 de mayo cumplo mis 9 años de edad y aunque es mi cumpleaños solamente lo celebro con mi madre, ya que con el tiempo los niños del vecindario me miraban como alguien raro evitando tener contacto conmigo, me sentía demasiado solo pero tampoco me sentía capaz de hacer algo al respecto, o más bien no lo sabía.
Unos cuatro meses después tocaron la puerta de nuestra casa, bajé inmediatamente para poder ver de quien se trataba, al abrirla el hombre parado delante mío era Tío, mis manos, mis labios mi cuerpo entero comenzó a temblar y mis piernas dejaron de responderme, mi miedo aumentó de golpe por lo que intenté cerrar la puerta, pero él lo evitó entrando por la fuerza.
–¡¡Oh mi Erick!!, no sabes cuánto te extrañé, ver cómo me rechazas solo hace que me duela el corazón, ¿Tienes idea de cuantas veces eh pensado en ti y cuanto deseaba poder tenerte a mi lado?, ¡¡¿Tienes alguna idea?!!
Se me formó un nudo en la garganta en mi intento por gritar, no quería que se volviera a repetir lo de aquella vez, tenía miedo, quería huir, no quería seguir aquí, mi mente se hizo un huracán lleno de recuerdos y mi corazón se hizo un sunami de emociones, mis pies retrocedían lentamente hasta que sentí un cálido abrazo viniendo de mi espalda, al girarme vi a mi madre observándolo con una mirada muy seria. En ese instante mi madre me dijo, “Vete a tu cuarto y no salgas hasta que mamá te diga que puedes salir”, inmediatamente obedecí y me encerré en mi habitación.
Los minutos se me hacían eternos, me paraba, me sentaba, me acercaba a la puerta por un intento de escuchar atreves de esta, me volví a mi cama pensando en que es lo que estarán hablando o haciendo. Después de dos horas decidí salir para poder saber que era lo que estaba pasando, empecé a escuchar unos sonidos raros, seguí caminando en dirección a aquellos sonidos hasta que llegué a la habitación de mi madre, los sonidos se intensificaron al acércame más a la puerta, me apegué demasiado por lo que se logró abrir un par de centímetros, tenía miedo de mirar, pero era imposible no hacerlo. Me arrepentí de inmediato al ver a mi madre desnuda encima de Tío moviéndose de atrás para adelante, no entendía el por qué, por qué tener sexo con el hombre que nos trajo tantas desgracias, mientras más miraba menos lo podía procesar, a tal distancia los gemidos se escuchaban claramente, los golpes de sus cuerpos y las manos de Tío sobre los pechos de mi madre, me hacían sentir lleno de ira, quería golpearlo, detenerlo, pero a la vez la impotencia que sentía al darme cuenta que en realidad no podía hacer nada era cada vez más grande.
Salí de la casa, no soporté el ambiente de aquel lugar, quería estar solo en un lugar donde absolutamente nadie me pueda encontrar, inconscientemente me había dirigido al campo de girasoles, me senté en medio de la tierra y aunque no sentía ganas de llorar si sentía un dolor muy fuerte en mi pecho.
–Mi vida es una mierda– Lo dije mientras recordaba todo mirando al cielo.
Pasé un buen rato solo, no quería volver… realmente no quería volver, pero tenía que hacerlo por lo que con el poco coraje que alcancé a rescatar de mi interior decidí regresar. Para cuando llegué me di cuenta que Tío ya se había ido, justo antes de subir a mi habitación mi madre me detiene preguntándome donde me había ido, enseguida mi pecho comenzó a doler y junto al huracán de pensamientos que tenía en ese momento terminé diciéndole.
–¡¡Suéltame!! ¡¡Te odio!!
Mi mirada expresaba ira, confusión y a la vez dolor. En ese instante mi madre me miró enojada, pero con lágrimas en los ojos, se arrodilló y me abrazó muy fuerte.
–Hijo mío… si no lo hubiera hecho créeme que no hubiera podido soportar el dolor que se siente que te hagan algo malo, aunque digas odiarme yo te amaré, lo suficiente como para dar mi vida por ti.
Comprendí el motivo de sus acciones, por lo que inmediatamente me arrepentí de lo que dije.
–¡¡Perdón!! ¡¡De verdad perdóname!! ¡¡Mamá!!
Por más que quisiera no pude evitar llorar desconsoladamente, no podía odiar a mi mamá, solo podía amarla más y luchar con ella día a día.