Al día siguiente, Scott llegó justo como acostumbraba a su trabajo, temprano a la comisaría. Ingresó a su despacho percibiendo la presencia de alguien más dentro. No necesitaba ver para saber que Hank estaba esperándolo.
—Hola, Hank —saludó al comisario.
—Te estaba esperando —dijo este sentado en una silla—. Ya tenemos la dirección de la médium y ahora es necesario que vayas para allá.
—No creas que abandonaré mi puesto para escuchar lo que tenga que decirme —dijo cruzándose de brazos.
—No actúes desde ya como un gruñón insufrible. Es lo único que pido. A veces llegas a ser tan insoportable... No se te ocurre que quizás ella pueda aportar algún tipo de ayuda.
—Vaya, Hank, nunca lo hubiera imaginado. Menos de ti —aseguró con ironía—. Así que ahora Don Perfecto Comisario se encuentra desesperado... No me digas que los padres te convencieron de que ella puede solucionar el problema.
—No es eso. Se trata de no perder las esperanzas. Si mal no recuerdo, fueron tus propias palabras —indicó con énfasis.
—De acuerdo —asintió retractándose—. Iré.
—¡Ese es mi muchacho! —exclamó riendo—. Esta es la dirección —pronunció luego mientras Scott la memorizaba—. Ah y... no olvides llevar la gorra de la niña —le hizo entrega de la prenda.
—¿Y eso? ¿Por qué? —preguntó intrigado.
—Dicen que estos... médiums pueden tomar contacto con alguna prenda para localizar al desaparecido.
—Muy chistoso, Hank. No me digas que te crees realmente ese cuento. ¿Sabes cuántos casos hay probados en los que intervinieron médiums y no hubo resultado alguno?
—Ahórrate tus sarcasmos, Scott, y ve.
Scott entonces puso la gorra en su maletín. De nada le serviría seguir discutiendo con el comisario y sabía que más tarde estaría mucho más frío. Conocía el camino a seguir así que alcanzó su bastón, llevó su abrigo y se encaminó hacia aquel lugar.
Podía sentir el frío aire del invierno en su rostro y hasta en los mismísimos huesos. Las calles estaban desoladas. Podía presentirlo mientras se dirigía a su destino. No oyó demasiado movimiento en su trayecto y no podía pensar en otra cosa que llegar allí de una vez por todas. Era un día tan frío y gélido, como hacía mucho no se sentía en la ciudad. Nunca antes había requerido guarecerse tan pronto en el calor de algún hogar.
Luego se detuvo frente a una vivienda. Por alguna razón, su intuición le indicaba que estaba frente a la casa correcta. No esperó más y golpeó la puerta. La misma se abrió al primer golpe seguida de un espantoso rechinido. Ingresó a través de un largo pasillo tanteando con su bastón hasta que de pronto un fuerte olor a sahumerios inundó sus fosas nasales. Se detuvo, pues percibió a alguien. Sus sentidos se habían agudizado a lo largo de los años y mucho más desde el accidente. No era difícil para él suponer que estaría rodeado de velas y frente a la médium.
*****
Jean permanecía sentada a la espera de una clienta recurrente que solía frecuentarla. Los minutos pasaban veloces y no había señales de que la señora Charleston llegara. Hacía mucho frío y estaba considerando prudentemente alejarse de la comodidad y el calor que le proporcionaba la pequeña estufa situada en la esquina derecha de la habitación para cerrar la puerta. El solo hecho de levantarse de su asiento le transmitía escalofríos de anticipación por todo el cuerpo. No obstante, estaba segura de que ella ya no vendría.
Esperó por unos segundos más aun consciente de que la señora Charleston seguramente hubiera desistido de la cita que tenían programada. Pero es que Jean presentía algo, y cuando eso sucedía, era porque debía ser paciente y confiar en su sexto sentido.
De repente, la puerta de su vivienda emitió un potente rechinido, y con ello, una visión la alcanzó. Quedó paralizada sobre el asiento procesando todo lo que aquello significaba. Luego sus labios esbozaron una sonrisa de felicidad y su rostro se iluminó de profunda dicha. Quienquiera que hubiese ingresado por la puerta, era la respuesta a todas sus preguntas. Un ángel por fin había venido a rescatarla.
Ignoró la ráfaga helada que atravesó su cuerpo y que probablemente vendría desde afuera, aún concentrada en sus pensamientos. Una serie de pasos firmes y cada vez más cercanos la distrajeron. Desvió su atención hacia la materialización de su visión profética.
Su vista se paseó por el hombre que recién había ingresado a la habitación. Jean contuvo el aliento al recorrer su porte masculino y los finos rasgos de su rostro. Era demasiado alto, de cabello castaño espeso y bien peinado, lucía unas grandes gafas oscuras que ocultaban sus ojos y sostenía un bastón en una de sus manos.
Desde la nariz aristocrática hasta la línea de la mandíbula, firme y pronunciada, había unos sensuales labios que acapararon su atención. Entonces Jean sonrió divertida negando con la cabeza. Esperaba a alguien que realmente pudiera ayudarla, no a un modelo de revista capaz de deleitar a las señoritas con una simple sonrisa. El destino a veces podía ser tan impredecible. Luego advirtió el tipo de bastón que cargaba en la mano.
El hombre entonces rebuscó algo del interior de su abrigo y se inclinó hacia ella. Jean frunció el ceño al mismo tiempo que leía el nombre inscripto en la placa de identificación.
—¿A qué debo la visita, detective Scott Summers? —preguntó recargándose en su asiento.
—Dejemos claras algunas cosas desde el principio.
—Me parece justo —contestó encogiendo los hombros—. Tome asiento.
—Gracias —dijo ubicándose frente a ella. Luego el hombre hizo silencio. Jean le miró expectante hasta que él acomodó su garganta—. No creas que no me di cuenta de que buscaste a esa familia. Seguramente que para darle falsas esperanzas.
—Creo que... te equivocas —señaló con una sonrisa—. Ellos me buscaron a mí.
—Sí, claro. Lo que tú digas. ¿Y esperas que me lo crea?
Editado: 28.04.2024