El Milagro de tus Ojos

Capítulo 4

Los días para Jean habían trascurrido bastante normales. Entre las consultas y sus sesiones de espiritismo apenas tenía tiempo para relajarse. Sus habituales clientas continuaban acudiendo y la recompensaban con alguna que otra propina generosa.

Jean era una mujer humilde y bastante inteligente. Hablaba con propiedad y, a más de una de sus clientas, impactó su honestidad y buen corazón. Muchas se preguntaban qué hacía una muchacha tan buena como ella perdida en aquel suburbio de la ciudad. La voz se esparcía entre la clientela y pronto nuevas interesadas golpeaban a su puerta en busca de respuestas.

Agradecía demasiado lo atareada que se sentía. Tanto es así, que se dedicó por fin un día libre para obtener un respiro. Las sesiones prolongadas solían provocarle sueño así que probablemente dormiría la mayor parte de ese día.

Mientras tanto, Jean examinaba un periódico local. Hojeó las páginas revisando los titulares de política, internacionales y espectáculos. Cuando llegó a la sección de policiales, sus ojos se ensancharon. Una fotografía alusiva a un acto de las fuerzas ocupaba el centro del papel, pero en realidad fue el detective Scott Summers quien le llamó la atención.

No había pensado mucho en él desde su visita. Había bloqueado la mayor parte de sus pensamientos con respecto a él varias veces al día. Luego de una semana, ya no le importaba y ni siquiera debía esforzarse en intentar olvidarlo. Pero ahora que lo veía, quizá todos sus esfuerzos habían sido en vano.

¿Cómo podía un retrato de papel monocromático transmitirle tanto? Debía reconocer que era un hombre increíblemente atractivo que se escondía detrás de una fachada de completa amargura y soledad.

Sí, Jean había visto casi completamente todo. Le fue inevitable al incursionar en varios espacios de su mente. La mayoría estaban poblados de tristeza, culpa y abandono. Era un hombre destruido cuyas emociones se negaba a curar. Su pulgar recorrió involuntariamente la figura de la fotografía.

Una serie de pasos la alertó. Para cuando alzó la vista, Scott Summers estaba presente allí mismo. El uniforme resaltaba sus anchos hombros y el cabello, espeso y obediente, se hallaba desordenado. Un sombrero blanco descansaba en su antebrazo y, el bastón que siempre le acompañaba, era aferrado por su mano derecha.

Jean lo detalló sin descaro. Luego, simplemente sonrió y cerró el periódico.

—Bonita medalla.

—Es un adorno, nada más. Ni siquiera la merezco —contestó decepcionado.

—¿Por qué?

—¿Y por qué crees tú? Fuiste la que resolvió el caso —contraatacó con brusquedad.

—O sea que... estás furioso conmigo por eso.

—¿Furioso? ¿Quién está furioso?

—Vamos, detective. Sé lo que piensas. No necesito ser una médium para darme cuenta. Soy un obstáculo para ti. Estoy entre tú y el éxito.

—N-no es así...

—Lo que no comprendo es que por qué aún no me has delatado...

—Yo nunca rompo mis promesas —contestó con voz sombría.

—Me alegra saberlo. Toma asiento si te apetece.

Scott se acomodó frente a ella.

—¿Por qué esa cláusula? —indagó con curiosidad.

—Tengo mis motivos —respondió ella con sequedad.

Se produjo un breve silencio que Scott interrumpió con su siguiente comentario.

—No eres de hablar mucho, ¿no?

—Depende de qué —dijo jugando con los dedos de su mano.

—Que—quería disculparme por mi comportamiento del otro día...

—No tengo porqué disculparte —encogió los hombros.

Entonces Jean elevó la vista fijándose nuevamente en lo apuesto que era Scott. Sus facciones eran firmes y masculinas, la mandíbula perfecta sin rastro de barba y los labios gruesos. No podía dejar de darle vueltas al asunto. ¿Era él sin duda alguna? ¿Qué lo había motivado a regresar?

—¿Estás bien?

—Sí. Como ya ves, no soy de hablar mucho... Además, no tenías por qué dejarme veinte dólares.

—Era lo menos que podía hacer. Sin ti, no habríamos encontrado a la niña.

—Pero no pensabas así en aquel momento. Yo era la oportunista, ¿recuerdas? —agregó con énfasis.

Recibió un silencio inquietante de parte de él. El detective no contestó ni demostró ningún gesto físico visible en su rostro.

—Quiero que... aceptes de nuevo el dinero.

—No —respondió de pronto—. Es tuyo. Sólo son veinte dólares. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? —cambió de conversación.

—Jean. Jean Grey. Y no, no acepto ese dinero. Mi ayuda fue honesta y no espero recibir nada, absolutamente nada a cambio.

La tensión se apoderó inmediatamente de ella. No quería ninguna recompensa, en realidad, no quería nada que le recordara a Scott Summers. La imagen de su visión aún estaba presente en su mente y había trabajado demasiado para esfumarla. Sólo tenía que seguir concentrándose en ignorarlo como se lo había propuesto.

En un frenesí, sacó el monedero del bolsillo de su abrigo de lana. Extrajo los veinte dólares y los puso con un golpe suave sobre la mesa.

—Son veinte. Si desconfías, los cuento uno por uno para ti.

—Y—yo... no los tomaré.

Jean apretó los labios. Se sintió tan molesta e inconforme con su negativa. Este hombre lograba sacarla de quicio. Entonces agarró los billetes y, sin pensarlo más veces, los depositó sobre su mano.

Fue en ese instante, en ese roce de sus manos, que lo que tanto temía volvió a atormentarla. Una nueva visión, en este caso más personal, mucho más íntima, una conexión innegable entre ambos que los unía por el resto de sus vidas.

El contacto le producía esperanzas de una vida tranquila y feliz, pero ella todavía la rechazaba. Ella se repetía que no quería una pareja. No estaba lista para una en ese preciso momento. Aún sentía la corriente eléctrica deslizarse por su brazo. Reaccionó por fin abriendo sus ojos. Su mano todavía estaba aferrada a la de Scott. Intentó retirarla, pero no pudo. Tiró de ella varias veces más sin éxito porque él no la soltó en ningún momento.




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