Jean hizo acopio de todas sus fuerzas para dirigirlo hasta el sofá. Una vez que estuvo allí, depositó a Scott con cuidado, quien de igual manera se quejó de dolor.
—Shh... Tranquilo... —le susurró.
Luego lo empujó de manera leve para recostarlo. Movilizarlo era tan dificultoso para Jean como si intentara mover una roca maciza de grandes proporciones. Suspiró producto del esfuerzo y se marchó a buscar un botiquín de primeros auxilios.
Sus pasos fueron presurosos de camino al baño. En el proceso y con botiquín en mano, se vio al espejo. Su rostro mostraba evidentes signos de estrés y las ojeras pronunciadas indicaban cuan cansada se encontraba. Apartó la mirada y regresó a su pequeña salita de estar.
Cuando ingresó, casi se le escapó el botiquín de las manos. Scott estaba sentado frotándose la cabeza e intentando levantarse. La habitación era modesta y pequeña, pero estaba tan llena de objetos y adornos, que sería un verdadero desastre para él si llegara a volver a lastimarse. Jean no podía imaginarlo más herido. El corte en su ceja ahora era una herida mucho más que notoria. Sin pensarlo más veces, Jean lo empujó de los hombros obligándolo a sentarse.
—Quédate quieto, por favor.
Jean sólo recibió un gruñido a modo de respuesta.
—No te muevas más, ¿o acaso quieres seguir lastimándote? —preguntó perdiendo la poca paciencia que le quedaba.
—Tengo que... que perseguir a ese tipo.
—¿Estás loco? ¿Qué podrías hacer en tu estado?
—Voy a matarlo.
—Estás demente. Lo primero que tienes que hacer es curarte —Jean notó la tensión en los puños cerrados de Scott a ambos lados del sofá—. Logan ya no regresará. Y además aquí traje material que seguro te mejorará.
Jean dejó el botiquín en la mesilla de al lado y procedió a retirarle las gafas oscuras.
—¿Qué haces? —Scott elevó la voz y la esquivó con un movimiento veloz.
Él había actuado casi con una velocidad supersónica y se refugiaba lo más próximo a la pared. Jean quedó con las manos en alto y un poco desconcertada.
—Tus anteojos... Debo retirarlos.
—Así-estoy-bien.
—Te recuerdo que casi pierdes el equilibrio hace unos momentos. Déjame revisarte —pidió con suavidad—. Scott, sólo intento ayudarte.
Jean no supo a ciencia cierta por cuantos minutos esperó algún indicio, alguna señal por parte de Scott, pero cuando lo vio suspirar pesadamente y aflojar los hombros, imaginó que cedería.
—Haz lo que tengas que hacer.
Ella aproximó sus dedos temblorosos hacia las gafas oscuras. No era como si tuviera miedo de Scott ya que sabía que él no le haría daño, aunque a veces su comportamiento fuera de lo más impredecible. No sabía cómo iría a reaccionar esta vez, no estaba segura de cuál sería su siguiente movimiento...
Entonces Jean cortó el silencio con un jadeo de completo asombro. A medida que alejaba las gafas de él, ella no podía apartar la vista de sus ojos. Eran los ojos azules más nítidos y hermosos que había visto, pero carentes de movimiento. Era como si estuvieran marchitos y desprovistos de vitalidad, a tal punto que tenía miles de preguntas formulándose en su mente. Se quedó completamente sin habla.
—Antes...antes veía —dijo él.
—Yo... lo siento, no quería... —se disculpó ella apartando la vista. Luego colocó los anteojos en la mesilla.
—No te preocupes.
Ella humedeció el algodón en antiséptico y lo acercó a la herida.
—¡Agh! ¿Qué demonios fue eso?
—Tienes un corte en la ceja —le avisó y volvió a hacer otra aplicación.
—Agh. ¿Por qué diablos quema tanto? —preguntó no obteniendo respuesta. Scott continuó quejándose durante el resto del tratamiento—. ¿Te han dicho que serías una pésima enfermera?
—Esta ayuda es la única que puedo ofrecerte.
Luego Jean le aplicó una vendita en el sitio de la herida.
—¡Eh! Podrías ser más suave y más amable... —exigió Scott a lo que Jean sólo sonrió—. Definitivamente esto no es lo tuyo.
—Haz silencio sólo un momento. No creo que esto duela tanto a un hombre como tú.
A continuación, removió con un paño húmedo los restos de sangre seca de sus mejillas y nariz.
—Bueno, muchas gracias por tu amabilidad. Ya puedo irme —dijo haciendo amagos de incorporarse.
—Nada de eso. La curación aún no ha terminado —lo detuvo Jean sonriente.
Scott escondió inmediatamente su mano derecha tras de sí. Sin embargo, ese detalle no pasó desapercibido para ella. Entre nuevas quejas y falsas acusaciones, Jean alivió el escozor de su mano y también le aplicó un vendaje.
—Espérame —dijo entonces—. Te traeré un vaso de agua o lo que encuentre.
Jean llevó el botiquín hacia el baño y buscó algo para beber. Cuando regresó a la sala, Scott se había recostado sobre el sofá y parecía perdidamente dormido. Ella se le acercó y lo miró con detenimiento. Su pecho subía y bajaba, preso del agotamiento. Por lo tanto, ella dejó el vaso con agua a un lado y decidió quitarle los zapatos.
—Buenas noches, Scott —musitó luego en voz baja apagando la luz de la habitación.
No esperó una despedida así que se marchó directa hacia su dormitorio. Ella también se encontraba extenuada, tanto que cuando se sentó en su cama no supo cómo, el sueño la venció.
A la mañana siguiente, se encontraba en la cocina preparando unos bocadillos y café caliente. Había visto a Scott en la misma posición en la que se durmió durante la noche. No quiso molestar su sueño.
La primera tanda de bocadillos estaba lista. Agregó más cantidad de aceite a la sartén. El ruido característico del sofrito resonó en aquella estancia.
—Qué bien huele.
Jean ahogó un grito. Se giró para ver a Scott apoyado en la puerta. Ella corrió en su auxilio.
—Estás sin tu bastón. Puedes caerte —dijo ayudándolo a tomar asiento.
—Sí. Claro, mamá —gruñó él.
Editado: 28.04.2024