El Milagro de tus Ojos

Capítulo 9

Jean cerró su puerta con una amplia sonrisa en el rostro. Se recargó sobre la misma pensando en el destino. Ella debería saberlo más que nadie, a veces no puedes ir en contra de lo que las intersecciones luminosas de tan vasto universo presagian para ti. Cuando dos almas se pertenecen y eso está escrito en el espacio y las estrellas, no puedes luchar contra esa fuerza misteriosa ni contradecirla, sería como negar que la gravedad la sostiene a la tierra, aunque ella en este momento se sintiera flotar de emoción.

Quizá debía ser así, pensó Jean. Ambos conocerse justo en ese momento. Él, siendo un hombre curtido por el sufrimiento y la tragedia, y ella, emocionalmente estable y madura, pero con muchos conflictos por resolver. Si pudieran complementarse de una manera apropiada, esta unión podría prevalecer por el resto del tiempo. Sin embargo, Jean aún temía por los distintos caminos adversos que veía en el destino de Scott. En muchos de ellos, la muerte estaba presente y no podía deducir de qué forma podía estropear todo aquello por lo que estaba soñando despierta.

Suspiró pesadamente y espantó esos oscuros vaticinios de sus pensamientos. Se alejó enérgica de la puerta para continuar con sus quehaceres y aun ansiando saber cuándo volvería a verlo.

*****

Scott se agachó para acariciar a su perro Jax que, como buen perro guardián, ladraba por otra ración más de alimento.

—¿Tienes más hambre, muchacho? —los ladridos no se hicieron esperar—. Está bien, está bien.

Depositó más granos en el tazón especial y lo dejó tranquilo. Entonces ingresó a su casa y se encaminó hacia el dormitorio. Sin desvestirse, se recostó en el centro de la gran cama sin poder despejar de su mente a Jean. ¿Cómo podía sobrevivir en esas condiciones de vulnerabilidad y amenaza? Ese tipo, Logan, se encargaba de hacer de la vida de sus inquilinos una pesadilla. Sin contar con lo que había dicho Jean. Todavía se ponía colérico al imaginar a ese psicópata cerca de ella.

Las horas pasaron y Scott se había quedado profundamente dormido. En algún momento de la noche, despertó y se dio consigo mismo aún vestido. Se lamentó por su falta de responsabilidad y se preocupó por lo que dirían sus colegas al día siguiente. Se preparó para dormir y volvió al sueño enseguida.

Temprano a la mañana siguiente, el vendaje de su mano estaba fuera de lugar. Él se sentía plenamente fortalecido y en buenas condiciones. No obstante, en cuanto a su trabajo, ya no estaba tan preparado como suponía para acudir a la comisaría. Sin embargo, cuando atravesó las oficinas del departamento de su área, nadie reparó en su presencia como casi siempre solía sucederle.

Una vez en su despacho, comenzó con el papeleo del día y mandó llamar a Hank, quien se presentó impuntual como cada vez que Scott lo requería.

—Tengo nueva información sobre el desaparecido.

—¿Has vuelto a verla?

Scott soltó un gruñido.

—Descuida, muchacho. Sólo avisa cuando vayas a ausentarte así. Eres tan puntual que temíamos que te hubiera pasado algo.

—Ya voy a pasar a llenar la ficha.

—Es una broma, hermano. ¿Por qué te lo tomas todo tan en serio? —se quejó Hank—. Es tu primera falta en más de ocho años. Eso es para los novatos. Mejor, cuéntame qué sabes.

—Ella me dijo que lo encontraremos muerto.

—¿Sólo eso?

—Revisando los testimonios y coordenadas desde el último lugar en que se le vio... Es muy probable que esté cerca. Más cerca de lo que imaginamos.

Hank asintió y, en ese momento, apartó su silla, al igual que Scott.

—No, Scott —dijo entonces Hank—. Tú te quedas. Ya sabes... cómo es esto.

—¿Sólo porque no veo?

—Has perdido demasiado contacto con los demás. Tampoco sé si tu rendimiento físico es el más óptimo. Así que es una orden.

Hank se alejó del despacho y Scott se quedó hecho una furia. Luego de varios minutos en los que no logró tranquilizarse, se acercó a la puerta y la cerró de un portazo. Regresó a su asiento y se pasó el resto del tiempo frustrado. ¿Por qué ese maldito accidente lo había castigado con el peor de los males?

Desde su asiento, podía oír cómo los muchachos de rescate se alistaban para ir al río junto con Hank. Prefirió quedarse unos minutos más de la cuenta de su horario laboral con tal de no cruzarse con alguno de ellos. Una vez que toda la comisaría se volvió un silencio, salió de su oficina directo a su hogar.

A la mañana siguiente, un aire festivo y cálido acompañaba a cada oficial en la mesa de entrada.

—¡Eh, Scott! ¿A que no te has enterado todavía? —le dijo una agente de la recepción.

Él hizo oídos sordos y continuó hacia su oficina. Probablemente volvería a encerrarse y pasarse allí todo el día. Sin embargo, los pasos del comisario ingresaron a su despacho tan estruendosos como un rayo. La puerta se había abierto por completo.

—¡Scott! Tenías razón. ¡Lo encontramos! —anunció el comisario—. Hallamos el cuerpo al lado del río en el kilómetro 14.

—¿En serio? —preguntó un desganado detective.

—Sí. Felicitaciones por tu trabajo —contestó un eufórico Hank—. ¡Es el mediodía! Puedes retirarte temprano.

Luego salió del despacho. Scott fue por sus cosas de una manera demasiado lenta y despreocupada. Nadie imaginaría al detective estrella de aquella repartición moviéndose a la misma velocidad de un caracol. Todos festejaban de alguna u otra manera desde sus puestos ya sea en un brindis o compartiendo sándwiches.

Scott llegó a casa completamente desanimado. Se cambió su uniforme y salió al jardín para ver a su amigo. Jax no hacía otra cosa más que tironear de su pantalón y él ya sabía lo que eso significaba.

—¿Así que quieres salir, muchacho?

Jax ladró como respuesta.

—Supongo que no puedo descuidarte por mis tontos caprichos.

A Scott no le apetecía salir en su día libre, pero igualmente se fue a buscar la correa de su perro. Minutos después, prescindió del bastón y permitió que Jax lo guiara como un fiel lazarillo. Para su disconformidad, era demasiado juguetón y voluble, así que a saber qué sorpresas le aguardarían en su camino.  




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