Como cada mañana, Jean comenzaba con su rutina de acondicionar la casa para hacer de esta un lugar confortable, aseado y acogedor. Se aseguró de encender la estufa para proveer un ambiente cálido a la habitación que destinaba para las consultas.
A medida que encendía las velas aromatizantes de la sala, no podía dejar de preguntarse por Scott. El agradable aroma a lavanda se esparció por el lugar y le produjo un reconfortante alivio. Había estado bastante estresada con sus habituales clientas y hacía muchos días que no había vuelto a verlo, ni él se había acercado a visitarla. Sonrió complacida deduciendo perfectamente el motivo: él tenía miedo. Lo conocía y comprendía que erigiera fuertes barreras con tal de defenderse, ocultar y proteger sus sentimientos. Pero aquello era impostergable en el transcurso del tiempo, y él también lo sabía.
Con ánimos renovados fue a quitar el seguro que había hecho instalar en su puerta de entrada. Había extremado algunas medidas con respecto a Logan. Le temía y los ajustes que había implementado en las consultas eran un poco más seguros y organizados, aunque eso no descartara que él anduviera siempre cerca y al acecho.
Pisó sin querer algo detrás de su puerta. Jean dirigió su vista al suelo y se encontró con un sobre blanco y además una nota. Maldijo en silencio y tomó al primero entre sus manos. Lo abrió y vio un nuevo aumento en el alquiler de la casa. La pésima caligrafía de la firma del casero y los trazos gruesos y violentos se esmeraban en resaltar bastantes ceros en la cifra frente a sus ojos. El consumo de los servicios que eran deficientes le parecía una locura y no había justificación para tal exceso.
Jean salió a la calle y se encontró con la adorable señora Fitzpatrick, quien también lucía algo nerviosa. Luego se les unió el señor Willow, también con un sobre blanco en mano.
—Se está abusando de su poder. ¡No puede cobrarnos esto! —dijo el señor Willow estrujando el sobre entre sus manos.
—Es un personaje bastante siniestro. Supongo que perderé mis ahorros por pagar esto —se lamentó la señora Fitzpatrick.
—Calma. Propongo que sólo por esta vez le demos lo que él quiere —les pidió Jean—. Estas —levantó el sobre—, son pruebas que usaremos en su contra. Si tan sólo encontráramos a alguien dispuesto a ayudarnos...
El sobre de impuestos quedó sobre la mesa de la sala. Jean, quien había leído la nota de una de sus clientas, no tendría ninguna visita en las horas siguientes así que decidió salir para despejarse un poco. Buscó su abrigo negro y se abotonó cubriéndose el cuello con una bufanda color mostaza a juego con sus guantes. Momentos después, circulaba por la calle en un día demasiado nublado para su gusto.
Sus pasos la llevaron por el centro comercial de la ciudad y recorrió con la mirada los escaparates de tiendas y galerías. Vio vestidos de gala, ropa elegante e informal, relojes y una gran colección de libros desde detrás de las ventanillas. Cuando su bota alcanzó a pisar el parque, un escalofrío de temor e incertidumbre la detuvo por un instante. Logan podría andar cerca y constituía un peligro no sólo para ella sino para cualquiera. ¿Pero por qué debía vivir con miedo? Si algo había aprendido en la vida, era que el miedo es la mejor arma que pueden usar en tu contra. Ella no iba a permitirse ser una esclava del miedo.
Con determinación dio el segundo paso y pronto se halló caminando por allí. El canto de los pájaros inclusive en un día tan frío y el aire puro le produjo una sensación de bienestar y libertad. Se relajó como no había tenido idea y continuó con su renovada caminata hasta que se obligó a detenerse.
Scott estaba allí. Sentado junto a un perro en el parque. Unos metros más adelante, niños jugaban lanzándose un balón en las manos. Él se veía calmado como si fuera ajeno a los sonidos bulliciosos que ocurrían a su alrededor. Sin embargo, ella conocía su historia. Era un alma solitaria que escondía dolor.
Se acercó para saludarlo, pero al instante se arrepintió. Entonces su pulso latió veloz mientras miraba al can. El ovejero alemán que lo acompañaba gruñía y parecía considerarla una amenaza.
—¡Jax! —lo regañó Scott y tiró de su correa.
El animal se tranquilizó y recobró su normal postura. Luego empezó a balancear su cola de un lado a otro.
—Vaya, tal parece que gruñe igual que su dueño... —dijo ella en tono de burla.
—Y también se defiende bien cuando es amenazado —repuso Scott.
Ella se quedó en silencio ya que sobre eso no tenía objeciones. Había visto la fiereza con que Scott defendía a quienes le importaban.
—¿Qué te trae por aquí en un día tan frío, Jean?
—Necesitaba despejarme un poco.
El perro a pesar de su correa se acercó para olfatear sus botas. Ella tembló en un principio, aunque se mostrara amigable, y Scott se levantó del asiento para alejarlo.
—Lo siento. Es demasiado inquieto —se disculpó reteniéndolo.
En ese instante, el balón de los niños golpeó al perro sobre el lomo y este perdió el juicio. Comenzó a girar sin detenerse y fue rodeándolos.
—¡Jax! ¡Jax! —gritó Scott sin parar.
Los rodeó corriendo en cada giro y los obligó a acercarse. Jean estaba tan próxima a caer que tuvo que aferrarse a Scott. Luego el perro se cansó y la correa se atoró en un enredo.
—Bueno... —dijo él sonriendo y sujetando su espalda.
—Cuando vine al parque, no imaginé algo como esto —ella también sonrió.
Había sentido pánico, pero ahora Jean tenía una revolución de emociones dentro de sí. Su corazón se agitaba al sentirse envuelta en los brazos de Scott. Él no hacía prácticamente nada y la tenía cautivada. Además de que olía tan bien.
—Señor —dijo un chiquillo interrumpiendo el momento—, ¿Puedo retirar mi balón? ¿Me hará algo su perro?
—No te hará nada.
—Genial.
—¡Espera, niño! —lo detuvo entonces Scott—. ¿Podrías ayudar a... desenredar esto?
Editado: 28.04.2024