El Milagro de tus Ojos

Capítulo 13

Jean sonrió al observar a varios de sus vecinos congregados alrededor de Scott, quien se veía algo nervioso debido a su típica personalidad. Ahora, al fin podía comprenderlo todo. Él no era una persona egocéntrica y malhumorada tal como se había manifestado en un principio, esas sólo eran las defensas que él disponía para hacer frente a la realidad, a la vida, a los obstáculos...

—Parece bastante tímido.

—Él no es así, sin duda alguna. Sólo no está acostumbrado a tantas personas juntas.

—Me agrada él —dijo la señora Fitzpatrick mostrando su aprobación—. Luce honesto y sencillo. ¿Por qué no lo invitas aquí más seguido?

Jean se quedó en silencio. Aunque al principio había luchado por alejarlo con todas sus fuerzas, el destino se encargaba de reunirlos bajo las más azarosas circunstancias. Ahora no existía un camino en que sus futuros no se entrecruzaran y ella no podía estar más de acuerdo con ello. Scott era como una luz que, aunque débil, necesitaba brillar con toda intensidad para manifestar la plena bondad de su ser. Y ella estaba dispuesta a brindarle el empujoncito que le hacía falta.

Lo cierto era que no se había detenido a pensar en lo gratificante que era pasar el tiempo a su lado. Era una reconfortante alegría en un mundo cada vez más individualista. A veces solía mostrarse tan caballeroso y preocupado que desentonaba totalmente con las normas de los tiempos actuales. Se enorgullecía de lo que decía la señora Fitzpatrick.

—Es que... mi amigo...

—No, querida, él no luce justamente como tu amigo —la interrumpió con una ceja alzada y una sonrisa cómplice—. Por cierto, forman una linda pareja. Me alegro mucho por ti, Jean —dijo apretando sus manos con cariño.

—No estoy aún segura de eso... —contestó visiblemente abochornada.

—Entonces es sólo una cuestión de tiempo. Me fue imposible no verlos cuando se presentó aquí. Me atrevo a decir que le importas mucho. ¿Qué hombre buscaría a una mujer de esa manera en pleno comienzo del siglo XXI?

Jean no podía estar más ruborizada. Jamás hubiera imaginado que la señora Fitzpatrick fuera una fisgona y que hubiera estado tan al pendiente de su conversación. No obstante, sabía que sus elogios eran sinceros y que se destacaba por ser la persona más directa de toda la comunidad. Ella simplemente decía lo que sentía.

—Su ayuda parece desinteresada. Así que sé lo que digo —palmeó su brazo unas cuantas veces a la vez que miraba a Scott—. ¿Por qué no le acompañas un rato? —la alentó y luego se alejó.

Jean se quedó sola en el lugar pensando en el diálogo que habían intercambiado mientras no dejaba de contemplar a Scott. Hoy lucía más apuesto que de costumbre con su cabello arreglado y ese abrigo que le sentaba particularmente bien. Dejó de sonreír, inspiró una gran bocanada de aire y apartó un largo mechón de su cabello hacia un costado. Luego se acercó decidida hacia él.

Scott charlaba animadamente con uno de sus vecinos y ella sólo esperó por unos segundos hasta que pudo entablar conversación nuevamente con él.

—Así que ahora hablo con el nuevo héroe del barrio...

—Los verdaderos héroes usan capas y además tienen poderes.

—Aunque también tienen un pasado oscuro y tratan de enmendar sus errores.

—Vaya, sabes de superhéroes... —se asombró Scott entornando los ojos—. Jamás lo hubiera imaginado.

—No te entusiasmes, he visto alguna que otra película. Pero soy pésima para sus nombres.

Scott esbozó una ligera sonrisa y ella temió derretirse allí mismo.

—Jean, tengo que irme. Voy a averiguar más en el departamento para efectuar la denuncia. No quiero comprometerlos ni que les pase nada malo.

—Gracias, Scott. Aprecio mucho esto que haces por nosotros.

Ella se quedó contemplando sus facciones y la preocupación evidente en su voz.

—¿Qué haces? —se afligió entonces cuando ella enroscó su brazo en él.

—Todo héroe necesita su cómplice. ¿O también se le llamaba aliado?

Scott emitió una corta risa a la vez que negaba con la cabeza. Luego Jean se encaminó con él como si fueran una pareja de hecho tomados del brazo. Nadie dudaría de ello por la gracia y la destreza con que dirigían sus cuerpos.

*****

La mayor parte del día había permanecido nublado, pero ahora una gruesa ráfaga de viento azotaba el camino.

—¿Estás bien? —logró pronunciar Scott.

—Sí. Vamos, que no soy una frágil hoja que la lleva el aire —bromeó ella en tono alegre.

Sin embargo, se apegó aún más a Scott y ambos se proporcionaron calor. Las ráfagas se volvieron más enérgicas y casi empujaban a cualquier cuerpo que anduviera por la desértica calle a esas horas de la tarde.

­—¡Scott! —exclamó Jean—. ¡Está nevando! ¡Está nevando! ¿Puedes sentirlo?

—Pues, aparte de los pies congelados y el frío en mi trasero...

Jean lo empujó un poco y luego ambos rieron.

—¡Es la primera nevada del año! —anunció emocionada.

Él asintió a su lado y entonces aligeraron sus pasos. Varios metros más adelante, tiritaban de frío y un vaho espeso brotaba de sus bocas, especialmente de la de Jean. Scott sin previo aviso la envolvió adentro de su saco.

—¿Quieres mi saco? —le ofreció él—. Si prefieres puedo prestártelo —susurró con su aliento tibio rozándole el oído.

Jean se estremeció.

—No. Está bien así —respondió con todos los colores subidos a su rostro.

Era plenamente consciente de cada uno de sus movimientos y de la calidez que desprendía su cuerpo. Scott era bastante amplio y fuerte, podía sentir sus músculos rodeándola inocentemente como una suave caricia y llevándolos a ambos en contra del viento. Para ser sincera, Jean se sentía segura entre sus brazos. A veces las personas corrientes de carne y hueso podían también convertirse en héroes, y Scott era precisamente su héroe.    




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