La nieve caía copiosa sobre las calles de la ciudad acompañada de un incesante viento. Jean, a pesar de recibir el calor que le proporcionaba Scott, se desesperaba por alcanzar algún refugio pronto que los resguardara de las inclemencias del tiempo. Apenas lograba visualizar el camino y la oscuridad había cubierto de tinieblas aquella tarde que tan plácidamente se desenvolvía.
—Es aquí —dijo Scott.
Ella se aferró aún más a él y le siguió hasta la entrada de aquella casa. Un jardín descuidado con varios arbustos secos y cubierto de nieve le dio la bienvenida. A un lado, un refugio de madera parecía ser la casita del perro de Scott, y anunciaba que pertenecía a ''Jax'' en un improvisado trozo de cartón mal escrito.
Scott buscó con prisa las llaves del bolsillo de su pantalón y por fin abrió la puerta. Entonces la introdujo hacia el interior y aplicó fuerza para cerrar la entrada de la vivienda. Jean castañeó los dientes de manera involuntaria y frotó sus brazos cuando extrañó su proximidad. Él, por su parte, encendió las luces y la sala se iluminó revelando un sencillo y pequeño comedor, aunque demasiado oscuro para el gusto de Jean.
Entonces él se acercó de repente y palpó sus mejillas.
—¡Estás helada! —notó al instante, luego se despojó de su saco. A continuación, se lo puso sobre los hombros y Jean no pudo ni siquiera rechazar aquella idea—. Permíteme encender la chimenea.
Jean se cubrió aún más con el abrigo sintiendo todavía leves vestigios de calor. Durante ese momento, no pudo dejar de observar a Scott, cada uno de sus movimientos. El bastón a sus pies lo dirigía hasta un montón de leña que poco a poco se convertía en una crepitante llama.
—Por favor, Jean, acércate.
Ella tomó confianza y se posicionó justo a su lado. Extendió sus manos notando la calidez que le proporcionaba el pequeño fuego y luego cómo este se expandía a lo largo de la habitación brindándole alivio.
—Gracias, Scott.
—Prepararé un café —anunció él entonces perdiéndose hacia un rincón—. Eso seguro nos mejorará.
Jean permaneció de pie frente a la chimenea, aunque de vez en cuando examinaba el entorno a su alrededor: una mesa redonda se ubicaba en el centro de aquella estancia con sus correspondientes sillas, un sofá color verde menta se disponía al frente de un viejo televisor con antena y, a un rincón a sus espaldas, existía una mini cocina con mesada incluida. Scott manipulaba sobre ella un bote de café instantáneo con dificultad. Ella negó con la cabeza sonriendo y notoriamente más animada.
—Déjame ayudarte con esto.
Jean tomó el bote con café de sus manos y fue inevitable que ambas se rozaran. Ignoró como pudo la sensación que le produjo esa caricia y se concentró en la tarea. Todavía podía recordar cuan cálido y fuerte era Scott. Tiempo después, ella servía el café para ambos y debatían acerca de lo cambiado que estaba el clima.
—¿Cómo sabes cuál es tu casa? —se interesó Jean.
—Hay una leve inclinación de la baldosa junto al buzón. Sólo tengo que pisarla y reconozco que este es mi lugar.
—Eso es increíble...
—Recuerdo muchas cosas de antes. Me guio demasiado por mis sentidos.
Jean puso su mano sobre la de Scott.
—¿Y nunca has pensado en intentarlo? —habló suave—. Me refiero al tratamiento de tu vista.
—Lo siento, Jean. Pero... prefiero no hablar ahora mismo de eso.
—Comprendo —tomó distancia.
Jean bebió el resto de su café en silencio hasta que unas partículas brillantes se reflejaron sobre una estantería. Esto llamó enormemente su atención, tanto que sin previo aviso sus pasos la dirigieron hacia allí.
Se trataba de unos portarretratos cuyos bordes metálicos producían destellos a causa del fuego. Ella se acercó y contempló antiguas fotografías: algunas a color y otras en blanco y negro, además de cubiertas de una fina capa de polvo o telarañas. En una de ellas, un joven matrimonio posaba tomados de la mano frente a esa misma y recién estrenada casa y, en otra, dos pequeños niños mostraban sus amplias sonrisas adornadas de incipientes dientes a la cámara.
—Es mi familia —la asustó Scott desde atrás.
—Lo siento. No quería entrometerme —se disculpó ella rápidamente.
—La pareja son mis padres, y los niños somos yo y mi hermano.
—Scott, ¿qué fue lo que pasó con tu familia? —no dudó en preguntar.
—Ellos sufrieron un trágico accidente de avión y no sobrevivieron. Fui prácticamente criado por mi tío.
Luego se hizo un silencio que Jean aprovechó para seguir observando, su vista se dirigió hacia una fotografía más actual. Tomó el portarretratos entre sus manos con un agarre bastante firme. En la imagen, un Scott adulto abrazaba por detrás a una mujer de rubios cabellos y ojos azules que enmarcaban un rostro redondo y casi angelical. Él lucía su vista sin anteojos y daba un aspecto de completa felicidad. Sintió una inevitable y atroz punzada de celos.
—¿Quién es la mujer rubia de la fotografía? —preguntó irritada disimulando la tensión en su voz.
—Ella fue mi esposa —respondió él quitándole el portarretratos. Lo depositó sobre la estantería y luego lo volteó hacia abajo. Jean se asombró soltando un silencioso jadeo—. Creo que ya es mejor dejar ir el pasado —dijo y entonces se alejó.
Jean se giró para observarlo con una sonrisa tonta dibujada en el rostro. Luego un retazo de luz se asomó con fuerza por la ventana. Ella se acercó y vislumbró un sol resplandeciente que iluminaba el jardín y la calle cubiertos de nieve.
—Scott, ha dejado de nevar. ¡Ha salido el sol! —anunció a viva voz.
—Perfecto, Jean. Creo que ya es momento de que regreses a casa —añadió con un tono neutral en su voz—. Quizá fue una mala idea que me acompañaras.
—Está bien. No imaginaba que el tiempo cambiaría así...
—Descuida —rodeó con un brazo sus hombros—. Llévate mi saco. Hace mucho frío ahí afuera.
Editado: 28.04.2024