Un alto fajo de papeles escritos con la tipografía característica de una máquina de escribir reposaba sobre el escritorio. Luego una nueva hoja recién escrita se agregó a la pila de documentos. Scott, cuya carencia de su vista no le perjudicaba la escritura sobre el patrón de teclas, giró la palanca situada al costado izquierdo de la máquina. Sus dedos se deslizaron con agilidad y escribió varios párrafos hasta finalizar aquella nota pendiente.
Luego se tomó un breve descanso para estirar un poco el cuello, la espalda y las piernas. Se incorporó del asiento y salió del despacho directo hacia la máquina expendedora de café. Depositó una moneda y un espumoso café con leche fue devuelto por medio de una cinta transportadora. Entonces se encaminó hacia la sala donde charlaban algunos de sus colegas. Tomó asiento junto a ellos.
—¿Quieres una rosquilla azucarada, Scott? —le ofreció Charlie.
—Está bien. Aceptaré sólo una.
La recibió y la masticó con gusto, deleitándose con los chips de chocolate que encontraba en cada porción. Con una servilleta de papel se limpió los restos de azúcar alrededor de la comisura de los labios a la vez que el anuncio de la voz de una de sus colegas comenzaba a transmitir un mensaje:
—A todas las unidades de la zona, se identificó la identidad de presunto criminal en libertad con delitos tales como estafa, amenazas y coacción, además de portación ilegal de armas de fuego. El sujeto conocido comúnmente con el nombre de Logan fue visto por última vez en los límites de la ciudad: 1,69 m de altura, 86 kilos, piel blanca, cabello negro. Difundir. Corto.
¡Logan!
Scott estrujó la servilleta reduciéndola a un comprimido trozo de papel. Su rostro quedó fijo sobre la bebida humeante de su taza mientras apretaba con fuerza los puños sobre la mesa. Tal es así que, el plato junto a la taza, vibraron ante su inestable rigidez. Charlie, sentado al frente de él, notó la tensión latente tanto en las expresiones faciales como en las pesadas extremidades.
—¿Sucede algo, Scott?
—No, no es nada —dijo y luego bebió de un solo sorbo el café con leche casi con el pulso temblando.
Entonces Scott se levantó del asiento y se dirigió a su despacho. Se encerró en la habitación tomando asiento frente al escritorio. Extendió sus manos y se frotó furiosamente la cara. Después de varios segundos con la mirada perdida, se incorporó de su silla. El tic tac del reloj le producía un agobiante malestar a la vez que deambulaba por su oficina sin rumbo fijo.
Por más que insistiera, no lograría concentrarse con su trabajo, por lo tanto, los minutos restantes se le hicieron eternos. Sólo una idea permanecía anclada en su mente: rescatarla a como diera lugar. Su improvisado plan consistía en ir hasta su casa porque definitivamente Jean tenía que salir de allí sí o sí.
*****
Era la madrugada y Jean podría estar precisamente durmiendo. Faltaban escasas horas para el amanecer, pero ella ya no había logrado conciliar el sueño. Se dio vuelta en la cama una y otra vez hasta que desistió de permanecer sobre ella y se levantó. Su cabello estaba revuelto y unas visibles ojeras se evidenciaban bajo sus ojos. Se dirigió hasta su cocina y encendió la hornalla. Tiempo después, terminaba su primera taza de tilo con la esperanza de lograr tranquilizarse.
Ella sabía que de un momento a otro podría aparecerse Logan. Ese rufián cobraba la renta tan puntual que temía lo inestable que pudiera volverse en caso de que no tuviera el dinero suficiente. Ese era el quid de la cuestión: Jean no contaba en su poder con el monto adeudado.
Los efectos del té no parecieron surtir efecto, tras lo cual Jean volvió a servirse otra taza. Un temblor incontrolable azotaba su mano, tanto es así que apenas podía sostener el recipiente. El ruido a su alrededor no colaboraba en lo absoluto ya que las manillas del reloj se encargaban de emitir un sonido constante y de profundizar el silencio. Tal vez así pasaron las horas para ella hasta que una serie de golpes en la puerta de la entrada le enviaron un escalofrío de terror que recorrió la longitud de su columna.
Jean se sintió paralizada en su lugar, pero nuevamente otra serie de golpes secos aporrearon su puerta. Lo mejor sería no hacerlo esperar más sino quien sabe qué clase de locura rondaría por su cabeza. A estas alturas, ella no esperaba nada bueno de lo que ocurriría una vez que tratara de dialogar con él. Se levantó del asiento inmediatamente y se encaminó presurosa hasta la entrada.
Una vez allí, extendió lentamente su mano hacia la manija de la puerta. El suspense la estaba matando ya que no volvió a escuchar ningún otro golpe más. ¿Era posible que se hubiera marchado? Se preparó mentalmente y abrió la puerta con firmeza.
—¡Scott! —pronunció al verlo allí mismo. Sus ojos no daban crédito a lo que veían. Se lanzó a sus brazos.
Scott la contuvo a la vez que ella descargaba su tensión acumulada en silenciosas lágrimas. Cuando se recuperó tras unos cuantos segundos, le preguntó:
—¿Qué haces aquí?
—He venido a ayudarte. ¿No vas a invitarme a pasar?
—Sí —titubeó ella. Luego caminó hacia la cocina seguida de cerca por él—. ¿Cómo piensas ayudarme, Scott? Estoy en una situación bastante delicada y tu presencia aquí no va a traernos más que problemas. Logan podría ingresar en cualquier momento...
—Escucha, Jean. Tengo un plan para solucionar todo esto. Sólo hay que darle lo que él quiere para que no te moleste nunca más y...
La puerta de entrada se estampó de un golpe certero contra la pared. Jean se quedó sin habla y el único movimiento instintivo que pudo hacer fue tratar de acercarse a Scott. Para su disconformidad, el saco de él descansaba sobre el espaldar de la silla.
Logan se abría paso con un aire de superioridad desbordante a grandes zancadas. Cuando ingresó a la habitación, Jean pudo notar la rabia que manaba de él al observar a Scott allí presente. Sus ojos estaban inyectados de odio y, a pesar de su baja estatura, lucía más intimidante y agresivo que en otras oportunidades. Sus manos envueltas en puños le transmitían una muy mala energía.
Editado: 28.04.2024