El Milagro de tus Ojos

Capítulo 16

Jean sintió la tibieza de la mano de Scott entrelazada con la suya y, por un breve instante, percibió algo. Fue justo en ese momento en que él la soltó y abrió la puerta de casa que, ella pudo sentir la energía que rodeaba a la vivienda: era limpia, cálida y acogedora. Cuando ella ingresó al interior con unas pocas de sus pertenencias, no pudo dejar de preguntarse por qué le transmitía todo eso, si parecía que allí era el hogar del ser más frío y despreocupado de la Tierra.

Las penumbras cubrían cada rincón de la primera sala, el aire se sentía espeso y casi tan gélido como en el exterior además del escaso colorido de los muebles y las paredes. Sintió un nudo en la garganta cuando reconoció que ese hogar estaba casi tan muerto como el mismísimo Scott. ¿Habría alguna forma de recuperarlo y devolverlo a la vida? ¿O todas las esperanzas estaban perdidas para él? Trató de serenarse mientras se decía a sí misma que su sexto sentido casi nunca le fallaba.

—Y bien, Scott. ¿No me digas que has invertido tu sueldo regalándoselo todo a Logan? —trató de sonar bromista, aunque no lo logró.

—Cuando se trata de seguridad, no hay que escatimar en gastos. Tenía que hacerlo —agregó tomando sus manos—. Ese sujeto podría haber hecho cualquier cosa. No podría vivir con el recuerdo de haberte perdido.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó con los ojos abiertos de par en par. Estaba interpretando una declaración amorosa y las mariposas no dejaban de danzar piruetas en su vientre.

—Por supuesto. No sé qué me has hecho, Jean, pero me tienes absolutamente hechizado.

Ella sonrió y se mordió los labios. Luego acunó el rostro suave y masculino entre sus manos.

—¿Me dejas retirar esto? —preguntó refiriéndose a las gafas. Él soltó un leve gruñido accediendo.

Jean quitó los anteojos y sus ojos, aunque estuvieran apagados, la cautivaron. Entonces se prendió de su cuello y rozó con sus labios los de él. Las delicadas caricias que le prodigaba fueron correspondidas, aunque con muy poco ánimo. Entonces Scott dejó de besarla y simplemente se alejó.

Sus besos sabían a gloria y dulzura pura, era pausado y delicado... ¿Entonces por qué razón se distanciaba de ella? ¿Acaso había hecho algo mal? Jean se quedó prácticamente de piedra y demasiado ansiosa a la espera. Sin embargo, lo único que Scott le indicó fue que la acompañara por la casa.

Ella le siguió en silencio escuchando de vez en cuando donde estaba ubicada cada habitación y donde podría encontrar el objeto que precisara en determinado momento. Jean se estaba ilusionando demasiado rápido, permitiendo que el curso de sus pensamientos estuviera totalmente abarcado por él. Ella, en el fondo de su corazón, todavía no sabía que no iba a salir ilesa de tan confusa situación.

—Esta será tu habitación. Aquí dormirás, Jean —indicó abriendo una puerta—. Es un espacio pequeño. Era mi habitación de niño.

Una pequeña cama se apoyaba junto a una pared empapelada de autos coloridos de un vivo azul. A su derecha, un ropero vacío y con las puertas abiertas esperaba probablemente por su propia ropa. La habitación lograba ser visible, pero igualmente estaba a oscuras para ella. Jean encendió el interruptor, pero la luz no se hizo presente.

—No te preocupes por eso. Lo solucionaré pronto.

—Gracias, Scott. Es... es suficiente para mí.

Entonces volvió a caer presa de su encanto. Se acercó y volvió a besarlo. Él respondía con prudencia, pero con una sensualidad que hacía a Jean sentirse en las nubes. Los roces eran lentos y tentadores, hasta que las manos fuertes se envolvieron en torno a su cintura y... se separó. El momento tan mágico que se había creado se derrumbó como un cristal que había estallado en mil pedazos. Scott salió sin decir nada más por la puerta semiabierta.

Jean, por su parte, se sentó en la cama con una sensación amarga en el pecho. ¿Esto era el rechazo? ¿Lo que tanto había buscado en él al principio cuando se conocieron? Qué ironía, pensó Jean con una sonrisa fingida y dibujada en el rostro. ¿Cómo podría convivir con ello?

Tiempo después, alzó su bolso del suelo y desempacó sus cosas. Dispuso sus prendas en el ropero y luego se encargó de desempolvar y remover telarañas. Haría cualquier actividad con tal de mantenerse ocupada y reordenar sus pensamientos.

*****

Tres días después, Jean preparaba el desayuno. Durante su estadía temporal, nada le había impedido ayudar a Scott en lo concerniente al arreglo de su casa. No obstante, la situación entre ellos se mantenía de forma similar: ambos eran aparentemente amigos; y aunque ella contenía sus ganas de abrazarlo y probar de nuevo el sabor sus labios, había renunciado completamente a sus fines románticos. Scott Summers era un grandioso amigo, atento y servicial en casa, gran confidente de secretos, soñador y relator de historias que la entretenían y luego la volvían somnolienta... Era una lástima que lo viera tan atractivo y apuesto que anhelara que fuera algo más que su compañero de piso. ¿Los deseos podían volverse realidad?

—¡Scott! —llamó unas cuantas veces más sin obtener respuesta.

El café al igual que las masitas dulces esperaban por él desde hacía unos minutos. Miró por el exterior de la ventana, pero Jax descansaba en su refugio, así que fue a buscarlo dentro de la misma casa.

Deambuló por las habitaciones hasta que vio la luz saliendo del baño. Los colores subieron a su rostro y se dijo que sólo iba a llamarlo, aunque eso no evitó que mirara un poco más allá.

Scott estaba sentado sobre un banco con un espejo al frente de él a la vez que se afeitaba. Ella pensó que, si él pudiera ver, sabría lo roja que estaría su cara al verla espiarlo. Estaba enteramente desnudo de no ser por una toalla blanca de algodón anudada alrededor de su cintura. Los músculos de los brazos se ceñían, se relajaban y luego volvían a contraerse con cada movimiento. Su amplia espalda estaba salpicada de pequeñas gotas de agua y el cabello rebelde estaba mojado e inclinado en varios mechones cortos que se dirigían hacia el sector izquierdo de su cabeza.




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