El Milagro de tus Ojos

Capítulo 19

Jean se removía inquieta sobre la cama. Desde la confrontación con Logan, no podía dejar de darle vueltas al asunto. Se sentía demasiado culpable. Los minutos para ella se convirtieron en horas y no lograba conciliar el sueño. Decidió levantarse de una vez para prepararse una infusión relajante.

Sin embargo, una vez que atravesó la estancia del comedor, sus planes cambiaron drásticamente al encontrar a Scott todavía sentado en la oscuridad del sofá.

—Scott —lo llamó al tiempo que encendía la lámpara de pie—. Todavía sigues aquí... —reconoció sentándose a su lado.

Él parecía haberse dormido allí mismo. La cabeza descansaba recargada hacia atrás mientras la mano aún vendada reposaba sobre su regazo. Poco a poco comenzó a despertar. Sus ojos se abrieron y ella se sintió cautivada por ellos.

—Scott.

—Aquí estoy vigilante, por si ese sujeto se atreve a volver a atacarte. No pienso permitir que te haga daño.

Jean sintió un nudo oprimir lo más profundo de su garganta. Luchó contra las lágrimas asomándose a sus ojos y luego sonrió. Si pensó que su corazón podría salir indemne de esta situación, ahora comprobaba cuan equivocada estaba.

—Que cosas dices, Scott. Seguramente son los analgésicos que no te permiten dormir. O tal vez sea el dolor lo que te vuelve un poco paranoico —dijo acariciando levemente su antebrazo.

Entonces Jean se sorprendió demasiado cuando él sujetó su mano y la posicionó encima de su torso.

—¿Lo sientes? —pregunto él. Ella asintió en respuesta—. Está mortificado y todavía late desenfrenado de sólo recordar lo que pudo haber pasado.

Ella se perdió en la profundidad de sus ojos y con la mano libre recorrió el contorno de su mandíbula para después delinear los labios con sus dedos. Estaba maravillada con el golpeteo constante que percibía en el centro del pecho de Scott. Allí había vida en abundancia y no un corazón de piedra como había creído durante todo este tiempo.

Fue entonces que decidió acercarse lentamente. Juntó sus labios con los de él en un tímido roce. Las sensaciones la recorrieron completa. Quizás aún había esperanzas para lo que sea que hubiera entre ellos.

Temerosa aún de su reacción, se apartó unos milímetros de él porque comprendía que Scott aún estaba preocupado por lo que les había ocurrido esa noche. Sabía que todavía le costaría asimilarlo y lo que menos quería era alejarlo en ese momento de su lado. Sin embargo, no se esperó lo siguiente que ocurrió a continuación. Él la acercó por el hombro y estampó sus labios con los suyos. Jean se acostumbró rápidamente a ese beso demandante.

El calor avivó su cuerpo como una llama ardiente y no pudo más que responder con la misma y creciente intensidad. Sus manos fueron a parar en el cabello de Scott mientras este la tentaba con la calidez de su boca y de su lengua. Luego la mano varonil que reposaba en la espalda comenzó a trazar un recorrido sensual a lo largo de las curvas femeninas hasta detenerse precisamente en su cadera. Jean se estremeció de pies a cabeza y rogó porque aquel fuera el comienzo de muchos otros encuentros. Hasta ahora, no tenía idea de cuánto deseaba a ese hombre...

Entonces, la verdad la impactó de golpe, como un rayo de luz viajando a través de la oscuridad. Se había enamorado. Scott Summers, con su aire esquivo, solitario y totalmente independiente, se había quedado para siempre enganchado en algún rincón de su mente. ¿Pero estaría él preparado para compartir un mismo y mutuo sentimiento? Ignoró esas voces en su cabeza y decidió dejarse llevar.

La mano libre de él descendió por su muslo y luego subió hasta la cinturilla del pantalón de su pijama. Jean acarició su rostro a la vez que él besaba su cuello con una tortuosa lentitud. Luego ella suspiró de placer y se mantuvo a la espera de su próximo movimiento, pero él se detuvo por completo.

—¿Qué pasa? —dijo ella cuando notó que Scott se había alejado un poco.

—No.

—¿No? —cuestionó desilusionada. Su rechazo le estaba partiendo el corazón en mil pedazos—. ¿Por qué? —susurró impaciente arrugándole la camisa. Ella creía ser merecedora de una respuesta.

—No he estado con una mujer en mucho tiempo. Así que no creo...

—Está bien, Scott. Será como tú quieras —lo silenció empujándolo molesta. A continuación, se paró del sofá—. Encenderé la chimenea.

Recorrió unos pasos al frente hasta la chimenea y se puso a la tarea de prender los fósforos. Mientras lo hacía, fue inevitable que las lágrimas se acumularan en sus ojos. Aún era demasiado ingenua al creer que Scott podría cambiar. Él se había protegido del resto de las personas, incluidas de aquellas que querían y aspiraban por su bien.

La habitación empezó a tornarse bastante fría y eso que el fuego comenzaba a tomar forma. Se abrazó a sí misma y se obligó a no mirar atrás. Se concentró en las chispas expelidas de la leña.

Luego unos brazos fuertes la envolvieron por la cintura.

—Jean...

Ella ignoró su presencia.

—Jean. Lo lamento. En verdad me arrepiento.

Permaneció firme en su postura e imploró para que él le insistiera, pero no fue así. El calor la abandonó cuando él la soltó.

Después de unos segundos, Scott la giró encontrándose de frente hacia él, quien la cargó en sus brazos. Soltó un grito cuando la elevó bastante desde el suelo.

—¿Qué haces? —preguntó sonriendo a la vez que él caminaba con ella.

—Vamos a ir a mi habitación, pero tendrás que guiarnos.

—¿Qué tiene en mente, señor Summers? —dijo coqueta.

—Ha llegado el momento de demostrarle a mi chica cuánto es que la deseo. ¿Alguna objeción?

—Ninguna —contestó y luego ambos rieron.

Los pasos acompañados de risas juguetonas guiaron a los amantes hasta la alcoba.




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