Scott notaba a Jean un poco distante. Quizás estuviera molesta por haberlo esperado durante tanto tiempo, pues la encontró deambulando por los pasillos. Era su culpa. Había albergado la esperanza de recibir buenas noticias ese día. Su comportamiento se mantenía así desde que habían salido del hospital...
—Señor Summers, es su turno. Pase por aquí —le indicó una secretaria.
Scott se incorporó del asiento con ayuda de su bastón e ingresó al consultorio.
El doctor, especialista en oftalmología, no pudo articular palabra al ver a su nuevo paciente. No le era intimidante su porte y gran estatura, sino más bien que se trataba del mismísimo héroe que rescató a su pequeña hija.
—Buenos días, doctor —se presentó Scott—. ¿Hay alguien aquí? —preguntó luego.
—Sí. Buenos días. Disculpe, tome asiento por aquí.
Una vez que Scott estuvo sentado al igual que el doctor, procedió a contestar algunas preguntas que le servirían para completar su historial médico.
—El otro doctor me aseguraba que las probabilidades eran muy bajas, pero que había una pequeña posibilidad de que pudiera recuperar la vista.
El doctor Park escuchó atentamente a Scott y luego se retiró los anteojos depositándolos sobre el escritorio.
—Voy a hacer lo máximo posible, lo que esté en mis manos para devolverle su vista, señor Summers —habló el doctor con seriedad—. Tengo una gran deuda con usted —dijo ante la expresión desconcertada de su paciente—. No recuerda de nada el apellido Park, ¿verdad?
—Pues siendo honesto, no.
—Con mi esposa no hay un día en que no se acordemos de usted y el milagro que hizo por nosotros. Usted rescató a nuestra hija.
—Ah, sí. Ahora recuerdo el caso.
Era el matrimonio que presionaba cada día en la comisaría y que exigía la intervención de una médium.
Entonces Scott procedió a contarle acerca de su accidente, la incapacidad de su vista y el futuro que pronosticaban los especialistas por aquel entonces. Una parte de él temía que, pasados tantos años, el daño fuera irreversible y ya nada pudiera hacerse.
—Vamos a evaluar su estado como corresponde y realizaremos algunos estudios. Pero primero pase por aquí.
Scott se sometió a algunas pruebas de luz y estimulación. Le dolió profundamente cada vez que el doctor le preguntaba si percibía algo de iluminación o por lo menos calor cerca de los ojos. Quizás esto de empezar un tratamiento había sido un completo error. Sus ojos estaban muertos en vida.
Tiempo después, Scott estrechó la mano del doctor Park.
—No pierda las esperanzas, señor Summers. Nadie dijo que esto sería fácil. Enfrentarse a nuestros miedos es aún más difícil que cualquier otra parte del tratamiento.
—Hasta luego, doctor Park —contestó Scott.
—Espero seguir viéndolo. En caso de que así sea, usted cuenta con mi ayuda. Sabe dónde encontrarme.
Scott asintió y salió del consultorio. Las dudas lo preocupaban y el temor al fracaso lo abatían de gran manera. Sin embargo, al estar con Jean, halló la calma que necesitaba. Tal vez todavía pudiera existir una pequeña luz de esperanza para él.
*****
A la luz del fuego de la chimenea, Jean revisaba el papel con el domicilio de sus padres. Una parte de ella, no quería dejar a Scott, pero otra mucho más perseverante, le rogaba por saber de ellos. La decisión estaba tomada. Sólo lamentaba las consecuencias al día siguiente.
Jean se incorporó decidida del sofá y se dirigió a la habitación de Scott. Lo encontró durmiendo y la imagen le transmitió algo de culpa. La noche siguiente a esa, él volvería a ser un hombre frío y solitario, y ella, una mujer insegura e infeliz. Negó con la cabeza y se metió a la cama.
Él se removió un poco y luego se despertó. Jean le abrazó y le acarició brazos y hombros.
—¿Estás bien? —le preguntó Scott—. Creí que estarías enojada.
Jean resistió el nudo en su garganta y sonrió.
—Estoy bien.
—Te he notado bastante pensativa. Ni siquiera hemos hablado hoy. Sabes que estoy para ti, ¿no?
—Siempre estarás aquí para mí —dijo Jean sosteniendo la mano de él cerca del corazón.
Si seguía oyéndolo, estallaría en llantos, así que sólo lo besó. A diferencia de otras veces, había necesidad y pronto los besos y caricias se tornaron bastante rudos y apasionados. El calor que desprendía el cuerpo de Scott la extasiaba y sus atenciones la embelesaban. Pronto, se hallaron conectados piel a piel compartiendo aquel instante que Jean atesoraría con toda su alma.
Pero por ahora, eran sólo ellos, dos personas que se profesaban su amor aun cuando las sombras del destino estaban al acecho.
Editado: 28.04.2024