Sentada en el borde de la cama de su habitación, Jean suspiró audiblemente y contempló a su alrededor. Esa era su pieza de niña, donde las paredes se hallaban tapizadas de papel color rosa y figuras de ositos, una silla se ubicaba frente a un tocador con muestras de maquillaje y colecciones de prendedores con forma de mariposa para sujetar el cabello, así como un espejo pequeño se situaba al frente suyo. Allí pudo ver su reflejo mientras apretujaba a su muñeca Sally contra el pecho. Podía recordar su adorada niñez y adolescencia y hasta algunos fragmentos de su temprana vida adulta antes del accidente, pero luego no pudo comprender ni hallar una respuesta lógica al por que había olvidado sus vínculos, su vida y a su familia.
Una lágrima resbalaba por la mejilla de la Jean adulta que miraba a su reflejo, y entonces, se tumbó abrazando a la pequeña Sally y durmiéndose, presa de los torbellinos de recuerdos y pensamientos que asediaban su mente.
—Jean, hija. Despierta, cariño —la dulce voz de su madre llegó a ella a través de un susurro.
La cálida mano reposaba en su hombro y entonces ella se incorporó.
—He preparado una rica merienda y pensé si te gustaría acompañarnos. Supongo que todavía queda tanto de qué hablar...
Jean se aferró de repente a ella en un abrazo tan firme como si su vida misma dependiera de ello. Habían pasado diez largos años en los que estuvo sola, desahuciada y vagando por la vida sin sus recuerdos. Aquel accidente no sólo la había separado de sus padres, sino que la obligó a permanecer en un coma inducido del que creía nunca iría a despertar.
Su madre apartó un mechón de su frente, la miró con ternura y le dio unas cuantas palmaditas en la espalda.
—Ya pasó, hija. Estás a salvo, ahora estás segura, has recuperado tu vida... —dijo Gloria Grey con la voz cargada de emoción.
Jean asintió mientras repasaba con la mirada el fino rostro de su madre. A pesar de la madurez y del paso del tiempo, podía encontrar los mismos gestos de comprensión y entendimiento a los que solía acudir en momentos de plena crisis y abatimiento.
Entonces ella se separó.
—Te espero, querida.
Y con una sonrisa resplandeciente y genuina, se marchó.
Jean tomó una gran bocanada de aire y dejó a Sally a un lado en la cama. Su madre tenía razón. Había recobrado su vida y había recuperado a su familia. Había enfrentado muchas penurias, había tomado varias decisiones difíciles como también equivocadas, pero, de igual manera, había conocido historias y personas maravillosas. Ella veía ahora el lado positivo y misterioso de los sucesos que le ocurrían a las personas; su accidente fue catastrófico, más trajo consigo aprendizajes valiosos para el resto de su vida.
Suspiró y se paró para dirigirse a acompañar a sus padres.
*****
Durante la merienda, Jean reparó en cada detalle del salón comedor de la casa. Sus recuerdos volvían lentamente a ella mientras sus padres se encargaban de despejar cualquier duda en lo referente a su internación y a sus probabilidades de despertar.
—¿En qué piensas? —le preguntó entonces su madre posando una mano sobre la de ella.
Jean lucía un poco abatida.
—Conocí a una persona. Un buen hombre. Me brindó su hospitalidad y... creo que me regaló su corazón. Pero yo lo arruiné.
—Nunca digas eso, cariño. Tú no eres capaz de arruinar nada. Tu corazón es tan puro y noble que serías incapaz de jugar con los sentimientos de las personas. Me lo has demostrado en el pasado y me lo demuestras cada día a nuestro lado. ¿No es así, Richard? —preguntó mirando con amor a su esposo.
—Ya entiendo de qué va esta conversación... —dijo Richard Grey mirando con una seriedad exagerada a Jean—. Tan sólo cuando lo vea decidiré si es bueno para ti —añadió ocultando una sonrisa en la comisura de sus labios.
Ambas mujeres se pusieron a reír.
—Cuando lo veas, te agradará —añadió Jean.
—Sólo espero que no sea como ese primer novio que tuviste. Era un lunático aficionado a los extraterrestres.
—Tranquilo, papá. Es bastante objetivo, realista y responsable. Cree que las cosas deben conseguirse a base de mucho esfuerzo.
—Hmm, me gusta cómo suena eso. Puede que me agrade —contestó su padre.
Jean no pudo evitar ocultar una sonrisa mientras la merienda se desarrollaba en un clima de absoluta calma y felicidad. Estaba tan contenta de que todo haya regresado a la normalidad. Ahora se sentía segura, acompañada y, como todavía era joven, planeaba retomar aquella carrera universitaria suspendida en comunicaciones. Sólo una pieza más le hacía falta y esta debía encajar perfectamente para que su vida se sintiera completa.
No podía evitar volver a ilusionarse con Scott, y sus pensamientos a cada momento recurrían nuevamente a él. Lo extrañaba y quería saber de él. ¿Él también la extrañaría en sus momentos de soledad? Porque ella sí que lo hacía, todo el tiempo y de una manera tan intensa, que aún no podía creer que ese hombre tan solitario y gruñón junto a su perro ocuparan un lugar reservado y especial en su corazón.
Editado: 28.04.2024