Jean removió el vaso de limonada con una cuchara mientras su mirada se detenía a cada momento en la alianza que rodeaba su dedo anular. Hacía tan sólo dos semanas se hallaba frente al altar dando el sí frente a todos sus conocidos y seres queridos. La vida no podía sonreírle de una mejor manera.
Aún se reía en silencio cada vez que recordaba sus nervios durante aquel día. Su madre y la señora Fitzpatrick, quien se ofreció en colaboración, fueron las encargadas de acondicionarla de manera impresionantemente bella para la ocasión. Esta última no dejaba de vigilar cada rincón del lugar por si llegaba a avistar al novio. Ella aducía que no se trataba de ninguna clase de mitos, sino de que Scott no debía verla de ninguna manera hasta que fuera el momento oportuno.
Ya contaba con algo viejo y con algo azul, haciéndole caso a las fervientes creencias de la señora Fitzpatrick. De lo nuevo, se encargó su madre, sin embargo, le hacía falta algo prestado. Su corazón se conmovió sobremanera cuando ella le regaló su delicado prendedor con el cual sujetaba su cabello. Jean, por aquel momento, lo aceptó con renovado entusiasmo y agradecimiento.
La señora Willow había arreglado con absoluto esmero a la preciosa Juliet, quien se apareció en un momento dado en medio del salón del templo cargando una canasta que contenía los anillos. Por su parte, Scott lucía impecable y muy guapo con su cabello recién cortado y ataviado en un traje oscuro que resaltaba su escultural figura. Casi todos sus colegas y camaradas de la comisaría se hallaban congregados allí acompañándolo en ese preciso momento. A Jean, la siguieron también la mayoría de sus antiguos vecinos de la comunidad y, en un lugar especial, estaban situados sus adorados padres.
Depositó entonces la cuchara sobre la mesa y se llevó la pequeña bandeja hasta donde se encontraba trabajando Scott. Sonrió a medida que se acercaba debido al ruido constante que provenía del martillo. Desde que ella se había enterado de que estaba embarazada, en realidad, desde que ambos lo sabían, la dicha había iluminado nuevamente a ese hogar. Y Scott, no podía hallarse más histérico, pero a la vez feliz. Todo el tiempo se mostraba extremadamente sobreprotector para con ella y casi no permitía que Jax ingresara a la casa.
Atravesó la habitación y se encontró con las agradables vistas de su esposo vestido con jeans y una camiseta blanca sin mangas. Dejó la bandeja sobre una mesita y se llevó el vaso en sus manos. Luego se lo extendió y él lo recibió en silencio. Estaba bastante sediento, ya que desde hacía días se había puesto a la ardua tarea de construir por sí mismo la cuna de madera para el bebé o la bebé según fuera el caso. Estaba empecinado con la idea de que su primer regalo fuera algo tangible, seguro y estable, que durara para toda la vida.
Luego él alcanzó una regla de madera y se puso a hacer unas cuantas mediciones junto a un marcador. Jean se sentó sobre la pequeña cama y se concentró en mirar el entusiasmo marcado de Scott por aquella tarea. Continuó observándolo hasta que él terminó y reparó en ella. Entonces se sentó junto a su lado en el borde.
—Dime, ¿era algo como esto lo que imaginabas para nosotros? —preguntó Scott rodeándola con sus brazos.
—Desde el primer momento —Jean suspiró.
Entonces Scott le tomó de la barbilla y la instó a mirarlo.
—¿Y por qué te negabas a que ocurriera?
—Porque yo... no me creía merecedora de tanto amor y afecto.
—Jean, eres lo mejor que me ha ocurrido en la vida —habló Scott con el corazón—. Llenas mis días de luz, color y felicidad. No hay modo de que no volviera a escogerte una y mil veces más.
A continuación, besó sensualmente a su esposa en demostración tomándose todo el tiempo del mundo. Luego ella profundizó el momento rodeando su cuello y arrastrándolo con ella.
—Sabes que, si sigues, no podremos parar —la advirtió Scott a unos centímetros de ella.
—No quiero que te detengas.
—Genial, porque no planeaba hacerlo —dijo riendo y perdiéndose en su cuello.
Editado: 28.04.2024