El Millonario Que Nunca Esperé

Prólogo

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Roxana se encontraba en la cocina de su casa mezclando harina con leche y huevos para preparar una masa para cupcakes. Era domingo, el día donde todos sus hermanos venían a visitar a sus papás y a convivir en familia. Prácticamente todos estaban casados, menos Aldo, el menor de los varones, aunque él tampoco vivía en el hogar paterno; no hacía mucho les había presentado a su novia, Estela, y ya se había mudado a vivir con ella. Sólo Roxana permanecía viviendo con sus papás en esa casa. ¿Y cómo no? A sus dieciséis años, aún faltaba muchísimo para abandonar el nido y volar con sus propias alas. Añadió unas gotas de vainilla a la mezcla y, mientras revolvía la masa, se perdió de nuevo en sus añoranzas. Ella era la menor, y la única mujer que habían tenido sus papás; de hecho, era muuucho menor que todos, su nacimiento había sido algo totalmente inesperado, aunque nunca se sintió rechazada, al contrario, se sabía amada por todos y sus hermanos y cuñadas la protegían y la mimaban mucho, pero el hecho de convivir con puros adultos la había hecho madurar bastante rápido. Lo cual a veces le hacía sentir fuera de lugar en la escuela, con los compañeros de su propia edad. No tenía novio, aunque sí pretendientes, pero no había aceptado a ninguno porque todos sus compañeros de escuela le parecían bastante infantiles y casi nunca se sentía a gusto conversando con ellos. ¡Eran tan banales!  

Llenó los moldes con la mezcla y los metió al horno soltando un suspiro. Le encantaba leer novelas románticas. Sí, era un poco tonto eso porque la mayoría se le hacían bastante ridículas. ¿Un guapo, sexy y musculoso millonario de menos de treinta años, dueño de su propia empresa se iba a aparecer frente a ella para declararle su amor? Roxana sonrió divertida mientras llenaba otro molde con la mezcla y negó con la cabeza. Los clichés le hacían reír mucho pero, aun así, seguía leyéndolos y disfrutándolos, aunque siempre se preguntara: ¿Por qué las autoras que solía leer no escribían cosas verdaderas? Hombres de verdad, con cuerpos normales, con un estatus económico apegado a la realidad... Alguien que se pudiera encontrar en cualquier lado.  

Soltó un suspiro y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.  

― Será mejor que me apure y deje de pensar en tonterías. ― Se dijo a sí misma. ― No tardan en llegar mis hermanos y la cocina está hecha un desastre. 

Sacó la última tanda del horno y, justo cuando la colocaba sobre la mesa, la voz de Estela la sacó de sus ensoñaciones. 

― ¡Hola Rox! 

Roxana sonrió y levantó la vista. 

― ¡Hola cuñada! ― Dijo con alegría. ― Llegaron temprano. 

Estela se acercó a saludarla, seguida por Aldo, ambas se abrazaron y se besaron en la mejilla, Aldo también dio un beso a su hermanita. 

― ¡Hola Rox! ¿Con qué nos vas a consentir hoy? 

― ¡Con el postre! ― Exclamó orgullosa, señalando la bandeja llena de pastelillos.  

― ¡Dios! ¡Huele riquísimo!  

Una voz desconocida la hizo girar hacia la puerta de la cocina, donde descubrió a un joven que jamás había visto antes, mirando con admiración la mesa llena de panecillos. 

Roxana se congeló. ¡Ese joven era guapísimo! ¡Increíblemente guapísimo! ¿Quién era y qué hacía ahí? 

― ¡Ven Rafita! ― Dijo Estela al recién llegado. ― Deja te presento a la reina de esta casa. Ella es mi cuñada Roxana, la hermanita de Aldo. 

― ¡Hola! ― El joven se acercó sonriendo y extendió la mano para saludarla. ― ¡Mucho gusto! Me han platicado bastante de ti. 

Roxana en automático levantó su mano para devolver el saludo pero, al verla toda llena de restos de masa y harina, la bajó enseguida, totalmente avergonzada. 

― Hola... ― Musitó sin poder evitar sonrojarse. 

Todos rieron. 

― Rafa es mi hermano, del que les había platicado. ― Explicó Aldo mientras tomaba un cupcake de la mesa. ― Lo invitamos a comer, para que, por fin, toda la familia lo conozca. 

Roxana sólo asintió en silencio, sin poder quitar la vista de Rafael. ¿Así que este era el hermano de su hermano? ¡Vaya! ¿Y eso en qué los convertía a ellos dos? ¿También estaban emparentados? Si bien Aldo había sido adoptado legalmente por sus papás cuando era un bebé. El que, recientemente apareciera su familia biológica, había resultado una gran sorpresa para todos. Había escuchado que su verdadero papá y su hermano sanguíneo lo habían contactado, pero no sabía gran cosa del tema, sólo que el papá estaba muy enfermo de cáncer y que estaba en etapa terminal. Y ahora, viendo a ese joven tan guapo frente a ella, no sabía cómo actuar ni qué decir. 

― ¿Te comieron la lengua los ratones, cuñadita? ― Preguntó Estela traviesamente al notar su inusual silencio. 

Roxana se volvió a sonrojar. 

― No sabía que iban a venir acompañados. ― Dijo encogiéndose de hombros y decidiéndose a admitir la verdad. ― Y no sé cómo dirigirme a él. Si es hermano de mi hermano... ¿Eso en qué nos convierte? 

― En nada, creo... ― Dijo Rafael negando y frunciendo el ceño. ― Ustedes tienen los mismos apellidos; legalmente, tú eres su hermana, todo consta en papeles. Pero, aunque él y yo seamos hermanos biológicos, no hay ningún documento que nos relacione. Y como entre tú y yo no hay ningún lazo de sangre, ni legal, creo que no hay absolutamente ningún parentesco entre nosotros dos. ¿O me equivoco? 




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