El Millonario Que Nunca Esperé

Capítulo 5

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Por fin llegó el día de la boda de Estela y Aldo. Roxana estaba muy emocionada y feliz por ellos y, también, muy agradecida y sorprendida de que su cuñada le había pedido que fuera su dama de honor. 

La joven estaba en su habitación, dándose los últimos toques a su maquillaje, un poco nerviosa porque casi nunca lo hacía, generalmente era muy discreta en su arreglo y sólo usaba algo de lápiz labial y máscara de pestañas. Pero para este día en particular, llevaba una semana viendo tutoriales de automaquillaje en YouTube y practicando casi todas las noches. 

Inhalando profundamente, se miró de nuevo ante el espejo y giró un par de veces. Llevaba un ajustado vestido azul, de escote recto con delicados tirantes, la falda, larga y amplia, tenía una abertura que mostraba el muslo un poco más arriba de la rodilla 

El cabello se lo había dejado suelto, sujeto a un lado con un delicado broche de pedrería y se había calzado unas sencillas sandalias negras de tacón alto. 

― ¿Para qué te esfuerzas tanto? ¡Qué lástima que Harry todavía te siga ignorando, Ginny! ― Pensó con pesar. 

Miró con añoranza hacia su mesita de noche, donde mantenía a la vista la pequeña libreta de pasta dura, forrada de piel hermosamente labrada, que Rafael le había regalado en su cumpleaños número diecisiete, junto con toda la colección de libros de Harry Potter. “La libreta es para que anotes todos los viajes que vamos a hacer, todo lo que vamos a comer y no olvidemos nada”. Le había dicho cuando se la entregó, sacándole una pequeña carcajada por lo inesperado y lo poco común del regalo.  

― Ya sé que sólo bromea con eso... ¡Pero no puedo evitar hacerme ilusiones! ― Se dijo a sí misma soltando otro suspiro. 

Tomó el pequeño bolso de pedrería que le había prestado una de sus cuñadas, y salió de su habitación a buscar a sus papás. 

Cuando llegaron a la iglesia donde se celebraría la ceremonia, miró con disimulo alrededor y no pudo evitar sentirse un poco decepcionada al no ver a Rafael por ningún lado. Encogiéndose de hombros, se acercó a los novios disponiéndose a disfrutar la boda. Con una genuina sonrisa en los labios, abrazó a Estela y Aldo, se colocó delante del cortejo y, a indicación del sacerdote, empezó a caminar hacia el altar. 

La ceremonia le pareció preciosa. Roxana quería mucho a su cuñada Estela y estaba muy feliz por su hermano Aldo. Sabía que ambos se adoraban y que este era uno de esos matrimonios “Para Siempre”. Así que se emocionó mucho con los votos que la pareja intercambió y, al final, cuando ellos se besaron, no pudo evitar que una lágrima escurriera por su mejilla. Cuando terminó la ceremonia, empezó a caminar por el pasillo hacia la salida, seguida de los novios y, de pronto, se detuvo de golpe. Rafael estaba cerca de la entrada mostrando una gran sonrisa, de pie junto a un hombre en silla de ruedas conectado a un pequeño tanque de oxígeno. Un paso detrás de ellos, estaba una enfermera de aspecto muy serio. 

La exclamación de Aldo y Estela la hizo reaccionar y, discretamente, se hizo a un lado para dejar pasar a los novios, quienes corrieron a abrazar al hombre junto a Rafael. Ambos se arrodillaron frente a él y se pusieron a a conversar en voz baja, muy emocionados. Roxana volvió a conmoverse al ver a Estela llorar, abrazar y besar al hombre. Luego, cuando se pusieron de pie. Rafael se acercó a felicitar a su hermano y su cuñada. Casi inmediatamente se acercaron los papás de Roxana y también se inclinaron ante el papá de Rafael e intercambiaron algunas palabras con él. La joven notó cómo los tres también lloraban un poco. Luego se despidieron y todos avanzaron hacia la puerta.  

Roxana apenas iba a dar un paso hacia la salida, cuando Rafael se colocó junto a ella y la tomó del brazo. 

― ¡Hola Rox! Te ves preciosa. ― Le dijo con una sonrisa, mientras la dirigía hacia su papá. ― Viejo, mira quién te viene a saludar. 

El hombre la miró por un segundo, y luego esbozó una enorme sonrisa. 

― ¡La hermosa Roxana! ― Dijo extendiendo una mano hacia ella. 

Roxana, totalmente sorprendida de que supiera quién era, se acercó hacia él y, tomando su mano, se inclinó frente al señor, sin saber qué decir. 

― ¡Qué bonita eres Roxanita! ― Dijo el hombre, visiblemente emocionado. ― ¡Qué gusto me da por fin poder conocerte! 

― Yo también tenía ganas de conocerlo, señor. ― Dijo ella, algo apenada. ― ¡Qué alegría que haya podido venir a la boda de su hijo! 

― ¡Por supuesto que no me iba a perder la boda de mi muchacho! ― Exclamó el hombre, soltando una pequeña risa. Luego se dirigió a la enfermera. ― ¿Ya viste Mari? ¡Ella es Roxanita! ¿Verdad que es preciosa? 

― Muy bonita. ― Sonrió la enfermera, asintiendo discretamente, sorprendiendo aún más a la joven. 

― La estás apenando. ― Dijo Rafael, quien ya se había inclinado junto a ella. 

― Anda, quítate de aquí y déjame hablar con la niña. ― Dijo su papá, moviendo la mano como si espantara una mosca. 

Rafael soltó una carcajada y se levantó, alejándose unos pasos. 

― ¿Me lo vas a cuidar? ― Le preguntó el hombre a Roxana en voz baja, poniéndose serio.  




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